viernes, 28 de mayo de 2021

Libro y novela: como un huevo a una castaña

El tema de las adaptaciones siempre da juego con sus comparativas y versiones según el medio al cual querramos llevar esos libros en pantalla. De hecho, ya le dediqué una entrada al mismo hace algún tiempo con "Juzgando por la cubierta". En el artículo de hoy, quiero hablar de aquellos casos donde el libro y la obra se intentan parecer pero acaban separándose escandalósamente, mediante el ejemplo de tres películas que se basan en novelas conocidas de su momento, y que en general, ahora se recuerdan más por su adaptación.

Cambiando el formato: Lo que el Viento se llevó

Basada en la novela de Margaret Mitchell, y producida por Selznick, es un ejemplo de cómo mantener una gran fidelidad con la novela, aspirando a recoger a los personajes y contar la historia en un formato diferente, pero manteniendo la esencia.

Suavizada en algunos aspectos para evitar la polémica (aunque hoy en día, en tiempos puritanos, el film sea emitido con advertencias en algunas cadenas), que generaba el tratamiento del papel de los del norte y la pérdida de los del sur, así como eliminación de tramas secundarias o fusión/eliminación de personajes, el alma de la novela sigue estando ahí, creando un clásico atemporal, parte ya de la historia del cine.

Se cambia el medio y su formato, pero la historia permanece. Otro ejemplo de este tipo es Sense & Sensibility de Ang Lee.



Cambiando el género: Lady L

Lady L es una novela francesa de finales de los años 50 de Romain Gary, que quizá haya caído en el olvido. Cuenta la vida de Lady L, una alta dama de la sociedad inglesa de origen francés, y su relato y confesiones cuando cumple 80 años, lo que nos da lugar a conocer la angustia mental de una mujer que sólo quiere sobrevivir en un ambiente de dominación masculina y obsesionado con el anarquismo del siglo XIX.

En la versión para el cine, el actor Peter Ustinov (que también se reserva un pequeño papel) dirige a un trío maravilloso que se ajusta a sus personajes como un guante: Sofía Loren, David Nive y Paul Newman. Mantienen la picardía francesa y el humor de corte británico que está en el papel, pero decide mover la historia de la tragedia a la comedia. Es así, como una historia que en el libro te desasosiega, en la pantalla, te da una risita complice, y se minimiza el daño que Lady L sufre y también inflige. De esta forma, la historia, como en el caso anterior, permanece a pesar de estos cambios, pero el tono es totalmente diferente (algo reforzado con dos finales distintos, diferentes en su tono, pero con fondo extrañamente similar).

Es una adaptación que resulta ciertamente infiel, pero con una infidelidad extraña y cómplice. Ves casi lo mismo, pero a través de una perspectiva diferente. Es uno de esos casos, que no recuerdo haber visto tanto en el proceso de novela al cine, salvo quizá cuando se trata de teatro a pantalla (West Side Story VS Romeo y Julieta), o genialidades como Apocalypse Now (basada en la novela El Corazón de las Tinieblas de Joseph Conrad), que aún así, siguen manteniendo los finales originales.



Cambiando la obra: Marnie, la Ladrona

Cerramos este artículo sobre parecido en libros y películas, con uno de esos casos de parecidos nada razonables, como es el caso de la conocida Marnie, La Ladrona, clásico de Hitchcock que ha hecho olvidar a su original literario, Marnie, de Winston Graham (conocido por su saga Poldark).

Quizá este caso, es el que más nos solemos encontrar, y por eso, siempre decimos ese clásico de que el "libro y la película no se parecen, así que lee el libro antes o el libro es mejor", por lo que a veces, es más tranquilizador hasta desconocer un origen literario del film a ver.

