viernes, 22 de febrero de 2019

La ley del silencio


(Cada luchador tiene una pelea que lo hace o lo rompe, Elia Kazan)

 
Elia Kazan (1909-2003) es uno de los directores cinematográficos más influyentes en la historia del cine. De una manera directa, a través de sus propias películas, y de otra, incluso más determinante, a través de la labor del Actors Studio, la asociación que (junto con Cheryl Crawford y Robert Lewis) fundó en 1947 y en la que se han formado grandes actores y directores que han consolidado unas formas de interpretar y dirigir basadas en “el Método” (derivado del sistema del dramaturgo ruso Konstantín Stanislavski, que propugnaba que el intérprete ha de dejar que la personalidad del personaje sustituya a la suya propia).


Los actores directamente formados en el Actors son innumerables (Paul Newman, Al Pacino, Marilyn Monroe, Jane Fonda, James Dean, Dustin Hoffman, Marlon Brando, Eva Marie Saint, Robert De Niro, Jack Nicholson, Steve McQueen…) y la influencia de la institución sobre la actual manera de entender la interpretación, incuestionable.

Sin embargo, cuando en el 1999, el nonagenario y achacoso Elia Kazan, arropado por Robert de Niro y Martin Scorsese (admirador declarado de Kazan como fundador del cine moderno en Estados Unidos) subió al escenario del Dorothy Chandler Pavilion a recoger el Óscar honorifico que reconocía toda su trayectoria profesional (ya tenía dos como director), la mitad de los asistentes al acto no aplaudió al anciano director. Mientras, en la calle, se enfrentaban grupos de manifestantes a favor y en contra de Kazan.
Elia Kazan y Martin Scorsese
La polémica se había gestado medio siglo antes, cuando, en 1952, Kazan testificó ante el Comité de Investigación de Actividades Antiamericanas. Inicialmente, se negó a dar nombres y se limitó a reconocer que había sido militante comunista de 1934 a 1936, pero después identificó como comunistas a ocho miembros del extinto Group Theatre (la asociación que entre 1931-1941 llevó a cabo los postulados teatrales más innovadores y en la que Kazan había destacado como director). Más tarde, denunciaría también a Lee Strasberg, el director artístico del Actors Studio.

Kazan nunca mostró arrepentimiento por su delación, nunca se excusó (como, por ejemplo, hizo el actor Sterling Hayden). Sí explicó su actitud como la de alguien que estaba profundamente agradecido a las posibilidades que las libertades de Estados Unidos le habían ofrecido (griego, nacido en Estambul, había emigrado a Estados Unidos con su familia, huyendo de la miseria). En Estados Unidos pudo estudiar arte dramático en Yale, convertirse, primero, en un aclamado director de teatro y, a partir de 1944 (cuando dirigió Un árbol crece en Brooklyn), en un gran director de cine. Dos de sus más sobresalientes películas, La ley del silencio (1954) y América, América (1963) pueden entenderse, precisamente, como nacidas de esa necesidad de explicarse, que no de excusarse.

La ley del silencio, nació de la colaboración de Kazan con el gran guionista y escritor Budd Schulberg (1914-2009). El director y el guionista tenían origines muy diferentes: Schulberg se había criado en Hollywood, como hijo de uno de esos judíos talentosos y ambiciosos que crearon la industria cinematográfica norteamericana (Memorias de un príncipe de Hollywood es el título que Schulberg dio al apasionante libro en el que relata sus primeras décadas de vida, como espectador, primero en Nueva York y después en Hollywood, del desarrollo del cine como el primer arte convertido en industria).

Sin embargo, el príncipe y el emigrante pobre tenían algo fundamental en común: ambos fueron unos delatores.

Schulberg había sido comunista y uno de los fundadores del sindicado de guionistas de Hollywood pero, horrorizado por las noticias de las matanzas de Stalin, abandonó el partido. En 1941 ya se había puesto en contra a gran parte de los jerarcas de Hollywood con su novela ¿Por qué corre Sammy? Quizás para congraciarse con ellos y poder volver al mundo en que se había criado, en 1951 fue uno de los testigos amistosos que declararon ante el Comité de Actividades Antiamericanas.

