Firma esta película el director surcoreano Hong Sang-soo, autor también del guion. Me vais a quitar el título de cinéfila (pero no el de zinéfila), porque os voy a confesar que yo a este señor no lo conocía de nada, a pesar de que tiene unas treinta películas en su currículum, tal como he comprobado en la Wikipedia.
En fin,
nunca es tarde para hacer descubrimientos y juro que me ha entrado mucha
curiosidad por echarle un vistazo a algún otro de sus filmes. Quizás comience
por En otro país, de 2012, en el que
también cuenta con Isabelle Huppert como protagonista. Por si os interesa, está en Netflix.
Y tengo
que empezar hablando de ella, de la protagonista, de la viajera del título, porque
es omnipresente, porque aparece en casi todas las escenas y, cuando no aparece, la
conversación gira a su alrededor. Podemos decir que el peso de la película
recae absolutamente sobre ella, sobre el personaje protagonista y sobre la
actriz, la enorme Isabelle Huppert.
Huppert
a mí me inquieta siempre. Será porque no puedo olvidar sus interpretaciones en La cérémonie, Elle o La pianista, pero cuando está
en pantalla pienso que en cualquier momento, de una u otra manera, me va a
atacar, me va a asustar, me va a asaltar y no me relajo en toda la proyección.
Su personaje en La viajera no es tan agresivo como en estas otras tres
formidables películas que os he nombrado, pero no deja de ser un tanto
desasosegante.
La viajera es una señora de una edad casi provecta (Huppert tiene 72 años; está estupenda, pero son 72) que reside sola en Seúl, vive en casa de un jovencito (sin que lo sepa la madre de este) y se gana malamente la vida en un oficio del que no sabe nada: da clases particulares de francés mediante un método delirante que ha inventado ella misma.
Siempre viste igual, echa la siesta
sobre la hierba de los parques, entabla conversaciones extrañas con
desconocidos y bebe continuamente makgeolli, un vino de arroz coreano que tiene
menos alcohol del que yo pensaba y que se puede comprar en supermercados que
tenemos cerca de casa, pero que no voy a nombrar porque no les haría propaganda
ni aunque me la pagaran. Lo hay de sabores: fresa, plátano, etc. El que bebe la
viajera, que, por cierto, como personaje no tiene nombre, es blanco y parece
leche aguada. Nada apetitoso, vamos.
Repito
que la película entera gira en torno a ella y a lo que se va encontrando en su
deambular por las afueras de Seúl, con preferencia, como digo, por los parques;
todo eso que pivota a su alrededor os lo resumo a continuación en varias
apreciaciones sueltas.
La
viajera mantiene con sus alumnas de francés diálogos que se repiten palabra por
palabra, en un perfecto déjà vu, que quizá nos quiera decir algo sobre lo
aburridos y previsibles que son los surcoreanos en particular o sobre lo
aburridos y previsibles que somos los humanos en general.
Bien de
paseo por los parques bien porque se detiene a hablar con desconocidas, el tema
de conversación son a veces los poemas esculpidos en grandes piedras, como la que aparece tras Huppert en el cartel. Son poemas
en coreano que la viajera pide que le traduzcan al inglés o que, a petición de
una desconocida, traduce ella al francés. Los poemas son siempre autoría del
mismo escritor surcoreano y he aquí de nuevo el déjà vu.
Y ya
que hablamos de traducciones, hablemos de lenguas. La viajera es francesa, como
Huppert, qué casualidad; su lengua materna es el francés. Las gentes de Seúl
con las que trata hablan en coreano, que es el idioma oficial del país, y con
la viajera se comunican en inglés. En consecuencia, todos se expresan en una
lengua que no es la suya, lo cual confiere a los diálogos una torpeza, una
lentitud, un balbuceo como infantil que tamiza las relaciones y las envuelve en
una nebulosa de consistencia casi sólida.
Además,
estas conversaciones tienen lugar con uno, varios o todos los personajes de
espaldas a la cámara. Se me antoja que Hong Sang-soo, no contento con
despojarlos de sus lenguas de familia, les quiere quitar también los rostros,
aquello que los individualiza, para mostrarnos un mundo en el que unos seres
con la misma apariencia, que apenas se diferencian los unos de los otros,
hablan como máquinas tardas y reproducen continuamente las mismas
conversaciones. No sé si quiere decirnos que los coreanos son gentes uniformes
y parejas, en contraste con ese bicho raro exótico, ese perrito verde, que es
la viajera. No sé.
Cuando
me haya visto la filmografía completa de Hong Sang-soo, quizás me haya hecho
una idea más precisa sobre esto. Hasta entonces, recibid un abrazo de vuestra
amiga
Noemí
Pastor
La evité en el festival y después de leer tu reseña, creo que hice bien.
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