viernes, 26 de abril de 2019

DOLOR Y GLORIA




Tenía ganas de ver la última película de Almodóvar. Hay costumbres que no se pueden abandonar e ir al cine para ver el último estreno del director manchego, es una de esas costumbres a las que no puedo renunciar.

"Dolor y Gloria"(2019) puede ser la película más autobiográfica de Almodóvar, o tal vez transita ese género llamado "autoficción" a mitad de camino entre la ficción y la realidad.

La película gira en torno a la vida de Salvador Mallo, un director de cine en el ocaso, que repasa su vida a través de una serie de reencuentros claves para él y para su obra.

Interpretada magistralmente por Antonio Banderas en el papel de Salvador Mallo en su época madura, Penélope Cruz en el papel de la madre de Almodóvar cuando él era un niño, Leonardo Sbaraglia como el primer y gran amor de su vida siendo adulto y Julieta Serrano en el papel de la madre del director en su época madura.



Los recuerdos del director hacia su infancia se ubican en las cuevas de Paterna (València) en los años 60. Santiago Mallo es ya un niño diferente, atraído por el cine y la lectura, inseparable de su madre.
La escena de las mujeres lavando en el río es sencillamente luminosa, cargada de nostalgia y de emoción, Almodóvar deja constancia de aquella frase de que " nuestra verdadera patria es la infancia" y se recrea en la "autoficción" dejándonos atrapados en esos flashbacks hacia la niñez ,donde se adivina la escasez y la necesidad de desplazarse de sus padres buscando un lugar donde vivir y prosperar , pero también los momentos que marcaron a fuego y para siempre su manera de ver y entender el mundo.


Otro nudo importante de "Dolor y Gloria" es el primer amor, o quizá el GRAN AMOR, ése que Santiago Mallo vivió en el Madrid de los 80, un amor en el marco de la movida madrileña, cuando la droga hacia estragos entre los jóvenes en un ambiente de rebelión, música y transgresión. Ése amor (interpretado por Leonardo Sbaraglia ) se le quedó atravesado en el pecho porque se vio interrumpido por la necesidad de salir del país. El que por entonces fue su pareja, se vio en la disyuntiva de abandonar Madrid o morir en pleno delirio por su adicción a la heroína.


Y así fue como ese amor se hizo inmortal, como suele suceder cuando te dejan estando enamorado todavía, porque no ha sido un amor fulminado por el paso del tiempo ,sino  arrancado en el momento más palpitante y vívido, en plena gloria.


No podríamos analizar "Dolor y Gloria" sin referirnos a la figura de la madre de Santiago Mallo, porque si Penélope Cruz da vida dignamente a la madre en la niñez de Santiago, la que en mi opinión brilla como un astro resplandeciente es Julieta Serrano en el papel de la madre en la época ya madura de Santiago.


Esos momentos hablando de cómo quiere que la amortajen cuando llegue su hora y esos reproches en relación a momentos pasados en los que su hijo de alguna forma le decepcionó, son para mí los momentos más emotivos de la película. Ficción o no, Almodóvar nos emociona. Sabemos el peso de su madre en su vida y también imaginamos el vacío que deja su pérdida, ese abismo que implica el duelo, cuando hay ausencias que resultan casi imposibles de superar.


En esta figura geométrica de puntos claves, no podríamos ignorar el papel que en la vida de Almodóvar significa su obra: el cine,entendido no como un oficio, y sí como una manera de vivir. Sin rodaje, Almodóvar transita sombras, frustraciones, soledades y fantasmas que lo angustian. Su cuerpo que se ha convertido en un enemigo, por momentos le declara la guerra y le impide ejercer lo que para Santiago Mallo es su motivo de vida: hacer películas.


Vemos en este ejercicio de catarsis, de terapia de diván que es "Dolor y Gloria" la relación que el director mantiene con su obra, apasionada y difícil, como lo es también con algunos de los actores con los que ha colaborado ,en un tira y afloja de filias y fobias, que giran siempre en torno a un guion o bien escrito o bien por escribir.