Ya sabemos que Hitchcock había recurrido a novelas en algunos de los casos de la filmografía, notablemente con Los 39 Escalones de John Buchan, o la conocidísima Rebecca de Daphne du Marier. En este caso, tomó la obra de Graham, y además de cambiarla de país (de Inglaterra a EEUU), Hitchcock aprovecha una polémica novela (especialmente para el momento) sobre una protagonista que es una criminal, y narra su historia y su problemática relación con los hombres, para vertir ahí sus propias obsesiones con las mujeres.

Aquí el conocido director, terror de las rubias, se confirmó como pesadilla para su protagonista, Tippi Hedren, que ya lo había sufrido un año antes con Los Pájaros. Convierte a Marnie en un ser miedoso y psicótico, muy diferente al personaje multidimensional del papel, que tiene sus obsesiones, pero también una fuerza y un extraño feminismo que lo hace muy atractivo en su narración en primera persona. Eliminó personajes clave, añadió otros para reforzar sus obsesiones (la cuñada), y toma a Mark, el protagonista para convertirlo en un macho alfa salvador, frente al taciturno e introvertido, pero no por ello menos contudente, personaje original. Así se van sucediendo los cambios hasta llegar a un punto en el que libro y película se dan un aire pero cambian por completo.(*)

Resumiendo, este caso es el que con más frecuencia nos encontramos en el cine, que el libro se ajusta para el supuesto público, aunque aquí, sirve como excusa al director (o productor, o guionista, el que sea), para llevar a cabo sus propias reescrituras sobre el original.


viernes, 21 de mayo de 2021

El padre

Dudé bastante antes de ir a ver El padre. Sabía que el tema era el Alzheimer y, siendo enfermera, a veces estoy saturada del lado oscuro de la vida, o por lo menos del que se relaciona con la vejez y la enfermedad, y me da pereza verlo en las pantallas. Por fin me animé y me alegro de haberlo hecho. Me hubiera perdido una excelente película. No me sonaba de nada el director, Florian Zeller, pero en este caso no es tan raro porque es su primera película. Es un hombre joven, 41 años, escritor y dramaturgo. De hecho, El padre fue primero obra de teatro y algo se nota en la película (sin que suponga ningún inconveniente). Uno de los grandes aciertos de la película es la elección de intérpretes: Anthony Hopkins y Olivia Colman, ahí es nada. Yo no sé qué hacen en Reino Unido para tener actores tan buenos, debe ser que representan Shakespeare en el colegio y algo se les queda.
Vamos con el tema. El Alzheimer es una enfermedad atroz porque parece despojarte de tu propia naturaleza. Es tremendo para el paciente y para los cuidadores que van viendo como la persona a la que quieren se va convirtiendo en alguien cada vez más alejado, hasta que llegado un punto ni siquiera los reconoce. Un tema que puede calar tan hondo ha sido llevado muchas veces a la pantalla. ¿Quién no recuerda El hijo de la novia? En esa película de Campanella, tres actores soberbios: Ricardo Darín, Norma Aleandro y Hector Alterio mostraban de una forma tierna y con toques de humor cómo mantener el amor cuando la razón ha desaparecido. Hay otras películas en las que el Alzheimer tiene un papel principal que me han conmovido. Una es Poetry, una de mis películas favoritas de todos los tiempos. La protagonista se enfrenta a su diagnóstico mientras debe ocuparse de un nieto problemático y, a la vez, se pregunta qué es la poesía. La sensibilidad no se pierde con el deterioro que conlleva la demencia.
Otra película preciosa es Amor, de Haneke. No estoy muy segura de si la protagonista sufría de Alzheimer o el deterioro estaba causado por otra patología, pero el tema era el mismo: el amor, el cuidado y la pérdida de capacidades. El director aborda con una enorme ternura y sin pizca de sensiblería ese momento terrible en una pareja en el que uno de los dos ha dejado de ser quien era. Lo más frecuente cuando se habla de demencia es poner el foco en el cuidador, porque es muy difícil ponerlo en el paciente, pero Zeller se ha atrevido a mirar desde los ojos de una persona con Alzheimer. Era arriesgado. Nadie sabe cómo es exactamente estar en ese lado, qué se siente, cuánto se sufre, cómo se defiende uno de la confusión que lo rodea. Los que hemos tenido familiares aquejados de esa enfermedad sabemos de sus constantes demandas de querer ir a casa, aunque lleven viviendo en el mismo lugar cincuenta años; de la confusión de hijos con padres; de la inquietud al anochecer. Intuimos el sufrimiento, intentamos recolocarlos en la realidad, pero en realidad no sabemos nada de ese territorio oscuro por el que se mueven. El personaje de Anthony Hopkins es un hombre de carácter fuerte, en absoluto dócil o fácil de llevar. Quiere seguir manteniendo el control sobre su vida y consigue que se vayan todas las cuidadoras que su atribulada hija contrata. Ver la realidad a través de los ojos del protagonista desconcierta al espectador, que deberá ir reconstruyendo la historia y percibirá con fuerza el dolor y la angustia del anciano y de la hija. Me parece todo un logro del director conseguir que sintamos compasión, e incluso afecto, por un personaje que no resulta nada simpático. A la vez nos ponemos en el lugar de la hija, en ese debate interno entre cuidar de su padre y el derecho a vivir su vida. Es interesante para cualquiera, pero los que tengan padres mayores se sentirán especialmente conmovidos.
No es de extrañar que la película haya cosechado tantos premios: Oscar al mejor actor y al mejor guion adaptado, Goya a la mejor película europea, BAFTA al mejor actor y al mejor guion adaptado, Premio del Público en el Festival de San Sebastián… En resumen, una película imprescindible en este año de sequía cinematográfica.

