viernes, 27 de abril de 2018

La Librería


Tenía muchas ganas de ver la última película de Isabel Coixet "La librería", no sólo porque hubiera ganado el goya en la pasada edición como mejor película,mejor dirección y mejor guión adaptado,sino además porque para mí,cada estreno de Coixet es una caja de sorpresas que siempre me apetece abrir.

"La librería" es una adaptación de una novela de Penelope Fitzgerald y nos cuenta la historia de una mujer que en los años 50 se mudó a un pequeño pueblo de Inglaterra para abrir una librería frente a la oposición de la implacable comunidad.

La película está interpretada principalmente por Emily Mortimer, Patricia Clarkson y Bill Nighy y es una coproducción de España-Reino Unido y Alemania.

 ¿por qué me ha gustado tantísimo "La librería"?

responderé con 7 razones,si alguien no vió la película y no quiere ningún tipo de avanzadilla (aunque no desvelaré el desenlace,como es de suponer) es preferible que postergue la lectura de esta reseña aquí.


1) porque me parece transmite un mensaje de esperanza de cara a todas las mujeres que persiguen sus sueños con independencia de la oposión que les ofrezca el ambiente  y con independencia de si lo logran o no,parece evidente que es preciso seguir esa llamada interior.Solo así somos fieles a nosotras mismas y solo así,siendo auténticas,dejamos un legado del que es posible ni se sea consciente, de generación en generación.


2) porque la ambientación es exquisita,delicada cuidada hasta el más mínimo detalle.

3) por esos personajes  tan potentes como el de Bill Nighy que son ejemplo de auténticos caballeros ingleses,leal,contenido,educado,pero también implacable a la hora de defender a los que siente suyos.
La escena frente al mar,por si sola,ya es un MOTIVO para ver la película entera.
No sabemos si es la escena de AMOR más vibrante y contenida de toda la filmografía de Coixet (como apunta la revista Fotogramas) pero en mi opinión,es el corazón del largometraje,pulsante y sinuoso,sin terminar de ser explícito,pero sabiéndose esencial.





4)La librería,no podemos olvidarlo,es de principio a fin,un alegato absoluto hacia los libros,como una ventana abierta al mundo,más allá de las limitaciones que la persona encuentre en su vida,en su época y en el trozo de planeta que habita.
Los libros se muestran como una vía de conocimiento que a su vez conlleva una mayor libertad personal,por encima de todo ambiente represor.

5) La sororidad que se intuye entre mujeres,la protagonista con la niña que le ayuda en la librería por ejemplo, son dos espíritus libres,incapaces de adaptarse a lo que se espera de ellas,y entre ellas surge un vínculo que se convierte en alianza cuando la comunidad empieza a ponerle zancadillas a la librera.
6) el análisis que se hace de lo peor y lo mejor de la condición humana: la mezquindad,el miedo,la envidia y la maldad de una comunidad que se aferra a su zona de confort y se opone a todo cambio que suponga una ruptura con un mundo que siempre conocieron y que quieren inamovible y la capacidad de una mujer que simboliza el cambio, para luchar por su sueño frente a todo tipo de obstáculos y dificultades.

7) Maravilloso cierre,que no desvelaré,porque toda pérdida lleva consigo una ganancia aunque a veces lleve tiempo vislumbrarlo y porque aunque la mayoría no sepa verlo,a veces perder es ganar y las semillas de cambio,ya fueron sembradas......y alguna seguro con el tiempo,germinará.

 Feliz fin de semana,cinéfilos,no os perdais esta joya de Coixet,porque es cine para degustar sin prisas,fijándonos en los detalles,saboreando cada plano,cada mirada,cada gesto,cada silencio...cine sentipensante para dejarse fluir y disfrutar.Lo mejor de esta película como dice Fotogramas,es su mera existencia.