Es aquí donde Asier Etxeandia nos deja una interpretación intensa y a la vez contenida en el papel de ese actor con el que el director mantiene una tensa pero a la vez recurrente relación de creación donde el cine dentro del cine nos deja escenas sentidas y "desnudos" anímicos por parte del alter ego de Pedro Almodóvar,que es Santiago Mallo.


Para mí "Dolor y Gloria" incluso con ese metraje que para muchos será excesivo , es una obra madura, contenida, una operación a corazón abierto, de la que no sé si Almodóvar saldrá más vivo que muerto, tal vez más herido al haber aireado todas las fisuras de su vida.
Ojalá haya servido de catarsis terapéutica, ojalá sirva para que el espectador entendamos mejor que toda gloria conlleva un dolor , y todo dolor conlleva extrañamente una gloria.

Feliz fin de semana,

Troyana






viernes, 12 de abril de 2019

Pasiones más grandes que la vida



Hace unos días que me topé, por completa casualidad, con "Telenovelas are Hell", unos cortos del canal Funny Or Die en los que se parodia y resumen las telenovelas mexicanas con los argumentos más rocambolescos. De ahí me acordé cómo los culebrones se fueron popularizando, al menos en España, desde los años 80, pasando por series de duración "algo eterna", de origen mexicano, venezolano, nacional, brasileño y recientemente, se han popularizado las de la exótica Turquía.

María la del Barrio es un ejemplo más de lo desquiciado de los cuelebrones

Volviendo a los años 80, quizá el primer culebrón mexicano más popular fue "Los Ricos También Lloran". Y es que en la década de los cardados y las hombreras, los seriales dramáticos se llevaban con auténtica pasión: Flamingo Road, Dinastía, Dallas, Falcon Crest, Los Colby, Santa Barbara...lugares y familias de grandes dramas, amores y peleas monetarias, en sitios paradisíacos y alejados del espectador que los devoraba con fervor. Con grandes estrellas del antiguo Star System como Rock Hudson y Jane Wyman, o algunas en ciernes que nos sorprenderían sus origenes (por ejemplo, Mark Harmon), incluso fueron parodiada en joyas como la serie Enredo, o películas como la maravillosa Escándalo en el Plató (Soapdish) o la irónica Tootsie.

La desternillante locura de lo que ocurre en la grabación de un culebrón

Pero mientras esta eclosión inundaba el mercado americano, las productoras que deseaban explotar este filón de pasiones, sexo y dinero, también, regalaron grandes miniseries como Retorno a Edén desde la lejana Australia, y en Europa, se seguía con la misma tradición, sacando a alguna estrella en ciernes con otros veteranos en películas para televisión y series de pocos capítulos, como Harem con Nancy Travis y Omar Sharif.

En estos casos, se solía partir de alguna novela del mismo corte, y se hicieron múltiples adaptaciones a partir de esa fecha y más allá de las grandes la novela "rosa" como Danielle Steel, Catherine Cookson o Barbara Cartland.

Asesinato, cambios de imagen, venganza y romance desde Australia

Y es que admitamos que en público nos puede "avergonzar" aún aceptar que este tipo de historias nos gustan, pero deberíamos de abrazar con cariño nuestro lado "culebrónido".

Volviendo a aquellas películas para televisión que aunaban actores nóveles con grandes veteranos que habían visto tiempos mejores, las de Barbara Cartland, o al menos una de ellas, tiene un lugar especial en mi corazón. En los años 80, se hicieron 4 adaptaciones, en las que aparecerían unos jovencitos Hugh Grant o Helena Bonham Carter, con grandes de la actuación como Stewart Granger, Diana Rigg, Edward Fox, Christopher Plummer o Geraldine Chaplin, e incluso repetían más de una vez. De estos cuatro títulos que son Amor en el Bosque, Duelo de Corazones, Espíritu en Montecarlo y Riesgo a Corazones, me quedo con el último, pues es el que dentro del cine culebrón, se puede acercar más a una película de época, sin caer en momentos realmente ridículos y mojigatos (la trama de Espíritu en Montecarlo), o de intento del protagonista de tomar en serio lo que no puede (lo de Hugh Grant en Amor en el Bosque/The Lady and the Highwayman es puro humor).


