viernes, 28 de julio de 2017

LAS TARDES DEL MORATÍN

Futuro profesional
propuesto por mi abuelo
Cuando era pequeña mi abuelo quería que fuera cupletista. Parece que el hombre no estaba muy al corriente de las modas musicales, pero el caso es que me llevaba al monumento a Raquel Meller en el Paralelo y me ponía discos de Lilian de Celis para que fuera practicando. Nunca he tenido ocasión de lucir mi repertorio, pero todavía recuerdo letras como “aunque cien años llegara a vivir, yo no olvidaría las tardes del Ritz”. Yo, tardes del Ritz ni una, pero no puedo olvidar las maravillosas tardes del Moratín. Era un cine de Arte y Ensayo que estaba en la calle Muntaner de Barcelona. ¿En qué momento desaparecieron los cines de Arte y Ensayo? ¿A la vez que las películas S? En mi conocimiento del cine hay grandes lagunas, como veréis. El caso es que, en mi infancia, como casi toda mi generación, vi muchísimo cine. Todos los domingos en el colegio de mis hermanos ponían programa doble: una de vaqueros y una de romanos, habitualmente. Además, los jueves por la tarde mi abuelo me llevaba al cine Iris. Era un local muy completo que constaba de cine, baile y salón de lucha libre. Los carteles de la lucha libre me parecían impresionantes: “Guanche canario, el noqueador isleño”. A mí me daba igual la programación, me gustaba todo. Prefería que en las de vaqueros hubiera chica y mejor en color que en blanco y negro, pero vamos, sin ser tiquismiquis. Muchas veces me pregunto cómo se nos formó el gusto cinematográfico (y el literario, porque tenía el mismo criterio: todo vale). En los últimos años de la adolescencia comenzamos a ir a cineclubs. Ahí ya no siempre me gustaban las películas pero, cuanto menos las entendía, mejores eran según los que sabían del tema.
Le genou de Claire
Por más que callaba como una muerta en los coloquios, muchas veces me había aburrido como una seta durante la proyección. Y, por fin, apareció el cine Moratín con su fantástica programación. Mi amiga Reyes y yo íbamos muy a menudo y descubrimos muchas cosas: qué era el feminismo, que nos gustaban las películas francesas, que el cine en blanco y negro podía ser bonito…
Tengo un batiburrillo en la cabeza de las películas de aquellos años. Algunas son muy famosas y forman parte de los recuerdos de todos los de nuestra edad, por ejemplo, Alguien voló sobre el nido del cuco (no sé cómo mi amiga y yo nos hicimos enfermeras después de ver esa peli); otras son clásicas entre los amantes del cine francés como Le genou de Claire o Pauline a la plage. Pero hay películas que tengo la sensación de que solo las vimos Reyes y yo. ¿Alguien se acuerda de La femme de Jean? Leo en Filmaffinity que es una película de Yannick Bellon de 1974. No he visto nada más de ese director y, sin embargo, esa película me impactó mucho y me hizo pensar que el amor podía ser un asunto peligroso. Cuerno de cabra, una película que recuerdo dura y poética y que ahora me enteró de que era búlgara de un tal Metodi Andonov.  Una amiga nuestra, después de verla, hizo unos pañuelos con puntillas sobre la frente como los que llevaba las campesinas búlgaras de la película y nos los poníamos muy ufanas. Por suerte, no hay documentos gráficos de esos desmanes.  La dentellière de Claude Goretta, con una jovencísima Isabelle Huppert que nos fascinó. Providence, de Alain Resnais. Esa no la entendí muy bien, por lo que supuse que era buenísima. Además, cuando aparecía Dirk Bogarde en una película, a mí se me ponía mal cuerpo (creo que era consecuencia de Portero de noche) y creía que la angustia estaba relacionada con la calidad cinematográfica. ¿Y alguien ha oído hablar de Rosa jet´’aime? Era una película israelí de Moshé Mizrahi que contaba la historia de una chica que se quedaba viuda y debía casarse con su cuñado de 13 años porque así lo mandaba la costumbre o la religión. Hoy se consideraría corrupción de menores o algo y no se podría rodar. Otro recuerdo muy luminoso es Une chante, l’autre pas que ahora me he enterado que era de Agnès Varda, yo siempre había supuesto que de una mindundi que no había hecho nada más. O La Vallée, donde Barbet Schroeder nos descubría paraísos perdidos.
Viajes iniciáticos
Es curioso, de la mayoría de directores solo he visto una película y, aunque me gustara mucho, no intenté seguirles la pista y ver más. Solo seguí a Rohmer muchos años.
Primeras aproximaciones
al feminismo


No sé qué me parecerían todas esas películas hoy en día, prefiero no arriesgarme a verlas de nuevo. Quizás sean excelentes, quizás no, pero es imposible recuperar la ingenuidad con que las vi, el descubrimiento de tantas cosas que supusieron. Nos educamos como pudimos, pasamos de Marisol y Fray Escoba a películas de Bergman y Buñuel; de lo que nos decían las monjas que debía gustarnos a lo que nos decían los expertos. En ese mundo, el cine Moratín fue una pequeña parcela de libertad donde intentar desarrollar nuestro criterio y, por eso, siempre le estaré agradecida.
 Une chante, l'autre pas.
No recuerdo cuál de las dos quería ser

viernes, 14 de julio de 2017

El hombre que mató a Libery Valance, 1962. Una del oeste.

El hombre que mató a Liberty Valance es un western que refleja un oeste que va dejando de serlo. Una curiosa película del estilo acostumbrado de John Ford, con sus adorables borrachos y sus rudos vaqueros, comandados por uno de sus actores fetiches: el armario ropero John Wayne.

¡Juntos por primera vez, dos actores con personajes pegados a su piel!


