viernes, 3 de mayo de 2024

Anatomía de una caída

Soy fan de la ficción en torno a los tribunales de justicia, tanto en el cine como en la literatura. Me han apasionado a lo largo de los años novelas, pelis y series, desde las clásicas Matar un ruiseñor o Anatomía de un asesinato hasta las más recientes, el El caso Collini, Hierro o The good fight, pasando por el boom del thriller judicial estadounidense de los 90, John Grisham, Scott Turow, etc... La extraordinaria película de Justine Triet —ganadora de un Oscar, la Palma de Oro y no sé cuantos merecidos premios más— es una ficción judicial completamente distinta. No tiene ni una sola concesión al tono entre épico y divulgativo que como un envoltorio de regalo suele acompañar a estas obras. Tampoco se sirve del suspense. Es una exposición realista de cómo el proceso judicial puede invadir, devorar y arrasar la vida de quien tenga la mala suerte de verse envuelto en él. Como una bomba que te explota en la cara. Con esto no quiero criticar el proceso o sus formas, al revés, defiendo el desempeño cotidiano de los jueces —inmenso, anónimo e invisible—, lo que digo es que la película tiene el acierto de mostrar la realidad en toda su crudeza y sin adornos. El impacto, el desasosiego, el malestar, incluso la preocupación que provoca se construyen con elementos dispares. La música. Concebida para crear malestar. Prescinde de un acompañamiento musical de fondo para embellecer el conjunto, ya que, salvo alguna pequeña excepción, solo hay música diegética (la que los personajes también escuchan porque forma parte de su realidad). Pero, además es desagradable, ya sea por el volumen —en una de las primeras escenas— o por la repetición cuando Daniel toca el piano. Expresión de su rabia y desconsuelo, de la imposibilidad de asumir lo que le sucede. El niño. El actor Milo Machado realiza una interpretación maravillosa de Daniel. Es un personaje situado en el centro de la pesadilla del torbellino judicial y su afán es comprender. ¿Cómo va a comprender lo que los adultos no son capaces ni siquiera de expresar, no digo ya explicar? Inspira muchísima ternura y a la vez su presencia en el juicio es profundamente dolorosa y perturbadora para la protagonista. La protagonista. La actriz Sandra Hüller encarna a Sandra, que es una mujer que puede parecer ambigua porque tiene la virtud de no sentirse en posesión de la verdad. Duda, como todos, pero ella lo reconoce. Tiene planteamientos audaces, generosos e inteligentes y es consecuente con ellos, pero... sin ternura. Es fría y eso no se perdona en una madre y esposa. En algunos momentos me ha venido a la cabeza una película protagonizada por Meryll Streep, Un grito en la oscuridad, sobre una caso real en Australia donde una mujer fue condenada solo porque no daba el tipo de madre desesperada por la pérdida de su hijo. El tribunal: la pérdida de la vida privada. Muestra cómo se estudia hasta el más mínimo detalle de cada palabra, casi hasta los pensamientos: el montaje de la escena de la discusión de la pareja es impactante. Me parece que cae un poco en la parodia cuando pretende analizar los personajes de los libros de los dos escritores; pero lo que sí refleja es que cualquier acto de nuestra vida cotidiana, comentario o lo que sea, fuera de contexto puede ser demoledor. Antes decía que defiendo la labor de jueces y tribunales, y añado que defiendo más aún las garantías procesales: tenemos que evitar que un sistema bien diseñado se lleve por delante inocentes por un mal funcionamiento. Por lo demás, trata de tantos temas que seguro que me dejo alguno: la pareja, la evolución de la pareja, la complicidad, el reproche, el cuidado de los hijos, nuestra ineptitud en el cuidado de los hijos, la culpa, el estar perdido en un momento determinado, el derecho a estarlo, el que los demás no tienen la culpa de que tú estes perdido, la comunicación en la pareja y en la familia... El broche de oro es la pregunta que plantea al espectador. Pero no tiene sentido hablar de ella sin haber visto antes la película. Almudena Fernández Ostolaza.

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