Se puede decir, eligiendo una frase que él mismo usa en sus memorias sobre algo que nada tiene que ver con “la caza de brujas” (en su libro no toca ese asunto, puesto que cierra sus recuerdos mucho antes de que eso ocurriera), que “el valor subjetivo capituló ante una cobardía realista”.
Un sonriente Schulberg declarando ante el Comité
A uno de los que Schulberg denunció fue a su viejo amigo Ring Lardner junior, quien había entrado en el partido comunista precisamente por influencia de Schulberg. Ring Lardner fue uno de “los diez de Hollywood” que, acogidos a la Quinta Enmienda, se negaron a declarar y fueron condenados a un año de cárcel, mil dólares de multa y a la expulsión de Hollywood.

Lardner junión relató aquellas vicisitudes en sus memorias, tituladas Me odiaría cada mañana -porque eso, precisamente, es lo que dijo al negarse a declarar: "Podría contestar, pero si lo hiciera me odiaría cada mañana"-. Sobre la traición de Schulberg escribió: "Aunque no trabajaba entonces en HollywoodBudd sintió la urgente necesidad de exculparse, y por ello recurrió al procedimiento de acudir a la comisión, bendecir sus desvelos, perorar un rato sobre la amenaza comunista tanto en casa como en el resto del globo y dar unos cuantos nombres de cosecha propia. Lo mismo hizo Elia…".

Esas eran las historias que pesaban sobre Kazan y Schulberg cuando colaboraron, en 1954, para realizar una película On the Waterfront (La ley del silencio, en España) que convirtieron en una apología de la delación y, por extensión, en una justificación de la traición de ambos a sus compañeros y amigos.

Budd Schulberg creó el guion partiendo de artículos de prensa sobre corrupción en los muelles, aunque, significativamente, en su versión los sindicatos portuarios, que estaban dominados realmente por comunistas, aparecen controlados por grupos mafiosos. 

La película estuvo nominada a 12 categorías de los Óscar y logró ocho: a la mejor película, al mejor director (Kazan) , al mejor actor (Brando), a la mejor actriz de reparto (Eva Marie Saint), al mejor guion original (Budd Schulberg), al mejor montaje (Gene Milford), a la mejor dirección artística (Richard Day) y a la mejor fotografía (Boris Kaufman).
Marlon Brando como pensativo Terry Malloy
Como protagonista de la película, Kazan tuvo el acierto de, frente a la idea inicial de que fuera Frank Sinatra, elegir a Marlon Brando, uno de los discípulos del Actors Studio con el que ya había triunfado, primero en Broadway y luego en Hollywood, con Un tranvía llamado deseo y (A Streetcar Named Desire, 1951) y, en 1952, con ¡Viva Zapata! (en la que ya se mostraba inequívocamente en contra de los procesos revolucionarios, viciados por la corrupción de sus líderes).

Si hace tiempo, al comentar El beso de la muerte (1947), de Henry Hathaway, la  explicábamos como un alegato en favor de la delación que debía de ser entendido en el contexto histórico y social de la llamada “guerra fría”,  La Ley del silencio significa un gran salto cualitativo en ese mismo alegato, entendible también por ese contexto (lucha en el interior del país contra el comunismo a través del Comité de actividades antinorteamericanas y en el exterior a través de la guerra de Corea) y por las circunstancias comentadas de su director, Elia Kazan, y su guionista, Budd Schulberg.

El argumento se centra en el personaje de Terry Malloy, un boxeador fracasado, que es utilizado por el gánster Johnny Friendly (Lee J. Cobb) como cebo para asesinar a un estibador rebelde a su autoridad (con esas escenas impactantes se inicia la película) y también para obtener información del grupo de estibadores conjurados con el padre Barry (Karl Malden) contra los mafiosos. Terry encontrará, finalmente, la redención gracias al amor de Eddie Doy (Eva Marie Saint) y de las enseñanzas del padre Barry, aunque para ello deba delatar a la organización mafiosa de la que también forma parte su hermano Charley y destruir a este.