viernes, 14 de mayo de 2021

Mi querida señorita (1972)

Hoy traigo una película curiosa del cine hecho en España. Creí que el tiempo la había tratado peor, pero con el paso de las décadas, y ya va por la cuarta, ahora se ve desde otra perspectiva y no luce mal. Deja ver algunos aspectos de esa sociedad tardofranquista con las tribulaciones de un protagonista que lo hubiera tenido un poquito más fácil en este nuevo milenio. Un poquito nada más. Tampoco vayamos a pasarnos.

Una señorita de buena sociedad de provincias y su criada.

La dirección corrió a cargo de Jaime de Armiñán, un director y novelista que ha rodado no pocas historias con su tempo bien medido. La que hoy nos ocupa acabó compitiendo como mejor película de habla no inglesa en los Oscars. Según Armiñán, si no ganó fue porque la academia hollywoodiense tenía una deuda con Buñuel, perdedor el año anterior, y lo ganó aquél año por mala conciencia de los "oscarienses". No ganó pero George Cuckor dijo de López Vázquez, dada su interpretación, que era el mejor actor del momento. La peli en cuestión trata el caso de la transexualidad desde la óptica misteriosa y pudorosa de los años 70.

El director.

Adela es una señora, instalada ya en la cuarentena, de una ciudad de provincias. Su educación de buena familia, pero sin oropeles, ha sido la propia de las señoras de su condición: Cultura general, algo de música, mucho rezo, mucha beatería y mucho recato. Adela se resignó desde joven a ser una solterona porque se sabía fea y, además, los hombres siempre le dieron igual. 

Hay carteles menos logrados que otros...

Doña Adela, porque es una señora de la época, vestida con recato y algo cursi, vive asistida por una criada joven a la que ella llama "Isabelita". Doña Adela es una mujer decente y pudorosa, como se espera de ella, pero cuando maneja el 600 conduce como el Fittipaldi de la época (Hoy la llamaríamos Hamilton). 

Doña Adela conduce rápido

Doña Adela se reencuentra con un viejo amigo de su edad, Santiago, que ha quedado viudo con dos hijas adolescentes. Santiago, que se siente solo, intenta convencer con ternura a Adela para iniciar un noviazgo con fines serios. Pero Adela no se siente convencida, quizá porque no se siente atraída por el hombre. Además, una bronca con la criada, que se asemeja más a una riña de novias, acaba dejándola sola porque el servicio se despide.