Sólo conseguí un vídeo musical, pero os dará una idea del film.

Así, Riesgo a Corazones, que se basa en un libro de 1949, es en resumen, una versión blanca y virginial (muy de Barbara Cartland) de una novela gótica: a principios del siglo XIX, una joven doncella es apostada junto a su casa por su ludópata padre contra uno de sus pretendientes, el vicioso y "viejales" (dicho sea de paso), Lord Wrotham, que a su vez, la vuelve a perder contra el misterioso, joven y vigoroso, Lord Vulcan. Obligada a prometerse con este último, nuestra protagonista Serena, es llevada a su mansión, comandada por su madre, que organiza fiestas privadas, y en las que nuestra muchacha tendrá que hacerse paso entre secuestros, duelos, contrabando, misteriosos fantasmas y muertos muy vivos, la ruina y el honor, cotilleos, bandidos, amantes francesas, amigas celosas, un pretendiente que no dudará en el rapto, y una futura suegra que es fiel al tópico de que ninguna es buena. En fin, como veis, lo normal en un relato de su época o lo más habitual en un culebrón.

La película, con un argumento demencial pero que se puede seguir sin caer en la parodia, se salva por una dirección técnica correcta (propia de adaptaciones de época), y un elenco de lo más reputado, y resulta un entretenimiento de lo más eficaz.

Con este anuncio, si no te pones a buscar esta joya, es que no tienes corazón, ni sangre en las venas.

Y en eso estamos, en entretenernos, que es lo que los culebrones, miniseries y este tipo de películas nos permiten. Así pues, si nos divierten, no nos avergoncemos de ellas, pero al igual que ocurre con estos libros de evasión, considerémoslos que son ficción, y aprendamos de las enseñanzas de George Eliot en "Las novelas tontas de ciertas damas novelistas", y evitemos caer en el "bovarismo" que nos mostró Flaubert.

Carmen R

Nota: no os dejéis engañar con el cartel del comienzo del artículo, sacado de Wikipedia, y que promete algo sacado más de Harlequín con más pasión (hay un caballo, y una pareja propia de las portadas de estas novelas), que lo que de verdad pasa en la película, pero había que venderla y con esa imagen, y esa frase, todo está dicho ;).

viernes, 5 de abril de 2019

De repente, el último verano


“No esperes el día en que pares de sufrir, porque cuando llegues sabrás que estás muerto”

Esta frase del dramaturgo Tennessee Williams (1911-1983) resume en buena medida la filosofía de vida que impregna toda su obra. Traumatizado por su vida familiar, homosexual en una época en que era difícil serlo, alcohólico, inestable mentalmente… no es de extrañar que todos sus personajes sufran grandes conflictos existenciales y que esa intensidad dramática de su teatro, muchas veces con tintes autobiográficos, favoreciese su frecuente adaptación al cine, generalmente con mucho éxito, como demuestran ejemplos como el de  Un tranvía llamado Deseo -que le ganó el Pulitzer- dirigida por Elia Kazan (1952), La gata sobre el tejado de zinc, de Richard Brooks (1958) o El zoo de cristal, de Paul Newman (1987)…

En 1959 el director Joseph L. Mankiewicz, dirigió la adaptación de una de las obras más complejas de Tennessee Williams: De repente, el último verano. Como era habitual en las adaptaciones al cine de sus obras, el dramaturgo fue también el guionista de la película, con la colaboración de otro importante escritor, Gore Vidal.

