viernes, 28 de febrero de 2020

Solo nos queda bailar

Cartel de la película

Me gustan las películas en las que se baila. Quizás os habíais dado cuenta porque ya he hecho una entrada sobre Bob Fosse y otra sobre Fred Astaire y Ginger Rogers. Por eso, en cuanto vi el trailer de Solo nos queda bailar, decidí que iría a verla. Si bailan, ya me vale. Claro, si además es una buena película, ya doy palmas con las orejas. Tengo que reconocer que, arrastrada por mi pasión por el baile, he visto verdaderos ladrillos (desde el punto de vista cinematográfico).  No es este el caso de Solo nos queda bailar, el baile es un interés añadido, pero es una película que cuenta muchas más cosas.
La historia nos muestra la vida de un joven georgiano bailarín en la Compañía Nacional de Danzas Tradicionales de Georgia. Él está en la segunda compañía y aspira a actuar algún día en la primera, donde los artistas están bien pagados, viajan al extranjero etc.  Por el momento, él y sus compañeros compaginan el baile con trabajos y malviven como pueden, a base de ilusión y sacrificio.  El protagonista mantiene una relación con su compañera de baile, con la que lo emparejaron a los diez años, y que parece un noviazgo infantil: trabajan juntos, toman batidos o salen con amigos. Pero el chico descubre que le gustan los hombres cuando aparece un nuevo bailarín en la compañía del que se enamora perdidamente.
Danzas viriles

Se nos muestra una sociedad homófoba, como era la nuestra no hace tantos años. En el mundo del baile tampoco tiene cabida la homosexualidad. Se considera que son danzas viriles, llenas de firmeza que muestran el ideal del hombre georgiano. A su vez, las mujeres, deben ofrecer un aspecto pudoroso y virginal. En un momento de la película, se comenta que han echado a un bailarían de la primera compañía porque se ha descubierto su homosexualidad. Su familia, avergonzada, lo ha enviado a un monasterio para que lo devuelvan al camino recto.
Y con todo, la vida se abre camino. Es imposible pretender negar lo que existe y, pese al miedo, la presión social y el peligro, la juventud posee una fuerza y una pasión que le lleva a seguir adelante.
Los dos jóvenes protagonistas no habían actuado nunca, son bailarines, pero es su primera experiencia como actores. Nadie lo diría, especialmente Levan Gelbakhiani, que construye un personaje maravilloso: tierno, creíble y con muchos matices.
Tampoco parece fácil ser mujer en Georgia
Su director, Levan Akin, es sueco de ascendencia georgiana, lo que explica su interés y conocimiento del tema. Por lo visto, en el año 2013 hubo un intento de hacer una manifestación por el Orgullo LGBT en Tiflis –capital de Georgia--,  que provocó revueltas y ocasionó numerosas agresiones a los participantes por parte de grupos conservadores y religiosos. Estos sucesos llevaron a Levan Atkin a querer hacer esta película y denunciar la situación en su país de origen.
El proyecto ha debido de ser muy complicado y, según los protagonistas, si ha salido adelante ha sido porque era una producción sueca y francesa. Han encontrado innumerables pegas y rechazos: lugares que ya estaban contratados para rodar y que, al enterarse del tema, se echaban atrás con cualquier excusa; han necesitado llevar escolta; muchos bailarines rechazaron participar en el proyecto, y el coreógrafo solo aceptó trabajar si su nombre no aparecía en los títulos de crédito. De hecho, Levan Gelbakhiani, que interpreta al protagonista, rechazó el papel hasta en cinco ocasiones por miedo a las consecuencias que pudiera acarrearle. Por fin, en parte por militancia, se decidió a interpretar a Merab.
Ternura
Tampoco el estreno ha estado exento de polémica.  Hubo amenazas e incluso fue necesario un cordón policial alrededor del cine. Pese a todo, las entradas se agotaron, lo que muestra que también hay gente en Georgia que piensa de otra manera.
En una entrevista los protagonistas comentaron que la cultura dominante en su país es muy machista y conservadora.  La influencia rusa no contribuye tampoco a mejorar las cosas.
La verdad es que la imagen de la sociedad que muestra la película produce bastante tristeza. Me recordaba a España en mi infancia: bodas de penalti, vecinas que fiscalizan todo, homosexualidad como tabú o tema de chiste y una presencia asfixiante de la religión y la tradición. Incluso el baile, que parece un espacio artístico de libertad, se convierte en un ambiente encorsetado, rígido y falso.
Es una suerte que haya gente valiente como Levan Akin, capaz de enfrentarse al miedo, al odio y al poder establecido para mostrar una realidad dura e intentar dar voz a quien no la tiene.
Creo que también está bien que nosotros colaboremos difundiendo esta película, que además del contenido ideológico, es excelente. De manera que ya sabéis, todos al cine a ver Solo nos queda bailar. Por el baile, por militancia o porque es una buena peli. Motivos sobran.

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