Pretendiente otoñal

Y Adela acude a confesarse con ese cura moderno que predica ese cristianismo nuevo tan comprensivo y "buenrollista" de la época postconciliar. El sacerdote le envía a un especialista médico que le da la sorpresa (Agradable) de su vida.

Dedicada a las labores de su sexo.

Aquí empieza la segunda parte de la historia, saliendo de un túnel de ferrocarril y llegando a una estación madrileña donde le llaman "señor". Porque Adela ahora atiende por Juan y aunque gasta bigote recortado y lleva traje con corbata sus gestos y sus manos siguen siendo femeninos.

Las manos de Juan lo dicen todo.

Busca una pensión dirigida por dos intransigentes mujeres (Dos conocidas actrices que son Lola Gaos y Chus Lampreave pre-Almodóvar). También busca un empleo, pero dónde puede ir sin un DNI donde figure un nombre y un sexo que ya no son el suyo.

Las dos arpías de la pensión

Por casualidades del destino, Isabelita, su antigua criada, vuelve a cruzarse en su vida. Primero el pánico le hace huir pero poco a poco comienza una relación con ella como jamás se hubiera atrevido en su vida anterior. A su edad aún no ha besado a nadie. Es Isabel quien toma la iniciativa porque Juan no sabe cómo actuar. No olvidemos que una señorita de su reputación debía ser casta hasta el matrimonio. Cosas de la educación rancionalcatólica.

Noviazgo

Para Juan no es fácil tirar hacia adelante. Sin oficio ni beneficio, ¿Cómo, si hasta hace nada fue una señora bien con unas pocas rentas? decide volver a su tierra a vender lo poco que le queda para emprender su nueva vida, aunque lleno de miedos.



Gracias a una vecina de la pensión, y chica de alterne (Mónica Randall), Juan decide iniciarse en el sexo, pero la cosa es un desastre y huye despavorido. Escena fastuosa de López Vázquez (Durante toda la peli, habría que decir) mirando con angustiosa nostalgia las mantillas de los escaparates.

La "mala" mujer de buen corazón y el asustado Juan.

Juan está sumido en una pesadilla. No sabe cómo tirar hacia delante. Isabel se presenta en su casa hecha todo dulzura y amor. La última escena es memorable (Atención: Spoiler). Ambos, desnudos, en la cama, Juan le anuncia "Un día de estos tengo que contarte un secreto", a lo que ella responde sin pensar "¿Qué me va a contar, señorita?".  

El mejor actor del momento, según Cuckor, con Liza Minelli que lo acaba de petar con Cabaret y Charlton Heston, Juan Luis Borau, detrás.

Una historia poco frecuente, la de la transexualidad, y más aún, la masculina, en una época en que "de estas cosas no se hablaban". Una historia bien contada interpretada de manera brillante por  José Luis López Vázquez (Juan) y también por Julieta Serrano (Isabel). Lo único que chirría de la peli (Ya me chirrió cuando la vi de jovencita) es el doblaje del personaje de Doña Adela siendo mujer. Aunque la actriz de doblaje era una consumadísima actriz (Irene Guerrero de Luna) y esposa de otro gran actor como fue Félix Fernández, la voz no le pega nada al personaje. La voz en la peli, por muy graciosa que le quedara a Sophia Petrillo en "las chicas de oro", le da aspecto de vieja bruja a doña Adela.