La película significó el triunfo absoluto de Marlon Brando, que bajo las órdenes de Kazan supo sacar todos los registros interpretativos necesarios para caracterizar al desconcertado, tierno y a su manera, muy desvalido Terry Malloy; un personaje al que Schulberg dotó de dos grandes pasiones propias: la de la cría de palomas, que el guionista practicó en su juventud (incluso llamó al personaje de Eva Marie Saint con el nombre de su primera paloma) y el boxeo, pasión esta que acompañaría a Schulberg toda su vida.
Marlon Brando y Rod Steiger en la escena del taxi
Brando, sin embargo, no guardaba buen recuerdo de la película (lo cuenta Luis Gasca en una biografía del actor). Así, por ejemplo, de la escena quizás más conmovedora, esa en la que Terry, en un taxi, reprocha a su hermano que le hubiera utilizado en peleas amañadas para ganar dinero a costa de hacerle perder los combates (“Podría haber tenido clase. Podría haber sido un triunfador. ¡Podría haber sido alguien en vez de un vago, que es lo que soy!”), dijo:

Tuvimos que rodar la escena siete veces, y a mí no me gustaba la forma en que estaba escrita. Yo estaba harto de la película. Rodábamos en Nueva Jersey en pleno invierno, ¡qué frío, Dios! Además yo tenía otros problemas en aquel momento. Problemas con las mujeres. También esta esa escena. Déjame pensar… La rodamos siete veces porque Rod Steiger no podía parar de llorar. Es uno de esos actores a los que les encanta llorar. La repetimos una y otra vez. La primera vez que vi La ley del silencio, en la sala de proyección de Elia Kazan, pensé que era tan terrible que me fui sin decirle nada”.

Marlon Brando y Eva Marie Saint
El resto de los actores realizaron también grandes interpretaciones: Eva Marie Saint, que siempre recordó lo amable que había sido con ella Brando y que, en este, su primer papel cinematográfico, fue recompensada con el Óscar a la mejor actriz de reparto; Lee J. Cobb, en uno de esos papeles secundarios de malvado que tan bien interpretó a lo largo de su carrera; Rod Steiger, como Charley Malloy, y, por supuesto, Karl Malden, como padre Barry. Aunque ninguno lo obtuvo, los tres fueron candidatos al Óscar al mejor actor de reparto.

Tanto Saint como Steiger habían sido alumnos del Actors Studio. Y Cobb y Malden también habían estado vinculados a Kazan como actores de teatro.

Pelea entre Johnny Friendly (Lee J. Cobb) y Terry Malloy (Marlon Brando)
Sobre Lee J. Cobb señalar que en 1953, un año antes de participar en esta película, también fue llamado a declarar ante el Comité, ante el cual delató a una veintena de compañeros.

El personaje que interpreta Malden, el padre Barry, es el encargado de apuntalar ideológicamente la delación, incluso comparando con Jesucristo a quienes en la película delatan a los mafiosos, puesto que considera que emprenden sus particulares viacrucis para lograr salvar a sus congéneres del mal.

Especialmente significativa es la conversación entre uno de esos futuros mártires con el padre Barry:

Dugan: Aquí, en el muelle, todos somos s. y m.

Padre Barry: ¿S. y m.? ¿Qué es eso?

Dugan: Sordos y mudos. Aunque nos estuviesen matando, no podríamos chivarnos…

Padre Barry: …en este país nos queda siempre un recurso: defendernos, señalar a los desaprensivos. Justificar la lucha de lo justo contra lo injusto. Lo que para ellos significa delación es para vosotros libertad…
Karl Malden como Padre Barry
Karl Malden ya se había llevado ese Óscar por su trabajo en 1951 en Un tranvía llamado deseo, también con Marlon Brando y bajo la dirección de Kazan, con el que seguiría interpretando algunos de sus mejores papeles.

Muchos años después, Malden, que era miembro de La Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, y que había sido su presidente entre 1989-1992, fue el principal valedor de Kazan para que se le concediera ese Óscar honorífico del que hablábamos inicialmente.

Ante las críticas que recibió por su defensa de Kazan, el actor contestó tajantemente "Siempre he admirado su trabajo, no su ideología política".

Aunque Malden hacía trampa, puesto que lo reprochable no es la ideología sino la traición, lo cierto es que su pragmatismo puede ser la actitud más acertada en los casos en que debamos enfrentarnos a creadores geniales en su arte pero moralmente reprobables en sus actitudes personales: admirar su obra y condenar sus conducta.