Troyana.








viernes, 20 de abril de 2018

Marathon Man


Qué me gusta a mi un buen thriller político, os dije cuando hablé aquí de Todos los hombres del presidente. Por eso me extraña tanto no haber visto hasta hace unos pocos días Marathon Man. Me extraña no haberla visto, al mismo tiempo que tengo la respuesta a la pregunta de por qué hasta ahora no la he visto: por pura casualidad. O no, porque tengo otra respuesta: porque me cae mal Dustin Hoffman; tan mal que, en alguna ocasión, en pleno ataque de pedantería, dirigiéndome a alguna jovenzuela o jovenzuelo y dándomelas de sabionda, he llegado a decir: ”Primera lección de cine: ninguna película con Dustin Hoffman merece la pena, excepto Tootsie.”
Apréciese la incoherencia y el cinismo de Hoffman, recientemente acusado públicamente de conducta sexual impropia con las señoras, que en Tootsie interpreta a un hombre que se hace pasar por mujer y sufre acoso y abusos sexuales y los denuncia. Apréciese igualmente mi propia incoherencia: me cae mal de siempre Hoffman, tras estas recientes acusaciones me cae todavía peor y dos veces he hablado aquí en este blog de películas que protagoniza. No estoy libre de pecado, pero tiro piedras.
                                                             "¿Puedo confiar en usted?" "No." (Foto: amazon.com)
Y ya que cito los nuevos aires feministas de Hollywood, no puedo dejar de decir que Marathon Man es una de esas pelis que a Alison Bechdel le provocarían ganas de cortarse las venas: no sale una mujer hasta aproximadamente el minuto veinte y es bastante secundaria; casi terciaria. Además, es una peli que chorrea testosterona: camaradería entre machos, peleas, agresividad, enfrentamientos “tribales” en Nueva York: latinos contra judíos, judíos contra europeos… Nótese que Marathon Man es una peli muy judía: la acción comienza en Nueva York el día de la festividad del Yom Kipur y visita varias veces los barrios judíos de la ciudad. Repasa los apellidos judíos de la ficha técnica y ya verás.
Tito Goya (1951-1985): "El peligro me divierte" (Foto: movie-dude.co.ok)
Marathon Man es muy judía y muy europea: además de en Nueva York se desarrolla en París y nos permite oír varias lenguas europeas: inglés, of course, francés (qué horror de pronunciación francesa la de Roy Schreider; en la versión doblada, claro), español (en un lugar que se supone que es Uruguay) y alemán. En este homenaje a la pluralidad lingüística europea me recuerda mucho Marathon Man a Malditos bastardos; en eso y en el contraste entre los hermanos protagonistas: Babe (Hoffman) es americano pobre y un poco paleto, mientras que Doc (Schreider) es rico, filoeuropeo, refinado y polígloto. Además, el personaje de Laurence Olivier, inspirado en Menguele, es muy hábil imitando acentos, lo cual le sirve para hacerse pasar por americano, inglés o lo que cuadre. Al propio Olivier esta habilidad también le sirvió para ganar un Oscar.
Otro aspecto que une Marathon Man con la actualidad es la moda del running: Hoffman interpreta a un joven doctorando (tenía 38 añazos cuando la rodó, pero como es chiquitito, cuela) que se prepara para correr la maratón (o el maratón, que ambos géneros son correctos según la RAE) de Nueva York y entrena por Central Park con un buen puñado de runners. Por cierto, cuando habla de su afición, no usa (otra vez en la versión doblada al español) los vocablos running ni footing ni jogging y en todas las escenas de entrenamiento no se ve a una sola mujer corriendo. Era 1976.
Veo una línea que une Marathon Man con su pasado y con el futuro. La línea que la une con el pasado la une evidentemente con Alfred Hitchcock, con sus macguffins y con su forma de recrear Europa en el cine y ese gusto por los lugares emblemáticos de las ciudades. Así, en Nueva York se nos muestran, como digo, los barrios judíos, Central Park y el puente de Brooklyn y en París se nos aparecen casi todos los topicazos de la ciudad: los cafés y sus terrazas, la ópera, el mercado de Les Puces, taxis modelo Citroën Tiburón, desayunos continentales en lujosos hoteles con vistas a la torre Eiffel, manifas “écolos”…
Y, de cara al futuro, veo la huella de Marathon Man, como ya os he dicho, en Malditos bastardos de Tarantino, en ¡Jo, qué noche! de Scorsese (esa laaaarga huida nocturna en pijama y albornoz, ese inquietante parecido físico entre Dustin Hoffman y Griffin Dunne) y en Único testigo, de Peter Weir (la tranquila campiña del este de los USA, mancillada, de repente, por coches negros amenazantes que portan hombres con armas y corbatas).
"¿Están a salvo? Is it safe?" (Foto: theaceblackblog.com)
Para acabar, os cuento las dos cosas que más me gustan de Marathon Man. La primera, que  tiene escenas antológicas como la del balón de fútbol (otro guiño “europeísta”), extraña y subyugante en su simplicidad, o la de la sesión de tortura (¿Están a salvo? Is it safe?). Y la segunda, que es una de esas pelis que comienzan con escenas que solo cobran sentido más adelante, que demoran las revelaciones y las explicaciones y las van soltando poquito a poco; de hecho, la explicación gorda llega tras una hora de metraje. Eso hace que la disfrutes quizás más todavía en un segundo visionado.