Mankiewicz, Williams, Vidal… y tres grandes actores, Katharine Hepburn, Elizabeth Taylor y Montgomery Clift, consiguieron una película muy original, extraña, densa, a veces turbia y, casi siempre, angustiosa.


La película se desarrolla en 1938, en Nueva Orleans, con constantes referencias al verano de 1937. Desarrolla temas muy complejos y perturbadores, algunos expresamente prohibidos de mencionar en su época: la homosexualidad y el incesto (o cuando menos, una especie de complejo de Yocasta); las relaciones de poder y de amor-odio dentro de las familias; la locura y sus métodos de tratamiento en aquel momento; el poder del dinero, bien para comprar voluntades (como las de la madre y el hermano de Catherine o la del director del hospital) o sexo; el turismo sexual…

Muchos asuntos…, y la mayoría muy escabrosos para su época. Por ello, para sortear la censura, los guionistas utilizaron una sibilina sutileza que hace que sea necesaria la plena atención del espectador para que llegue a comprender totalmente todas las pasiones y pulsiones que recorren la historia.

En cuanto a la censura, hay que comentar que en España, donde se rodó el flashback final, se eliminaron diálogos referentes a la homosexualidad y a la prostitución masculina y también la velada referencia a España que hacía el personaje de Taylor al comentar que no entendía el español –pero es comprensible que las autoridades del momento se horrorizaran ante la idea de que se pudiera considerar que España era un lugar donde se podían producir semejantes hechos-.


Aunque la película rozaba los límites de lo que era aceptable en el Hollywood de la época, el guion de Williams y Vidal, en constante lucha con los censores, fue tan habilidoso en sortearlos que pudo ser estrenada sin grandes mutilaciones y su éxito de taquilla y crítica abrió el camino a un tipo de cine más complejo del que hasta entonces había sido habitual en Estados Unidos.

Toda la historia gira en torno a la figura de Sebastian, el joven diletante (pseudopoeta y pseudofilosofo) en cuya órbita giran la vida de su madre, hasta rozar lo escabroso, y más tarde la de su prima. La figura de Sebastian es omnipresente durante toda la película, pero incluso cuando, a través de los recuerdos de su prima Catherine, se recreen escenas en las que aparece, nunca llegaremos a conocerlo físicamente; ese es un gran acierto de Mankiewicz: hurtarnos el rostro de Sebastian para que permanezca como una sombra que sólo cobra realidad para el espectador a través de las versiones contrapuestas que de él dan su madre y su prima.

La madre, en largos y potentes monólogos, a veces desgarradores y otras irreales, nos presenta a Sebastian como un ser superior, de una sensibilidad portentosa; la prima como un depredador sexual y un manipulador.


Sin embargo, ambas coinciden, aunque sea involuntariamente, en mostrar a Sebastian como alguien para quien los seres vivos se dividen entre los que devoran y aquellos que son devorados. Para Sebastian la naturaleza entera, incluidas las personas, se circunscribe a un juego, con tintes eróticos, de muerte en el que unos ganan y otros pierden (describe muy bien su mentalidad el recuerdo de Violet, su madre, de una jornada en la playa con Sebastian fascinado por el espectáculo de las tortuguitas recién nacidas siendo devoradas en su intento de llegar al mar…).

Pero el último verano, ese en que Sebastian, por primera vez, viaja por Europa con su prima en lugar de con su madre, el joven murió y su prima enloqueció…

Y la madre de Sebastian encerró a Catherine en un manicomio privado, porque Violet Venable defendía que su hijo había muerto un ataque al corazón y temía desesperadamente que la versión que Catherine pudiera dar de esa muerte enturbiará el recuerdo, absolutamente magnificado por ella, de su hijo.