Juli Gan.

viernes, 7 de mayo de 2021

La nueva ola española de época

La Templanza, disponible en Prime Video

La llegada de las plataformas digitales nos ha sumido en una llegada sin precedentes de nuevo material audiovisual constante y en enormes cantidades. Como decía Scorcesse, hay una obsesión por la creación de contenido, y yo ya digo a nivel personal, que todas las semanas veamos anunciada la "serie o película de la década o el siglo", que cambia tan pronto como se pasa del domingo al lunes. Como el que va a un restaurante de comida rápida, recibimos de seguido un nuevo plato en forma de novedad semanal, que puede venir de cualquier parte del mundo, pero nos preguntamos si lo que empezamos a "comer" se convertirá en algo más para devorar rápidamente, dejar de lado, o degustar con ganas.

Porque todos los días sale algo nuevo, algo aparentemente "imperdible", pero que a las 2 o 3 semanas puede quedar mortecino y frío en una esquina de nuestra "lista de pendientes".

A raíz de esto, la aparición de plataformas hispanas, y el éxito internacional de productos que en principio eran locales, como "La Casa de Papel", los productores de "contenido" han visto un filón en el producto nacional, y desde "Antidisturbios" a las chicas de "Sky Rojo", cada día sale algo nuevo. De este nuevo "filón" se ha recuperado un producto típicamente español, las "series de época".

Antidisturbios, producto actual de Movistar

Las series de época estaban basadas en las ya famosas "radio novelas" cuando no existía televisión, o en las colecciones populares de clásicos o biografías que pulularon desde antes del Franquismo, y que luego supusieron uno de los valores seguros de los primeros años de la dictadura en el mercado cultural y librero. Cuando llega Televisión Española, el paso natural era trasladar esto a la pantalla, y es cuando nacen los espacios de "Estudio 1" y "Novela". Fueron años y años de biografías, teatro, historias originales y también clásicos, que provocaron gran conmoción en el público del momento, como por ejemplo con la adaptación del Conde de Montecristo de 1968 (disponible en el Archivo de TVE).

El Conde de Montecristo, Pepe Martín, que generó una legión de fanáticas entorno al actor

El aspecto acartonado de las adaptaciones, y el cambio de la técnica, así como el fin de la dictadura, dieron lugar a una menor cantidad de productos, pero los pocos que habían se centraban en la adaptación de clásicos nacionales, con lujo y detalle, así como aspecto cinematográfico. Es ahí cuando llegan las grandes series clásicas españolas como "Fortunada y Jacinta", "Ramon y Cajal", "Los Pazos de Ulloa" o "La Regenta", que gozan de un gran éxito de crítica y público. Las series espaañolas se intercalan con producto de fuera, series de éxito en el extranjero como "Poldark" o "Raíces".

Fortunata y Jacinta, producto de gran calidad de los primeros 80

Es ahí cuando llegan los años 90, y TVE dejó de ser un jugador solitario en las pantallas de los espectadores. La llegada de las cadenas privadas empieza a generar un modelo te televisión diferente, más basado en los shows de espectáculo, la telerrealidad, el famoseo y lo morboso. Es completamente natural, que todos los participantes de la parrilla televisiva prefieren hacer programas que salen más baratos y fáciles de producir, que reportan mejores audiencias que se ven llamadas por el vértigo de un contenido que llama a los instintos básicos y primarios, a la vez que se recogen cuantiosos beneficios publicitarios. Estos hechos no suceden sólo en nuestro país, y cada día hay menos series de época, pues si hacen falta alguan, siempre se puede poner alguna supuesta "superproducción" que se resume en hechos biblicos cuando se acerca la Semana Santa, para llamar a la audiencia más tradicional, y sólo como reemplazo de la programacuión habitual.

Es una época bastante pobre y vacía. Las series sólo se podrán ver en canales muy específicos de la parrilla de pago digital, y se estrenarán de tapadillo, como por ejemplo el éxito de "Orgullo y Prejuicio" a finales de los 90 en Canal Estilo. Otro canal de esa época, el glorioso Album TV, recuperará series antiguas pero de éxito como "Retorno a Brideshead". Es un momento de penurias y en los años venideros, sólo los DVDs y las ediciones domésticas, recuperarán estos seriales o se atreverán a incluir supuestas novedades, que con suerte, sólo iban a canales autonómicos en fin de semana (caso de "Norte y Sur" o "Ana de Tejas Verdes").