Admiremos, pues, La ley del silencio.


Yolanda Noir

viernes, 15 de febrero de 2019

Ha nacido una estrella (o varias)

La última versión

El pasado festival de cine de San Sebastián vi la película Ha nacido una estrella de Bradley Cooper. Está protagonizada por el mismo Cooper y Lady Gaga. A mí me gustó, qué queréis que os diga, igual soy una simple, pero no recordaba para nada los anteriores (aunque estaba segura de haber visto la de Barbra Streisand y Kris Kristofferson), me pareció que Lady Gaga lo hacía fenomenal, vi que Bradley Cooper lo mismo vale para dirigir que para actuar o cantar  y pasé un buen rato. Después se me ocurrió ver las otras versiones de la película y hacer una comparación. Idea que, después he comprobado, tuvo medio mundo porque está lleno Google de cosas en plan “lo mejor y lo peor de las cuatro versiones”. No me importa, yo he conseguido ver las cuatro pelis y ahora os lo cuento sí o sí. Porque no ha sido fácil, encontrarlas y verlas me ha llevado un tiempo. Quizás hubiera sido mejor que hubiera dedicado todas esas horas a empezar a aprender portugués o hacer el curso “Encaje de bolillos I”. Lo primero que me viene a la cabeza es por qué hay tantas versiones de esta historia. No está mal, tiene su interés, pero ¿cuatro películas? Yo creo que con un par el tema estaba ventilado, pero bueno, para gustos los colores. Os las comento por orden cronológico:
En la ceremonia de los Oscar, antes daban cena

 En 1937 William A. Wellman   dirige la primera versión. Basada en un argumento creado por el mismo director y Robert Carson (no sabían ellos qué idea tan buena habían tenido) con un guion en el que colaboró Dorothy Parker, cuya biografía me fascina y hace que le dé un punto positivo a la película.  La protagonizan Fredrick March y Janer Gaynor. Por lo demás, a esta versión le pesan un poco los años. Resulta ingenua y un poquito ñoña. Le salvan algunos toques de humor en los diálogos (para mí que se nota la mano de Dorothy Parker). Después de ver esta película pensé ¿qué más ha dirigido este buen hombre? A lo mejor todos lo sabéis, pero yo, de las pelis que vi de pequeña, solo recuerdo a los actores (y no he mejorado mucho, ahora me tienen que haber gustado por lo menos tres películas para aprenderme el nombre). Bueno, pues este hombre hizo mogollón, entre otras, Caravana de mujeres, Las aventuras de Buffalo Bill, Más allá del Missouri o Callejón sangriento con la mismísima Lauren Bacall y John Wayne.
La mejor versión
En 1954, George Cukor decide hacer la segunda versión con Judy Garland y James Mason. Para mí, aquí podían haber acabado este asunto dignamente. Es la que más me ha gustado. Eso sí, dura tres horas. Si no sois amigos del musical, absteneos. Pero en mi opinión es la versión más completa en cuanto a actores y como musical. Ha envejecido mejor y transmite más emociones. La verdad es que de tanto ver la película casi me he aprendido diálogos. Hay partes que se repiten en todas las versiones y algunas frases muy buenas, muy agudas.
Algo que me llama la atención de estas dos primeras versiones es que, o es cosa del tecnicolor, o todas las actrices usaban pintalabios naranja, cosa que me sorprende porque no lo veo un color favorecedor.
Para que veáis que no miento.
Todas con ese pintalabios