Ficha técnica (www.filmaffinity.com)
Título original  Marathon Man
Año  1976
Duración 125 min.
País  Estados Unidos
Dirección  John Schlesinger
Guion  William Goldman (Novela: William Goldman)
Música  Michael Small
Fotografía  Conrad Hall
Productora  Paramount Pictures

viernes, 13 de abril de 2018

¿BAILAMOS?

Fred y Ginger en acción

En mi infancia no veíamos mucho la tele. Había pocas horas al día, si  las películas tenían rombos no se podían ver y si eran tarde por la noche, tampoco. Eso sí, yo veía todo lo que me dejaban: Los Chipiritifáuticos, las novelas (¡qué grande El conde de Montecristo!), Estudio I, zarzuelas y todas las pelis posibles.  Creo que me gustaban todas. Las de vaqueros, las de romanos, las de humor, las de amor y las musicales. Ya sabéis que el mundo se divide en gente a la que le gustan los musicales y gente que los odia. Ahí no cabe término medio. Yo soy del primer grupo, y ya lo era de niña. A mí no me parecía absurdo que en medio de una conversación empezaran a cantar o bailar. En la televisión de aquellos años ponían muchísimas. También recuerdo ese género tan pintoresco que era el musical acuático, con Esther Williams a la cabeza. Creo que habré visto diez veces Escuela de sirenas. Pero mis favoritos, sin duda, eran Fred Astaire y Ginger Rogers. Pienso en Estados Unidos en esa época, en medio de la Gran Depresión, quizás eso influyó en que se hicieran tantas películas de evasión, de “amor y lujo”, con toques de humor sin ninguna acidez. El cine siempre ha sido un buen lugar donde refugiarse cuando las cosas están muy feas. He estado también mirando escenas de baile en youtube de otras películas que recordaba como “Check to chek “ de Sombrero de copa o “El continental” de La alegre divorciada.
El famoso musical acuático
No había vuelto a ver ninguna de sus películas desde aquellos lejanos años y últimamente me picó la curiosidad ¿qué me parecerían ahora? Como ha sido una ocurrencia muy de última hora, no me ha dado tiempo a localizar muchas y solo he vuelto a ver Amanda y Ritmo loco. Lo primero que me ha sorprendido es lo viejas, reviejas que son estas películas, quiero decir que ya eran muy viejas cuando las vimos, ¡de los años 30! No sé cómo no nos parecían rancias ya entonces… Pero como he dicho, nosotros no le hacíamos ascos a nada. Tengo que reconocer que las he mirado con buenos ojos, teniendo en consideración que tienen 80 años y que es casi como ver “obreros saliendo de la fábrica”. Por supuesto, lo esencial de la trama es el baile y eso ha envejecido bien. Me siguen fascinando los números musicales. Los argumentos son muy ingenuos, casi un pretexto para darles ocasión de bailar. Un cierto enredo en “chico conoce chica” que, por supuesto, acabará bien.
Amanda (atención al vestido)

Las dos que he conseguido volver a ver son del mismo director, Mark Sandrich, que también dirigió a la pareja en otras tres ocasiones. Las tramas son muy simples. En Amanda, Ralph Bellamy está enamorado de Ginger Rogers pero ella tiene un  total rechazo al matrimonio , por eso le pide a su amigo Fred Astaire ,que es un famoso psicoanalista, que intente curarla para que acceda a casarse con él. Por supuesto, ella se enamora de Fred Astaire y tras varios enredos y bailes, acaban juntos. En Ritmo loco, Fred Astaire encarna a un bailarín clásico (Petrov) que está aburrido del ballet y quiere bailar claqué. Ginger Rogers es una famosa bailarina de music-hall de la que Petrov está enamorado pese a no conocerla en persona.  
Ritmo loco
De nuevo enredos y bailes y final feliz. Como dato curioso, he leído que en ninguna película se besan, pese a ser siempre pareja. De los dos, el mejor bailarín era Fred Astaire según todos los entendidos. Comenzó a bailar muy joven con su hermana Adele. Su primera prueba para el cine debió resultar un desastre, el informe decía algo así “no sabe actuar, no sabe cantar, tiene entradas. Baila un poco”. Gran visión de futuro el que escribió el informe. Para decir que Fred Astaire baila un poco hay que poner el listón muy alto. O ser un tarugo (me inclino por la segunda opción). Dicen que en la pareja él aportaba estilo y elegancia y ella sensualidad. Fred Astaire tuvo otras parejas, algunas incluso mejores bailarinas (de nuevo según los entendidos) ,como Paulette Goddard,
,  Rita Hayworth  o Eleanor Powell, pero la pareja formada con Ginger Rogers tuvo una química especial que cautivó al público. Pese al cierto temor con que las he visto, he vuelto a disfrutar con estas películas. No sé si es la nostalgia o lo buenos qué son los números musicales, pero siguen valiendo la pena.
Laura Balagué (Mona Jacinta)