Y tanto miedo tiene la madre de Sebastian, que pretende que el Dr. Cukrowicz, un joven neurocirujano que realiza una novedosa técnica quirúrgica a enfermos mentales en el hospital estatal psiquiátrico, opere a su sobrina para erradicar sus recuerdos. Y, con ese fin, ofrece una millonaria donación al hospital, sumido en las más precarias condiciones.


Ya hemos dicho que esta obra de Tennessee Williams tiene mucho de autobiográfica en cuanto a que trata temas que atormentaron al dramaturgo: su homosexualidad y el miedo a la locura… y también las consecuencias de la lobotomía, esa siniestra operación que sobrevuela durante todo el drama como una amenaza sobre Catherine Holly, y que, en la cruda realidad, con el consentimiento paterno, destruyó a Rose, la amada hermana de Tennessee.

Ahora puede parecernos increíble, pero lo cierto es que durante unos años, a partir de 1935, cuando fue inventada por el neurocirujano portugués Antonio Egas Moniz –premiado con el Nobel de medicina- la técnica fue acogida con entusiasmo para tratar enfermedades mentales graves (y en ocasiones, no tan graves). Especial difusión tuvo en Estados Unidos, gracias a un neurólogo, Walter Freeman, que depuró el procedimiento (introducía un punzón por encima del globo ocular y con un martillo golpeaba hasta traspasar el cráneo) y se hizo famoso recorriendo el país, en su lobotomóvil como llamó a su coche, realizando intervenciones en serie.

Una de las pacientes-víctimas de Freeman fue Rosemary Kennedy, la hermana mayor del que sería presidente, que sufría una leve deficiencia mental. Guapa y aficionada a las fiestas, su padre temió que pudiera propiciar algún escándalo que pusiera en peligro la carrera política de su hermano. La intervención, a los 23 años, la dejó totalmente discapacitada.



Más suerte que Rosemary tuvo la escritora neozelandesa Janet Frame (1925-2004), candidata al Nobel, que relataba en sus memorias, Un ángel en mi mesa, como, mal diagnosticada de esquizofrenia, se salvó de sufrir una lobotomía porque quién había de realizársela tuvo la ocasión de leer, el día anterior al previsto para la operación,  alguno de sus poemas…

Se calcula que en la década de los cuarenta de siglo XX se realizaron 40.000 lobotomías en EEUU y unas 17.000 en Reino Unido. En las décadas siguientes, se evidenció que mucho de los pacientes habían quedado reducidos a un estado semi vegetal.  Por ello, a mediados de los cincuenta la lobotomía cayó en desuso y actualmente está prohibida.

En este contexto, hay que entender como la amenaza de “esta pequeña operación” –como la califica la madre de Catherine cuando intenta justificar el que haya aceptado, a cambio de una importante suma, que se realice la operación a su hija- pudo convertirse en una estremecedora herramienta de control social o familiar de los individuos incómodos.


El personaje de Violet permite que una Katharine Hepburn, espléndida como siempre, demuestre lo gran actriz que era. Sin embargo, a veces se tiene la impresión de que “actúa” (en sus memorias Yo misma. Historias de mi vida, ella mantenía que el mejor actor era aquel al que no se notaba actuar), bien sea porque sus diálogos son, a veces, excesivamente grandilocuentes o por una cierta desgana de la actriz.

Seguramente, influyó en Hepburn su falta de sintonía con Mankiewicz. El director comentó lo mucho que complicaron el rodaje las actitudes de Montgomery Clift, alcoholizado y drogadicto, y de Katharine Hepbun, que pretendía dirigirse ella misma, aunque la oposición frontal del director lo impidió. La actriz nunca consideró esta película como una de sus favoritas; además, recordaba con tristeza el rodaje por el deterioro que ya presentaba Montgomery Clift.


Para Elizabeth Taylor la película fue una buena ocasión de mostrar sus indudables capacidades dramáticas. Aunque a veces sus diálogos también pecan de excesiva teatralidad, supo dar veracidad al miedo que su personaje siente a la locura y su triste desvalimiento ante el despiadado egoísmo de su familia.

