¿Alguna vez te has preguntado qué pasa después?
Aquí no tanto, pero en los Estados Unidos de América están acostumbrados a este tipo de escenas: un político de mayor o menor nivel, desde el mismísimo presidente a cualquier concejalucho, comparece ante la prensa con su esposa (muda, pálida, labios prietos, circunspecta, mirada caída y vacía) al lado, para recitar el "Yo, pecador": sí, soy culpable, tenía una amante, he frecuentado prostitutas o cosas por el estilo, pero mi amada esposa X me ha perdonado y, si ella puede perdonarme, el pueblo de América también lo hará.
La bochornosa escena se desarrolla de acuerdo con un guión bastante predecible, pero ¿qué pasa después?, ¿qué se dicen ese hombre y esa mujer cuando se quedan a solas?
Eso debió de plantearse alguna o algún gionista de TGW y a partir de ahí construyó un edificio narrativo colosal.
¿Qué tiene Alicia Florrick que no tengan las demás?
Alicia Florrick, la protagonista, la buena esposa del título, tiene algo, no se sabe muy bien qué, que encandila a la población de Chicago y todo el estado de Illinois. Tiene encanto, tiene telegenia; es una especie de Belén Esteban de clase alta e infinitamente más refinada, a quien su esposo, Peter Florrick, un demócrata con ambiciones que no va a parar hasta la Casa Blanca, juega una malísima pasada.
Alicia consigue salir a flote y reflotar, al mismo tiempo, la carrera política de su esposo, mientras trabaja de abogada en un prestigioso bufete de Chicago que es, como todo bufete televisivo que se precie, un auténtico nido de víboras.
Crímenes e intrigas políticas
Así podemos resumir las tramas de la serie: el bufete de Florrick defiende a delincuentes de todo tipo y pelaje y el otro Florrick, Peter, teje redes políticas que convienen a sus intereses y solo a sus intereses. Entre un mundo y otro pululan seres humanos con mayor o menor grado de maldad y sinvergüencería y con una característica común: todos están pringados, no se libra nadie, quien más y quien menos ha traicionado a alguien, ha quebrantado alguna ley o ha jugado sucio para salvarse el pellejo.
Eso es lo que más me gusta de TGW, que no hay héroes ni villanos, todos son gente de la que no te puedes fiar.
Las paredes de cristal
El bufete de Florrick no tiene tabiques; los despachos y las salas de reuniones están separados por manparas transparentes, de manera que en una sala se desarrolla una acción y, al mismo tiempo, vemos lo que está pasando en el despacho de al lado, mientras, a la vez, alguien está manteniendo una conversación telefónica, o quizás otra vía chat, o por Skype, que nos sitúa en otra trama. Suceden muchas cosas a la vez, todas entrelazadas, como pasa en realidad en la vida política y laboral en cualquier parte.
Los personajes
La otra característica de TGW que me cautiva son los personajes, verdaderos homenajes a la infamia, todos más listos que el hambre e inmorales como las hienas. Si me preguntan con cuál me quedo, me vería en un apuro, porque hay un catálogo inmenso donde elegir.
Pero, en fin, como a alguno tendré que citar, nombraré a Kalinda Sharma, la investigadora del bufete, una auténtica bestia parda; Eli Gold, el asesor de las campañas electorales de Peter, un reptil sin escrúpulos; Diane Lockhart, la socia funddora y jefaza del bufete, inspirada en Christine Lagarde, ahí lo dejo; o Louis Canning, interpretado por Michael J. Fox, un abogado con una evidentísima minusvalía que se dedica básicamente a robar a los pobres en beneficio de grandes empresas de las que envenenan y contaminan. ¿Qué? ¿A que mola?
¡Qué bonita familia!
En fin, espero haberos animado a echar un vistazo a la serie. De momento están emitiendo la quinta temporada en USA y, de lo que yo he visto, me quedo con la segunda temporada y con la cuarta.
Para acabar, os dejo con Rosa Belmonte, una de mis críticas de televisión favorita, quien dice que, si tuviera que quedarse solo con una serie, se quedaría con TGW. Es mucho decir, ¿no?
Eso es todo, amigas. Se despide hasta la próxima vuestra amiga
Noemí Pastor
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