viernes, 2 de agosto de 2019

Juzgando por la cubierta

La semana pasada el lóngevo periódico La Vanguardia publicaba en su sección “Lectores Colaboradores” un artículo llamado “Machismo, Orgullo y Prejuicio” sobre la obra de Jane Austen. En un ejercicio del famoso refrán que dice que el “atrevimiento es la madre de la ignorancia”, se daba espacio escrito a un texto con algunas faltas de ortografía y forma, pero que realmente destacaba por su contenido prejuicioso.

 Sentí con el artículo el mismo miedo de Lizzy aquí
Como administradora de El Sitio de Jane/El Salón de Té, un espacio web sobre la escritora inglesa, no pude evitar leerlo, al igual que los comentarios que generó. Durante el la mañana del sábado 26, fans de la escritora mostraban su horror en redes sociales, y voces más ilustres como las escritoras Espido Freire y Nieves Abarca, el periodista Carlos Mayoral o la editora Belén Bermejo, entre otros, también lo comentaron, incluso sin enlazarlo, esta carta más propia de un blog personal o una publicación de un muro de Facebook.

La otra versión más conocida, pero quizá demasiado larga para la autora del artículo
Sobre el texto, aunque lo mejor sería ignorarlo como haría Mr Darcy con Lydia Bennet cuando danzaba medio loca con los integrantes de la milicia, he de decir que además de sorprenderme por ser compartido desde un medio serio (que al final es el responsable de su publicación) lo que me deja más asombrada es el hecho de juzgar una obra literaria del pasado a través de sus adaptaciones. Hay en esto una doble lectura que nos permite plantear lo siguiente: ¿se puede juzgar un texto del pasado desde una mentalidad del presente? ¿Es una adaptación un medio válido para valorar una obra literaria? Lo que voy a intentar hacer desde esta entrada es responder a ambas preguntas

El tiempo pasa y hace que sea un factor a la hora de juzgar un libro. Cosas que emocionaron en el siglo XVIII puede que nos suenen trasnochadas ante nuestros ojos posmodernos. Por ejemplo, el novelista de folletín Georges Ohnet fue un superventas a finales del XIX, y hoy en día, salvo alguna obra reeditada, es difícil que este señor aparezca en los anuarios de la literatura francesa. Y es que se habla de la eternidad de una obra, cuando apela a sentimientos y emociones atemporales, y así, puedes ver una representación de Elektra cuando la civilización griega está a cientos de años, o de la misma manera, Shakespeare o Lope de Vega, se siguen representando o filmando, unos 500 años después. La clave es justamente ir al relato de los mitos y leyendas, grabado a fuego en nuestro cerebro a lo largo de los siglos, de pensamientos universales, de algo que no esté tan pegado al momento, que llega en cualquier ocasión.

Adaptación de Elektra con Irene Papas
Hoy en día, sobre todo en los últimos años, donde se juzga descarnadamente sobre el pasado con un punto de vista ideológico, sentir esa historia común, sin filtros, es muy complicado si así no se desea. Y de ahí que se juzgue una obra antigua con esas gafas del futuro, y se pidan, en esta época de linchamientos virtuales y sociales, que se miren las obras de forma inquisitorial, lo que hace que algunos temamos que aparezca gente con sus antorchas cibernéticas a prender fuego a esos clásicos que, en esa visión actual, se alejan de la corrección política de este presente. No hay nada más temible en una sociedad libre y moderna que se haga un Fahrenheit 451 o una nueva quema de libros de caballerías en una plaza pública de Castilla, por el bien común.

Lamentablemente, ésta es una tendencia del ser humano, la de juzgar por su propio contexto y aplicando sus reglas. Por ejemplo, al respecto, John Fowles se burlaba de los victorianos a través de una narración moderna, de los años 60, en La Mujer del Teniente Francés, sabiendo que luego en el futuro, pasará lo mismo con su generación. Así, debemos evitar esa mirada unilateral que ciega y sólo pone al descubierto nuestra ignorancia. Por eso, con sentido y sensibilidad, se debe entender la obra que nos disponemos a disfrutar o evaluar, ver en qué momento de la historia se escribió, y comprender si es una obra cuyos valores más profundos se acercan a nuestra visión de la vida o no, o si nos entretiene aunque esté lejos de nosotros.