martes, 10 de abril de 2018

El halcón maltés


No se puede hablar con buen juicio si no se tiene práctica (Kaspar Gutman, el Hombre gordo de El halcón maltés).

Durante los años treinta del siglo XX,  en Estados Unidos se hicieron muy populares las crudas novelas negras de autores como Dashiell Hammett, James M. Cain, W. R. Burnett o Raymond Chandler. Eran los años turbulentos de la Gran Depresión, con su correspondiente auge de la corrupción política y la delincuencia.

Al cine, sujeto a la necesidad de grandes capitales, la tendencia llegó algo más tarde, cuando el gusto por esa literatura se había ya consolidado entre el público y el invertir en ese tipo de películas no suponía ya un gran riesgo.

La película que inició el género negro cinematográfico fue El halcón maltés, de John Huston, estrenada en 1941. A partir de ese momento puede hablarse realmente de un cine negro, con diferencias sustanciales de las películas de gánsteres que tanto habían proliferado en Estados Unidos durante la década anterior.
Muy poco antes de rodar El halcón maltés,  la Warner había estrenado El último refugio, una de esas películas de gánsteres que mencionamos, dirigida por Raoul Walsh  y protagonizada, en su primer papel estelar, por Humphrey Bogart. Esta película se basaba en una novela de W. R. Burnett y los guionistas del filme fueron el propio autor y John Huston, un guionista que había realizado innumerables y muy buenos guiones durante los años 30.

Tras el éxito de El último refugio, la Warner cumplió la promesa que le había hecho a Huston de permitirle dirigir una película. Lo relata él mismo en sus apasionantes memorias A libro abierto:

“Paul Kohner había escrito en mi contrato que si la Warner volvía a renovármelo, yo podría dirigir una película. Elegí la novela de Dashiell Hammett El halcón maltés. Ya había sido filmada dos veces anteriormente – la versión de Roy Del Ruth en 1931 y la de William Dieterle en 1936, con Bette Davis de mujer fatal-, pero nunca con éxito. Blanke y Wallis se sorprendieron de que yo quisiera volver a hacer una película que había fracasado dos veces, pero el hecho era que El halcón nunca había sido realmente trasladada a la pantalla. Los guiones anteriores habían sido productos de escritores que habían pretendido poner su propio sello en la historia escribiéndola de nuevo, con escenas innecesarias.”
Huston se atuvo fielmente a la novela de Hammett, publicada en 1929: el detective Sam Spade investiga el asesinato de su socio, Miles Archer, cuando realizaba un trabajo para la candorosa Brigid O´Shaughnessy, cliente de la agencia de ambos;  muy pronto, Spade descubrirá que la historia ficticia que le ha contado su clienta encubre realmente la lucha por hacerse con una valiosa estatuilla de un halcón de oro (tributo de los caballeros de Malta al emperador Carlos V). La disputa por el halcón, en la que estarán involucrados, además de Brigid, los delincuentes Joel Cairo, Kasper Gutman y Wilmer,  dará lugar a varios asesinatos.

Inicialmente, la Warner le ofreció el papel protagonista, el del detective Sam Spade, a George Raft, (uno de los actores, junto con James Cagney, Edward G. Robinson o Paul Muni, más habituales en las películas de gánsteres)  pero éste lo rechazó, porque no quería trabajar con un director primerizo, y la Warner se lo encomendó entonces a Bogart, con gran satisfacción de Huston, que opinaba lo siguiente del actor:

“Bogie era un hombre de estatura media, no particularmente notable fuera de la pantalla, pero algo sucedía cuando estaba interpretando el papel adecuado. Aquellas luces y sombras se transformaban en una personalidad diferente y más noble: heroica como en El último refugio. Juraría que la cámara tiene una forma especial de ver el interior de una persona y de registrar cosas que el ojo desnudo no percibe.”
Y lo cierto es que Bogart fue el perfecto Sam Spade; tanto como cinco años más tarde sería el más perfecto Philip Marlowe, el otro gran detective clásico de la novela negra norteamericana. Humphrey Bogart, como ningún otro actor, encarnó a esos dos detectives duros y cínicos que tan sólo se atenían a su propio código moral.