Luego llegó la de Frank Pierson, en el año 76. No creo haber visto nada más de este director y esta película tampoco hará que me apresure. Le pasa como a las fotos antiguas, vemos las de nuestras madres y nos parece que están divinas, vemos las nuestras con pantalones de campana y damos un grito. Pues eso, la estética setentera no mejora mucho una historia que ya empezaba a aburrirme. Hay que reconocer que Barbra Streisand canta fenomenal y que Kris Kristofferson está bastante bien sin camiseta, pero por lo demás no me parece que aporte mucho a la historia del cine. De hecho, casi me parece la peor de las cuatro. Porque la primera, por lo menos, tuvo la idea original.
Kris Kristofferson luciendo torso
La verdad es que tanto dar vueltas sobre la misma historia, trajo a mi memoria la conversación que tuvimos con mi hija a la salida de la última versión. A las dos nos había gustado —durante el festival se agradece mucho una película comercial—., pero mi hija opinaba que era una historia machista: hombre famoso lleva a una chica humilde a la fama y la convierte en princesa. En ese momento me pareció que las nuevas generaciones son de la línea feminista Mao Tse Tung y que en todo hacen una lectura de género exagerada. Pero ahora, cuando casi puedo escribir una tesis sobre Ha nacido una estrella, empiezo a pensar que tenía razón. No tanto porque él sea el famoso que la lanza al estrellato (aunque también,) sino por el papel que juega el amor en el personaje femenino en cualquiera de las versiones. Siempre nos encontramos a una mujer fuerte, decidida, con una ilusión y mucho talento que lo sacrifica todo por amor. El amor como ideal, como máximo logro en la vida, frente al cual cualquier otro deseo o ambición pierde importancia. Ufff, qué peligro. Y ese mensaje sigue vivo. Más les vale a nuestra hijas ser de la línea Mao Tse Tung...

viernes, 8 de febrero de 2019

Amanece, que no es poco (1989)

Dicen que los amanecistas, esto es, los fans de la mítica cinta de José LuisCuerda, “Amanece , que no es poco”, a partir de ahora “a.q.n.e.p.”, están de enhorabuena porque, por fin, Cuerda, su director, ha decidido estrenar una segunda parte llamada “tiempo después”. Han pasado ya treinta años de aquella mítica película, que se ha convertido en una cinta de culto para tanta gente. Hay quien considera a “a.q.n.e.p.” la versión carpetovetónica de la norteamericana “The Rocky Horror Picture Show”, por los seguidores, dicen, y quizá por el especial sentido del humor de ambas cintas, pero, en mi humilde opinión, la diferencia acaba ahí.

Teodoro, el ingeniero y Jimmy, su padre, llegan a la sierra del Segura.


Cuando decidí hablar de esta peli en el blog, decisión nacida por el estreno de “Tiempo después”, me sorprendió un tanto el hecho de que ninguna de mis compañeras hubiera hecho mención a ella con anterioridad, cosa que, por cierto, me alegró bastante. Poder ser la primera en hablar de esta cinta, como amanecista que soy, es todo un honor. Como ya mencioné cierta vez al hablar de Javier Aguirre y su filmografía, la llamada “españolada” la comedia constumbrista española de los años 60, 70 y 80, a pesar de la mediocre calidad de la mayor parte de sus films, no dejan de ser cine, reflejo de su época. “A.q.n.e.p.” no es una españolada aunque retrate una escena de un pueblo de Albacete, pero tiene una de las cosas buenas que tenían aquellas denostadas cintas: Su equipo artístico. Y es que esta cinta “amanecista”, película coral, perla del humor absurdo, está protagonizada por varios de los grandes actores y actrices que ha dado este país.




Y antes de tirarme al barro para desgranar un poco “a.q.n.e.p.” he de decir que todos aquellos que venden “Tiempo después” como segunda parte de aquella irrepetible cinta, ignoran, y es gravísimo para aquellos que se consideran amanecistas, que ya hubo una segunda parte, bastante graciosa, llamada “así en la tierra como en el cielo”, donde Dios y su vecindario celestial, al comprobar que la tierra no marcha como debiera, deciden preparar el apocalipsis y el juicio final, y para ello bajan y se hacen carne en un pueblo de la sierra albaceteña.


Pero hoy nos dejamos de esta verdadera segunda parte y nos centramos en la primigenia y original “Amanece, que no es poco”.