La adaptación de la Mujer del Teniente Francés, ejercicio cinematográfico ante un libro complejo narrativamente
Miedo me dan todas aquellas obras que sean evaluadas de la manera que se hizo en el artículo: si no son aplicables para mi vida tal cual, no merecen la pena. En ese caso, más que a las obras, a esas personas les auguro un triste futuro en el que no podrán leer nada que no sea de su tiempo (nada más allá de los últimos 10 años), en la que ocurran actos censurables (que no se les ocurra coger de la biblioteca A Sangre Fría de Capote), sus convicciones morales o éticas (iguales que los que censuraron a Joyce con El Retrato del Artista Adolescente o a Marjanne Satrapi con Persépolis) o incluso su día a día (la fantasía o la ciencia ficción vetadas). Y al sólo estar envueltos en sus libros “políticamente correctos” serán como el caracol que no sale de su concha, disfruta en su pequeño entorno, pero no sabe que hay un mundo más allá de allí. El problema es que pretenden que su visión se imponga, y si no, a encerrar obras escandalizadoras (como le hizo la sociedad inglesa al provocador de Oscar Wilde).

Si ahora nos vamos a la segunda pregunta, mucho más cinéfila, en toda reunión de aficionados a la literatura y al cine, suele aparecer la eterna cuestión: ¿esta adaptación responde a lo planteado por la obra? Y la respuesta es muy difícil, porque hay que contextualizar que el medio audiovisual es diferente al escrito y las herramientas de ambos son distintas. Se suele decir que una película es más cercana a la obra mientras más partes del texto original recoge (algo especialmente cierto en el teatro). Así, con Orgullo y Prejuicio, se dice que la serie de la BBC del 95 es mejor adaptación, pues tiene más tiempo para desarrollar la historia que la de 2005, o es más cinematográfica que la teatral serie de 1980. Pero si elegimos otro ejemplo austeniano, con Sentido y Sensibilidad, la mejor de todas las versiones (en general, todas buenas), es justamente la que deja más texto fuera, pero mejor juega con el lenguaje cinematográfico: la de Ang Lee de 1995.

Se podría decir que haciendo una mezcla de lo que se coge del original y lo que se aplica del medio, se encontraría la adaptación perfecta, que tampoco lo es al 100% y dependerá de los gustos del momento: la cinematografía de la Jane Eyre con Orson Welles no es la misma que la de Fukunaga, aunque ambas sean unas adaptaciones más que correctas para la época en que se hicieron (aunque podrían considerarse incompletas para fans de la versión de Toby Stephens o la de Timothy Dalton).


Cada una es hija de su época

También hay que decir que hay veces en las que la adaptación se mueve en el espacio y el tiempo, y se obtienen maravillas que pueden convertirse en un complemento ideal del texto original, y en la mejor versión del mismo, aunque no sucedan o se recreen en el mismo momento histórico, lugar o se utilice el mismo el sexo o género de los protagonistas. Ejemplos así tenemos con Abismos de Pasión (Cumbres Borrascosas mexicanas), Apocalipsis Now (El Corazón de las Tinieblas en Vietnam), Crueles Intenciones (Las Amistades Peligrosas en el Upperside de Nueva York), Ran (El Rey Lear en el Japón feudal) o Clueless (Emma en Beverly Hills). Obras que toman la esencia del texto base en menor o mayor grado, y hacen una obra audiovisual muy diferente en la forma pero muy apegada en el fondo.

Juzgar una obra literaria por su adaptación es un ejercicio peligroso. Es una doble medición de dos elementos artísticos con raíces comunes, pero el ver uno no habilita para explicar el otro. Imaginad, con ejemplos sencillos, explicar lo bien que cantaba Lola Flores en la Sevilla de Morena Clara para hacer una crítica del Pygmalion de Shaw, o las balas que se disparaban en Romeo y Julieta porque se ha visto a DiCaprio con camisa estampada en medio de Florida.

En Hot Fuzz se representa a Romeo y Julieta como en el film de Luhrmann y se canta el Lovefool de The Cardignas

Así pues, no podemos juzgar una obra por su cubierta, o incluso por su adaptación. Hay que meterse dentro de ella, entender su contexto, el momento en que fue forjada, librarnos de todo prejuicio y usar el raciocinio. Como dijo Espido Freire en una publicación posterior sobre este pequeño tumulto austeniano, “gente muy diversa ha leído y admira a esta autora tan importante <…> yo prefiero fijarme en quienes sí han ofrecido ideas interesantes y bien fundadas sobre #OrgulloyPrejuicio". Efectivamente, miremos las obras con ideas con fundamento, al igual que disfrutemos las versiones audiovisuales en su contexto y como arma de amplificación del libro. Siempre hay que ir con una mentalidad objetiva, sin vanagloriarnos en el orgullo de nuestro prejuicio.

Si de algo ha servido este artículo, ha sido para abrir los ojos, y esperamos que para que otros lo hagan también. Y con esto me despido, deseando un buen verano a nuestros lectores y que disfruten de los libros, películas o series, que escojan.

Carmen R.

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