viernes, 18 de septiembre de 2020

Fuego en el cuerpo


Esta peli, de 1981, de Lawrence Kasdam, cuyo título original es Body Heat, ha sido y es uno de mis films favoritos de siempre, desde que en su momento lo vi en alguna sala de cine seguro que hoy ya desaparecida. Un noir muy noir que homenajea a los americanos de los años 40 y 50, a la vez que se separa de algunos de sus tópicos.
Aunque hay quien lo califica de thriller erótico, Fuego en el cuerpo es una obra de factura clásica, con todos los ingredientes del noir de antaño, un neo noir podríamos decir. Rinde homenaje sin disimulos al noir clásico y le añade un toque erótico bastante más explícito, más setentero u ochentero. En cuanto al sexo explícito, parece ser que una primera versión del film contenía bastantes más escenas eróticas, pero fueron eliminadas “prudentemente”.
Sorprende enormemente que Fuego en el cuerpo sea el primer film que dirigió Lawrence Kasdam, porque me parece una obra muy madura, muy bien elaborada, como de culmen de una carrera, no de comienzos.
Kasdam luego hizo otros filmes (destaco Silverado y El turista accidental), pero opino que ninguno estuvo a la altura de Fuego en el cuerpo, ni siquiera Grand Canyon, aunque casi todo el mundo dice que es su obra maestra.
El mismo Kasdam declaraba en 1981 a la revista Time que había pretendido que Fuego en el cuerpo tuviera “la intricada estructura de un sueño, la densidad de una buena novela y la textura de la gente normal en circunstancias extraordinarias”. Sin duda lo consiguió. 
Fuego en el cuerpo se desarrolla en el sur de Florida, en una localidad costera durante una ola de calor y ese calor en los cuerpos, ese fuego, ese sur, esa temperatura siempre alta, esos sudores tienen un papel protagonista en el desarrollo de la trama y, por supuesto, en la ambientación.
No menos protagonistas son, por descontado, los humanos, la pareja de personajes. Junto con la
ambientación pegajosa de la que hablaba antes, lo mejor del film.
Empezaremos por él. Ned Racine. Un abogado de medio pelo. Un guaperas mujeriego que va de fucker y de duro castigador, pero que resulta ser bastante inepto, todo fachada,  un parramplas y un sinfuste, que habría dicho mi abuela. Una escena al comienzo del film nos da una pista de lo inconsistente que es este tipo: sale a hacer running  y, en cuanto para un poquito, se fuma un cigarro.
En su apellido, Racine, quiero ver una referencia al dramaturgo francés del sigloXVII y a su concepción del amor como pulsión trágica que lleva a la destrucción. Sí. Kasdam con esto también nos estaba dando pistas.
Y luego está ella. Ella. Matty Walker. Kathleen Turner reinventando, recreando, engrandeciendo a la femme fatale del género negro. Me voy a soltar la melena con los adjetivos: genial, brillante, sexy como el rock-and-roll, gloriosa y sublime hasta la escena final, que dejo también para el final de este articulito.
Me apetece mucho en este momento detenerme un poco a hablar de Kathleen Turner, de su físico imponente, de su hermosa voz de barítona y de su carrera interpretativa, que ejemplifica a las mil maravillas qué sucede con las actrices en Hollywood una vez superado cierto límite de edad que hay quien sitúa cruelmente hacia los 35 años. Me apetece mucho, pero no lo voy a hacer, porque es un temazo tan gordo que me da para otro articulito; y para otro más; y para un tercero también.
Fuego en el cuerpo fue un gran éxito de taquilla. Salvo honrosas excepciones, como la de Pauline Kael, la crítica tampoco la trató mal. La comparó con musts como Chinatown (para mí Fuego en el cuerpo es superior; Chinatown siempre se me ha atragantado) y Perdición, alabó las interpretaciones, incluidas las de grandes secundarios como Richard Crenna, Ted Danson y un jovencito Mickey Rourke, y reparó, cómo no, en los ecos clásicos de la trama y en su aliento pesimista propio de los ochenta.
Y, como os prometí, remato este artículo con la última escena de la peli. Bueno, no: empiezo con la anteúltima. Ned Racine, encarcelado, recibe en su celda un paquete de correo; contiene el anuario de instituto que confirma sus peores sospechas sobre Matty Walker. El anuario, además, muestra una fotografía de Matty adolescente y, al pie, este texto: “Apodo: Vampiresa. Ambición: Ser rica y vivir en un país exótico”.
Y ahora sí: vamos con la escena final. Matty Walker mira al mar desde una tumbona en una playa tropical junto a un volcán. Un joven que habla portugués le acerca una bebida. Matty no sonríe. Sigue sin dejarnos entrever qué guarda en la cabeza ni en el alma.

Noemí Pastor

1 comentario:

ricard dijo...

Coincido en que se trata de una película muy redonda para tratarse de una ópera prima.

Saludos.