Sinopsis e introducción del paisanaje:

Teodoro (Antonio Resines, el de los años 80, con bigotón incluido) es un ingeniero de la universidad de Oklahoma que se ha tomado un año sabático y viaja en una moto con “Side-car” con su padre, Jimmy (Luis Ciges). Aparecen en un pintoresco pueblo de la serranía manchega donde deciden pasar unos días y acaban conociendo a un paisanaje de lo más pintoresco: el cabo de la guardia Civil que siente devóción por "Fulkner" (Sic) (José Sazatornil, Saza), Catalina (Chus Lampreave), su hijo N'gué (Samuel Claxton), su tío, Pedro (Alberto Bové), Tito Valverde (labrador intelectual), La labradora al que le nace un hombre en el bancal (Pastora Vega, y el hombre nacido, Ferran Rañé), el cura (Cassen), Su tío (Manuel Aleixandre), el alcalde (Rafael Alonso), Susan, su novia (Fedra Lorente), don Roberto (El maestro que dalecciones cantando gospel con esa voz tan excelente que tenía su intérprete, Paco Hernández, gran actor de doblaje), el portavoz de los universitarios norteamericanos (Gabino Diego), Carmelo, el borracho (Miguel Rellán), el suicida (Guillermo Montesinos) o el personaje sin papel (Quique San Francisco). Todos y cada uno de ellos crean escenas absurdas, graciosas e impagables.





Cuerda nos muestra un entorno rural en el que parece que el tiempo se haya estancado en los años cuarenta. Los habitantes visten a la usanza de la época, el cura da la misa de espaldas, las mujeres se cubren la cabeza, la escuela rural tiene pupitres vintage...Incluso hay una escena que me molesta y que hoy en día sería impensable, el tío del cura acostándose en la misma cama que una niña. La peli tiene un regusto añejo a sexista, racista y rancio, pero no hay que olvidar que es una peli sujeta a una época concreta.


Si esta peli se ha convertido en una cinta de culto es por las memorables escenas de humor absurdo. Curiosamente, cuando se estrenó, la cinta no tuvo un gran éxito y, en los Goya de su año, apenas tuvo cuatro nominaciones, ninguna ganadora. Sin embargo, el paso del tiempo y, sobre todo, el paso de la cinta por la televisión, descubrieron a muchos la gracia y el encanto de “a.q.n.e.p.”Sea como fuere y a pesar de la discreta aceptación en las salas de cine, el tiempo ha hecho milagros en esta peli y la ha tratado bien, tanto que hay páginas en las rrss para fans, e, incluso, recorridos visitables de los escenarios naturales de la película para quien desee acercarse, que no es poca gente, a los pueblos de Aýna, Liétor y Molinicos.

Sea como fuere, y a pesar de sus defectos, fruto de su tiempo, A.q.n.e.p. es una joya del humor absurdo. Si alguien aún no la ha visto, está a tiempo de formar parte de esa gran familia de "amanecistas" que existen por ahí.

viernes, 1 de febrero de 2019

Heridas abiertas (Sharp Objects)


No voy a caer en el tópico cuñao de criticar el cambio de título del inglés al castellano (porque es un CAMBIO de título, no una traducción), pero así y todo, no puedo resistir las ganas de decir que "Objetos punzantes" también era un buen título para esta miniserie televisiva (ocho episodios de aproximadamente una hora) basada en la novela homónima, de 2006 (en español salió en 2015 ya como “Heridas abiertas”), de Gillian Flynn, la primera que publicó esta autora. No he leído esta novela y, sí, en cambio, la famosísima "Perdida" ("Gone Girl"), que no me llenó precisamente de entusiasmo.

Sí me entusiasmó, por el contrario, “Big Little Lies”, otra miniserie dirigida por el canadiense Jean-Marc Vallée, que también firma “Heridas abiertas”.

Os cuento un poco de qué va "Sharp Objects". Camille Preaker es una periodista treintañera de San Luis que regresa a su pueblecito natal, el imaginario Wind Gap del estado de Misuri (sí existe un Wind Gap en Pensilvania, aunque las localizaciones del pueblo se filmaron en otro de Georgia), con el encargo de escribir varios reportajes sobre una adolescente asesinada y otra desaparecida en el intervalo de pocos meses, lo cual, para un pueblo en el que nunca pasa nada, es pasar mucho.

Camille cumple a regañadientes la tarea que le encomienda su jefe (muy paternal y protector con ella el gran Miguel Sandoval), porque la relación que mantiene y siempre ha mantenido con su madre no es para nada sana. Una vez en Wind Gap, a Camille le resucitan todos los demonios que la hicieron marchar de allí un día.