La personalidad de Spade queda perfectamente definida en la película por otro de los personajes, el Hombre gordo, cuando le dice al detective:

¡Caramba! Es usted extraordinario. Ya lo creo. Nunca se sabe lo que va a decir o hacer; pero si se sabe que, sin duda, será algo asombroso.

Y la moral de Spade la resume muy bien el propio detective cuando le comenta al personaje interpretado por Mary Astor:

“Escucha bien: se supone que si matan a tu socio tienes que hacer algo al respecto. No importa lo que pensaras de él, era tu socio y debes actuar de alguna manera. Ten en cuenta, además, la naturaleza de mi profesión. Si matan a un miembro de una agencia de detectives, es mala cosa dejar que el asesino quede impune. Malo para esa agencia en particular y malo para los detectives en general.”

Sí, Spade podía tener una aventura con la mujer de su socio y no tenerle demasiado aprecio, pero eso no iba a impedirle “hacer algo al respecto” cuando asesinen a su colega.

El propio Huston se encargó de realizar el guion de la película, ateniéndose fielmente a la novela.  Ese fue uno de los grandes aciertos del filme. En cuanto a su inexperiencia como director, la subsanó poniendo en la empresa toda su voluntad, que era mucha, y todas sus capacidades, que también lo eran (incluyendo, en otro orden de cosas,  también las de actor, pintor, escritor, boxeador… y, especialmente,  gran vividor).

Llevaba mucho tiempo luchando porque le dieran la oportunidad de dirigir y, una vez que la logró, no estaba dispuesto a desperdiciarla. Él mismo lo contó:

“Yo me preparé muy bien para mi primer trabajo como director. El halcón maltés tenía un guion muy cuidadosamente estructurado, no sólo escena por escena, sino plano por plano. Hice un esquema de cada plano. Si tenía que hacer una panorámica o un plano con grúa, lo indicaba. Yo no quería en ningún caso tener dudas delante de los actores o del equipo técnico. Comenté la planificación con Willy Wyler. Me hizo algunas sugerencias, pero en conjunto aprobó lo que vio. También le enseñé la planificación a mi productor, Henry Blanke. Todo lo que Blanke dijo fue:

— John, solamente ten presente que cada escena, cuando la ruedes, es la escena más importante de la película.

Este es el mejor consejo que un director joven puede recibir.”

Huston no cambió ni una línea del diálogo durante todo el rodaje y sólo eliminó una escena corta porque se dio cuenta de que podía sustituirla por una llamada telefónica sin que se perdiera nada de la historia.

Esa es también una de las grandes virtudes de la película: que no sobra ni falta nada, cada escena es perfecta en sí misma y respecto al conjunto de la historia.
También desde el punto de vista técnico la película es excepcional, tanto en los juegos de luces y sombras como en el habilidoso uso de la cámara; como en la escena larga en el apartamento de Spade, hecha no a base de planos sino con movimientos de cámara. Sobre esta escena Huston comentó:

“La rodamos en una sola toma. Los hombres que movían la dolly tenían que saberse el diálogo tan bien como los actores; el suspense durante la toma fue electrizante, pero Arthur Edeson, el cámara, lo consiguió. No recuerdo exactamente cuántos movimientos de cámara se hicieron, pero me viene a la memoria el número veintiséis”.

El halcón maltés había sido pensada inicialmente por los directivos de la Warner como una película de serie B, lo que en la práctica significaba  que su rodaje debía de ser muchos más rápido (el doble, aproximadamente unas seis páginas de guion al día) que el de una de serie A, puesto que el presupuesto era mucho más reducido. Huston se atuvo estrictamente a los tiempos y presupuestos determinados y con los medios de una película de serie B no consiguió una de serie A: consiguió una obra maestra que se convirtió en el principio canónico del género.

Y, por supuesto, la otra baza con la que contó Huston para lograr una gran película fue el elenco magnífico de actores del que dispuso. Y él lo sabía y así, aunque planificó cuidadosamente todos los detalles del rodaje,  también supo darles mucha libertad  a la hora de desenvolverse en escena (“Sólo un veinticinco por ciento de las veces, aproximadamente, fue necesario hacer que se adaptaran a mi idea original”).

