Cuenta una leyenda
cinéfila que todo el mundo recuerda la primera
vez que vio “Tiburón”. Yo no comulgo, ni mucho menos, con todas las
leyendas, ni siquiera con todas las leyendas cinéfilas, pero esta sí me la
creo: no solo recuerdo perfectamente ciertas circunstancias chuscas de la
primera vez que vi “Tiburón”, sino que también recuerdo cosas que sucedieron
antes de verla.
Y es que en cierto
momento de mi infancia en el mundo existían dos tipos de personas: las que
habían visto “Tiburón” y las que no.
Quienes la habían
visto eran para mí una especie de iniciados, seres que poseían la experiencia y
la sabiduría supremas.
La peli estaba en
boca de todo el mundo ya antes de su estreno y ciertas escenas escabrosas se
comentaban en los patios de las escuelas con el misterio y el tembleque con los
que hablábamos de cosas de mayores que no acabábamos de comprender.
“Tiburón” fue y es
la peli number one en muchas cosas. Fue,
por ejemplo, durante dos años el mayor éxito cinematográfico de todos los
tiempos. Superó a “Lo que el viento se llevó”, “Ben Hur”, “El exorcista” y “El
Padrino”. En 1977 fue destronada por “Star Wars”, que entonces, no sé si recordáis,
se titulaba “La guerra de las galaxias”.
“Tiburón” se
considera también el primer blockbuster
americano. Lo cierto es que lanzó la moda de las llamadas tentpole pictures, filmes de acción de elevado
presupuesto para consumirse en los USA en verano, concretamente durante un
periodo de referencia que va del primer viernes de mayo al primer lunes de
septiembre. Nótese que la acción de “Tiburón” sucede también en verano, unos
días antes del 4 de julio, la fiesta nacional americana.
También “Tiburón”
fue un tanto pionera en cuanto a secuelas, ya que tuvo tres, ninguna de ellas
firmada por Spielberg, cada vez con peor aceptación crítica y comercial.
“Vamos a necesitar un barco más grande.”
Esta frase no estaba
en el guion original. La aportó Roy Scheider, el protagonista, el mítico jefe
Brody, y me da pie para contaros varias cositas sobre el guion de “Tiburón”.
Fue una adaptación
de la novela del mismo título, “Jaws” (en Francia tanto la novela como la peli
se titularon “Les Dents de la mer”), publicada un año antes por Peter Benchley.
Yo me leí el libro después de ver la peli, pero no aportó nada a la fascinación
que me produjo el film.
Peter Benchley,
fallecido en 2006, tiene una pequeña aparición en “Tiburón” (es el
entrevistador televisivo que retransmite desde la playa de Amity) y un vistoso
currículum como escribidor. Con
veintisiete años pasó dos en la Casa Blanca como escritor de discursos del
presidente demócrata Lyndon Johnson y luego trabajó como periodista para las
más prestigiosas revistas norteamericanas.
Cuando publicó
“Jaws”, las críticas no fueron buenas, pero todo el mundo reparó en su elemento
crucial: el tiburón. De igual manera, todo el mundo coincidió en que era el
personaje más interesante del relato, a pesar de que, como el mismísimo
Jacques-Yves Cousteau declaró en la época, “los tiburones no se comportan como
el de la novela”.
Con todo, el libro
fue un éxito de ventas en Estados Unidos y los productores David Brown y
Richard D. Zanuck pagaron a Benchley 200.000 dólares por los derechos de
explotación y el guion, del cual se redactaron cinco versiones para que, al
final, como vemos, le acabaran metiendo mano varios guionistas más e incluso
los mismos actores.
Sobre la escritura
del guion no puedo dejar de mencionar el famoso monólogo de Quint sobre el naufragio del buque militar USS Indianápolis. La primera versión la
redactó John Milius, uno de los guionistas, y más tarde fue retocada por Robert
Shaw, el actor que interpretaba a Quint, que quería un texto más impactante y
probablemente más literario y más despegado de la historia, pues equivocó
(¿conscientemente?) la fecha del suceso real.
Para acabar ya con
la novela y el guion definitivo, os cuento que la diferencia primordial entre
ambos reside en el personaje de Matt Hooper, el simpático oceanógrafo
interpretado por Richard Dreyfuss, quien en la novela vive una historia de amor
adúltero y clandestino con Ellen, la esposa del jefe Brody, y, quizás como
castigo por su mala conducta, acaba siendo devorado por el tiburón.
Incluyo, para ir
terminando, otros datos curiosos sobre la peli. El presupuesto inicial era de dos millones y medio y acabó ascediendo
a doce. Se rodó en Edgartown, ciudad de menos de 4.000 habitantes ubicada en la
isla Martha’s Vineyard, que, a raíz del éxito del film, vio triplicada su cifra
de visitantes. Se construyeron tres tiburones de poliuretano que dieron muchos
quebraderos de cabeza por su mal funcionamiento.
Podría hablar de
muchas más cosas de la peli (el propio tiburón, lo que simboliza, la
competitividad y la camaradería masculina, ¡la banda sonora!…), pero ya es hora
de acabar este articulito y no quiero hacerlo sin dar las gracias a Steven
Spielberg, que tenía veintiocho años cuando filmó “Tiburón” y que me alegró
infinitamente la infancia con pelis como esta y, por citar algun más,
“Encuentros en la tercera fase” (próximamente en su pantalla zinéfila).
Gracias, Steven,
querido. Porque en mi infancia vi películas como “Tiburón” amo hoy el cine y me
sigue haciendo inmensamente feliz.
Noemí Pastor
4 comentarios:
El rodaje de la película estuvo lleno de dificultades. Spielberg las suplió con imaginación; sin embargo, estaba aterrorizado creyendo que el proyecto sería un fracaso y que su carrera terminaría casi antes de haber empezado.
Saludos.
Spielberg tenía mucho ingenio cuando hacía sus primeras películas. Tanto esta como "el diablo en la carretera" fueron sorprendentes. Tiburón fue impactante, así se han venido sucediendo cada cierto tiempo películas que quieren resucitar su efecto...Sin conseguirlo. Es inquietante ver como emerje la aleta dorsal mientras suenan sincopados golpes de tuba. Un acierto que se queda en el subconsciente. ¿A que todos somos capaces de evocarlo?
¿Emerge con jota? Lápsus calamitoso más que cálami.
No pasa na, Juli, hija. Yo también soy muy fan de "Encuentros en la tercera fase" y de Indiana Jones.
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