Decían que Mankiewicz estaba enamorado de Liz Taylor… No sabemos si es cierto, pero sí que favoreció el que en esta película luciera sus dotes dramáticas, especialmente en la escena final, muy onírica, en la que, gracias a la intervención del Dr. Cukrowicz, afronta la verdad de la muerte de Sebastian y puede así escapar de la locura; locura, sin embargo, a la que sus palabras condenan a su tía.

La película puede entenderse como un duelo interpretativo entre estas dos grandes estrellas femeninas, cada una mostrando en densos monólogos las verdades contrapuestas e irreconciliables de los personajes que interpretan. En realidad, las dos lo hacen muy bien; las dos estuvieron nominadas al Óscar por ella (también la dirección artística) y Liz consiguió, además, un Globo de Oro y un Donatello.


En cuanto al personaje del  Dr. Cukrowicz, a pesar de que Montgomery Clift estaba ya hundido en el abismo de autodestrucción que le llevaría ocho años después a la muerte, consiguió realizar un gran papel como el íntegro doctor que intenta encontrar la verdad que salve a Catherine, aunque ello vaya en detrimento de su carrera.

Esta era la tercera película que interpretaban juntos Montgomery Clift y Elizabeth Taylor, que a partir de la primera, Un lugar en el sol (1951), se convirtieron en grandes amigos.  Durante el rodaje de la segunda, El árbol de la vida, el actor, al salir de casa de Liz, estrelló su coche contra un poste. Aunque Liz Taylor consiguió salvarle la vida (se estaba asfixiando con sus propios dientes), su cara quedó desfigurada y sus problemas mentales y de adicciones aumentaron hasta arruinar su carrera y su vida. Después de De repente, el último verano hizo todavía otras cinco y consiguió una gran interpretación en ¿Vencedores o vencidos? (1961), de Stanley Kramer, pero ya era incapaz de recordar su papel y, precisamente, fue tan veraz en esta película porque interpretaba a un pobre hombre con la mente tan perdida como él mismo la tenía.

De De repente, el último verano se ha dicho que es “muy teatral” y que es mucho más de Tennessee Williams que de Mankiewicz. Lo cierto es que el director era gran admirador del dramaturgo y, aunque no participó en el guion como solía hacer en sus películas, respetó al máximo el de William y Vidal. En realidad, Mankiewicz, adaptase o no textos teatrales, siempre tuvo un gran respeto por el sustrato literario de sus películas y eso es lo que les da ese cierto carácter “teatral” que algunos comentan.
Realmente, la película que comentamos sí que tiene el sello de Mankiewicz: en el control que impuso a sus difíciles actores, en su habilidad en el montaje de las escenas (las que transcurren en las salas comunes del manicomio son impactantes y muestran ese refinado terror gótico con el que el director había estrenado su carrera en Dragonwyck); en la magnificencia de sus decorados -en este caso, de los manicomios, de la mansión Venable y, especialmente, del lujurioso jardín tropical (con repulsiva planta carnívora incluida) creado por Sebastian como símbolo de su particular cosmogonía bajo el imperio del Ángel de la muerte-; en la utilización, recurso típico en él, del esclarecedor flashback…


Además, Mankiewicz estaba muy interesado en los aspectos psiquiátricos (había realizado estudios en esta rama de la medicina) y pudo comprender lo que pretendían transmitir los dos escritores y expresarlo tan bien como lo hizo en el onírico flashback final.

Pocos años después de esta película, el director, de la mano también de Liz Taylor, como la hermosísima Cleopatra, caería en el peor bache de su carrera como director, del que apenas logaría recuperarse. Pero durante toda su carrera dejó un puñado de películas memorables, entre las que se cuenta, aunque no sea la mejor, De repente, el último verano  extraña, turbia, opresiva, a veces abrumadora… y muy interesante de ver.

Yolanda Noir