Del inglés Sydney Greenstreet, con mucha experiencia teatral pero ninguna cinematográfica, Huston opinaba “…estuvo perfecto en su papel del Hombre gordo desde el principio hasta el fin. Yo sólo tuve que sentarme tras la cámara y disfrutar de su interpretación.”

Por su parte,  Mary Astor, la primera verdadera Femme fatale que el cine negro nos ha regalado, supo dotar a su personaje, Brigid O’Shaughnessy, de la más dulce y engañosa ingenuidad; porque si Bette Davis en La Carta la había precedido como mujer despiadada,  su personaje estaba empujado por el amor no correspondido y el despecho, mientras que el personaje de Brigid utiliza su atractivo sexual sin más excusa que su ambición.

De Peter Lorre, en su papel de Joel Cairo, sólo se puede decir que realizó una interpretación perfecta, mereciendo sobradamente las palabras que le dedicó Huston “…fue uno de los actores más ajustados y sutiles con los que trabajé nunca”.

La pareja de villanos encarnada por Greenstreet y Lorre fue tan convincente y tuvo tanto éxito que en los años siguientes ambos repitieran tándem de malvados en otras ocho películas.
Elisha Cook, Jr., como Wilmer, el matón y cabeza de turco, realizó también una estupenda actuación. Cinco años después volvería a trabajar con Humphrey Bogart en El Sueño eterno.

Y también hacía un pequeño papel Walter Huston, el padre de John, que unos años más tarde, en 1948, lograría el Óscar al mejor actor de reparto con otra gran película de su hijo, El tesoro de Sierra Madre.

Al parecer la conexión entre los actores y el director fue tan buena, más allá del set de rodaje,  que todas las noches  Bogart, Lorre, Ward Bond (el actor fetiche de John Ford, que aquí hace del detective Tom Polhaus) y Mary Astor se iban juntos de copas: “Todos pensábamos que estábamos haciendo algo bueno, pero ninguno tenía ni idea de que El halcón maltés sería un gran éxito y que con el tiempo se convertiría en un clásico”.

El colofón de la película lo constituyó la música del compositor Adolph Deutsch. La Warner volvió a dar muestras de la confianza que tenía en Huston al permitirle trabajar directamente con el compositor, algo que estaba normalmente reservado a los directores más importantes. Huston y Deutsch trabajaron mano a mano para conseguir que la música resaltará la acción en los momentos que Huston deseaba. Fue un acierto total.

Al pase privado de la película asistieron, sorprendentemente para una película de serie B, los directivos de la Warner. Su impresión fue tan buena que no se hizo ningún cambio en el metraje y  la película se estrenó con el respaldo total de la Compañía. El éxito de público y crítica fue inmediato. Consolidó la carrera de Bogart, lanzó la de Huston y significó un hito absoluto dentro del género al que daba inicio.

A Bogart y Huston les dio tiempo, hasta la temprana muerte del actor, en 1957, de colaborar en otras cinco películas (A través del Pacífico, El tesoro de Sierra Madre, Cayo Largo, La reina de África y La burla del diablo) y para seguir siendo tan grandes amigos que Bacall le encargó a Huston el panegírico de Bogie; en él, el director dejó claro su cariño por el hombre y su admiración por el actor “…era un actor. No una estrella, sino un actor”.

Los constantes y sorprendentes giros argumentales de la película, su peculiar humor, los sombríos escenarios de densa atmósfera, con absoluta predilección por interiores o escenas nocturnas, se convirtieron en características propias del nuevo género cinematográfico.

Sí, Huston aprovechó magníficamente la oportunidad que le dieron y consiguió hacer de su primera película un clásico imprescindible.  Para cuando se despidió del cine, y de la vida, con la hermosa Dublineses (1987), había dirigido ya 41 película, con títulos como El tesoro de Sierra Madre (con la que consiguió el Óscar al mejor director y al mejor guion), La jungla de asfalto, La reina de África (que le dio el Óscar a Humphrey Bogart), El hombre que pudo reinar… En muchas de ellas volvería a estar presente el tema central de El halcón maltés (ese pájaro que pesaba mucho porque “es del material con que se forjan los sueños”): un grupo de personas luchando por hacerse con un tesoro que finalmente se esfumará ante sus ojos.
Yolanda Noir