Orgullo y Prejuicio, un ejemplo de serie atemporal

La serie de época se considera un programa para la siesta, un culebrón de más o menos bajo presupuesto. Y sólo sobrevive en el siglo XXI, como series interminables tipo "El Secreto de Puente Viejo" o "Amar en Tiempos Revueltos", así como miniseries muy concretas, de ciertos periodos tumultuosos y basadas en obras de éxito literario como "La Señora" o "El Tiempo entre Costuras", que gozan del favor del público.

Llegados hoy a una época en la que las plataformas digitales se pelean por la audiencia, se crea un modelo mixto en un país como el nuestro, donde el consumo televisivo está muy marcado por la edad de la audiencia. Así, se produce mezclando a un canal de televisión en abierto, y a la vez, a un canal digital. Alentados por los best sellers "históricos" y "románticos", o por el éxito de las series citadas antes o aquellas que sin ser adaptaciones de libros, tenían sabor a "culebrón" más serio como "Las Chicas del Cable", "Velvet" o "Grand Hotel" (que incluso tienen éxito en el extranjero), algunos productores se han lanzado a un "revival" de las series de época, diversificando el producto.

Grand Hotel, "culebrón" de gran presupuesto y éxito fuera de España

Así podríamos encontrar dos tipos diferenciados: la de aventuras-histórica y las románticas clásicas (no autoexcluyentes), y en el último año, nos han llegado "El Cid", "Hernán", "Inés del Alma Mía" (entre las primeras) o las adaptaciones de "La Cocinera de Castamar" y "La Templanza". Todas tienen los ingredientes para llamar al público, incluso a nivel mundial, y todas han supuesto un resurgir de las grandes miniseries de antaño, lo cual indica que hay una audicencia para las mismas.

Ahora bien, ya cada una, según los gustos y los conocimientos que se tengan de la época en que se desarrollan, o la historia que cuentan, podrá caer mejor o peor al espectador. En mi caso concreto, he disfrutado bastante con "La Templanza", basada en la novela de María Dueñas (que aún no he leído), especialmente más que por la historia, por actuaciones concretas de algunos actores y por lo cuidado de la presentación y vestuarios. Porque nos guste o no la historia, si al menos está bien realizada, con seriedad, yo creo que algo nos puede atraer. Y hacía mucho tiempo, salvo en las producciones más caras que habíamos visto recientemente, que el cuidado por el detalle, especialmente en el vestuario, no surgía, y en esta serie, con una producción más cercana a las series de "alta calidad" inglesas, y unos vestuarios muy reales, se cumple. Otra cosa es la historia, que ya lo dejo al gusto de cada uno.

Hernán, producción de ambos lados del Atlántico amparada en Amazon

Añado también que en un país donde se rueda una gran cantidad de productos de éxito como "Juego de Tronos" o "The Crown", no hay falta de escenarios. Y si faltan, y si la historia sucede en América, estoy segura de que también se pueden encontrar lugares.

Abierto este camino de "period drama" hispano, sólo espero un poco de valentía por parte de los productores. No hay motivos para avergonzarse de una serie de época española en comparación con otra extranjera, y hay historias más que suficientes en nuestra literatura y en la historia, como para arriesgarse. Y parece se seguirán arriesgando de momento con el anuncio de la nueva miniserie de Magallanes y Elcano.

Deseando más productos bien hechos, aquí me quedo soñando por las adaptaciones que nunca me llegan, como Valancy Stirling de L.M. Montgomery, o la española "Memorias de un Solterón" y todo el universo de Marineda creado por Emilia Pardo Bazán (estamos este año en su aniversario, y podría darse el milagro).

Carmen R.