Así, el relato se centra en los conflictos internos y externos de la protagonista y deja en un segundo plano, aunque no del todo arrinconada, la investigación criminal. Este segundo plano narrativo viene encarnado por Richard Willis, un policía forastero (en el pueblo le llaman cariñosamente "el de Kansas", con el noble propósito de recordarle continuamente que no es uno de los suyos) encargado de las pesquisas, que anda un poco perdido entre gente que, en el mejor de los casos, no le hace ni puñetero ídem y en el peor, le insulta o agrede. Camille Preaker, que, como él, es una outsider y poco menos que una indeseable en su propia villa, le coge aprecio (no obviemos tampoco el hecho de que el poli es Chris Messina; o sea, que tiene un físico pinturero y las windgapianas de todas las edades lo desean no siempre en silencio) y así se establece entre ellos una relación... una relación... A ver cómo os lo explico: quien busque una historia de amor convencional, que vaya a ver otra serie. Aviso.

Por ponerle un pero narrativo a la serie diría que a una fan del género negro como servidora este plano criminal le sabe a poco. Aunque (repito) no queda del todo abandonado, tampoco avanza y los encuentros entre Camille y Richard giran continuamente sobre sí mismos sin adentrarse en otros territorios. Por el contrario, en el otro plano, el de los problemas psiquiátricos de Preaker, sí avanza el relato y poco a poco se nos van revelando detalles que nos explican por qué la pobre está como está.

En los últimos episodios se precipitan los acontecimientos de ambos planos y suceden cosas que darían para rellenar tesis doctorales sobre relaciones maternofiliales, enfermedades femeninas, la morbosidad en los cuidados y asuntos que dan mucho miedo.

Así que mejor vamos ahora con lo bueno, de la serie. Nombro nada más la banda sonora, que merece todo un artículo para ella sola, y os cuento que, aunque ciertos personajes un tanto planos y estereotipados, hay, en cambio, un puñado de ellos perfectamente trabajados, cincelados; son complejos, poliédricos, y además vienen magistralmente interpretados por auténticas fieras como estas tres que os he puesto en la foto de uproxx.com: Amy Adams (Camille, la prota), Patricia Clarkson (la madre, un icono; para quitarse el sombrero) y Eliza Scanlen (la hermanastra, inquietante seminiña semiadulta), con la inestimable colaboración de la magnífica Elizabeth Perkins como secundaria de lujo.

Dejo para el final lo mejor de la serie: la atmósfera, la ambientación, impregnada de los delirios mentales de Camille Preaker, que hace bailar las letras impresas y pone niñas muertas en casi todas las esquinas. 

A Gillian Flynn se le nota que es de Misuri y se le da muy bien el sur profundo de la América profunda, más aún en la era Trump o pre Trump, cuando la culpa de todo la tienen los mexicanos y los gays, así que, de su mano, nos dejamos sumergir en ese calor húmedo, pegajoso, esas axilas cercadas de sudor, esos ventiladores en el techo, esos agradecibles toques a lo "Twin Peaks", esas ruinas humanas que crían cachorros de ruinas humanas, ese feísmo cultivado de la "basura blanca", esos mundos cerrados sobre sí mismos y traspasados por todos los -ismos destructivos del universo.


Ficha técnica (cinemagavia.es):

Título: Heridas Abiertas
Título original: Sharp Objects
Reparto:
Amy Adams (Camille Preaker)
Patricia Clarkson (Adora Crellin)
Chris Messina (detective Richard Willis)
Eliza Scanlen (Amma Crellin)
Taylor John Smith (John Keene)
Will Chase (Bob Nash)
Catherine Carlen (Deeanna)
Madison Davenport (Ashley Wheeler)
Elizabeth Perkins (Jackie O’Neill)
Wes Robertson (Jack)
Sophia Lillis (joven Camille)
Año: 2018
Director: Marti Noxon, Jean-Marc Vallée
Guion: Marti Noxon, Scott Brown, Ariella Blejer, Dawn Kamoche, Vince Calandra, Alex Metcalf (Novela: Gillian Flynn)
Fotografía: Yves Bélanger, Ronald Plante
Género: Thriller. Drama
Distribuidor: HBO España




Noemí Pastor