El ferrocarril llega a Shinbone, una localidad del oeste norteamericano que se ha convertido en una ciudad. De él bajan el senador del estado, Ransom Stoddard (James Stewart) y su esposa (Vera Miles). Desde que se fueron, hace ya muchos años, la ciudad ha dejado de ser aquél lejano lugar en el que las gentes  vivían atemorizadas por el matón, a sueldo de los ganaderos, Liberty Valance (Lee Marvin) y su banda. Los Stoddard, que son los ilustres recién llegados, han venido a presentar los respetos a un fallecido que fue muy importante en su vida, Tom Doniphon. Requerido por el director del diario local, el Shinbone Star, fundado por el ilustre periodista Dalton Peabody, James Stewart nos hace un grandioso flashback contándonos cómo él, de joven y recién licenciado en derecho, llega a esta ciudad y es recibido con una paliza de los asaltantes de la diligencia: Liberty Valance y su banda.

Ford con los protas


Con el comienzo de la peli, y la cantidad de talco que llevan los actores para resaltar las canas, nos quieren hacer ver que ha pasado tanto tiempo que el nostálgico recuerdo del oeste nos indica que ya nada es como era y que la ley de las instituciones se ha impuesto a de los forajidos. Hasta el secundario de lujo, Woody Stroode, que “de joven” luce una bola de billar en todo lo alto, para avejentarlo, ha dejado crecer la nieve en su cogote.


Ha pasado tanto que la diligencia es una pieza de museo y el pelo de Jimmy está blanco. La diligencia y el oeste ya son cosa del pasado.


El flashback nos introduce en la historia fordiana que nos interesa en realidad: En el oeste de los pistoleros , los saloones y ese John Wayne moviéndose de lado con pesadez y torpeza. Jimmy Stewart hace de Jimmy Stewart, o lo que es lo mismo, ese buen chaval, recto y honrado. Un americano ejemplar, caballeroso y pulcro, defensor de los débiles y lleno de ese americano afán de luchar por conseguir aquello en lo que cree.

Wayne con su clásica pose perdonavidas y Stroode, de criadito


John Wayne, que va primero en los títulos de crédito, es el rudo ranchero, como siempre, feo, fuerte y formal, que tiene echado el ojo a Hallie, la camarera de la casa de comidas de Peter Erikson. La mira y se la remira y le dedica sus rudos galanteos, pero sin moñeces. Cada sábado que va al pueblo Wayne pasa a ver a su novia, la cual aún no sabe que lo es, acompañado de Pompey (Woody Stroode) el gigantazo negro, criado para todo, que no debe entrar a los locales, excepto por la puerta de atrás, no sea que los clientes se tengan que mezclar con un afroamericano. Pompey es servido como uno más en la casa de comidas, pero en la cocina, con el mozo lavaplatos, que resulta ser Jimmy Stewart.


Wayne luciendo arma junto a Ford y Stewart


Dalton Peabody (Edmond O'Brien) es el orgulloso y borracho periodista, director, fundador, impresor y mozo de la limpieza del único diario de la zona, el Shimbone Star. Como en muchas de las pelis de Ford, a la manera irlandesa, no se entiende la vida si no se riega con abundante alcohol. El señor Peabody se pasa el día pimplando de la botella, y durante todo el film exhibe su intoxicación etílica perenne junto a la del médico, papel menor, pero también bañado en whisky. Este es el humor de Ford. Hasta en las elecciones, que se celebran en el saloon, se hacen contínuos guiños a la dipsomanía ya que se cierra la barra mientras se vota y eso es un contínuo chiste para Peabody que asegura que la cerveza no es una bebida alcohólica, con tal de amorrarse al vaso.


Peabody, entusiasta periodista amante de los puros y la botella


Hallie (Vera Miles) es la eficiente camarera de la casa de comidas de los Erikson, unos inmigrantes suecos orgullosísimos de lucir norteamericanos. Todos los sábados a la hora de la cena los mozos de los ranchos de alrededor, después de ponerse tibios en el saloon o la cantina mexicana, llegan a comer a esta casa con hambre de lobos. 

Los Erikson y Pompey servido en la cocina, fuera, Hallie

Desafortunadamente el papel de Vera Miles, aunque lo desenvuelve con gracia, se limita a la chica que se enamora del pacífico y entusiasta idealista y no duda en pedir ayuda al rudo ranchero que se ve abatido al ver que su “novia” prefiere a otro que no es él, pero como es feo, fuerte y formal, lo encaja como puede, preferiblemente, sumergido en whisky.


Hallie se enamora del delicado abogaducho y no del recio y viril ranchero


Liberty Valance (Lee Marvin) es el malvadísimo forajido abusón que impone sus leyes, aunque sea a tiros. Siempre acompañado de los chicos de su banda, uno de ellos un joven y callado Lee van Cleef.

Marvin, a la derecha y Van Cleef, a la izquierda.


Valance es un orgulloso fanfarrón que se atreve con todos, excepto con Donophan (Wayne). Aunque se enfrentan alguna vez, Valance no osa seguir adelante contra Donophan porque calcula que, en cuanto a testosterona, puede que no le gane. Cosas de la virilidad mal entendida.


No insistas, yo la tengo más larga, amigo


Mención honrosa se merece el pusilánime sheriff Link Appleyard (Andy Devine) un orondo y cómico personaje poco amigo de trabajar y menos de enfrentarse a Liberty Valance. Devine ya había trabajado algunas otras veces con Ford, siempre sacando toda la comicidad del gordinflón de turno.

Personaje risible, comilón y pusilánime: El sheriff


Como esta peli es del año 62, descubrí, un buen día, viendo una copia íntegra de la peli, que en la escena de la escuela, porque el entusiasta Ransom Stoddard (Stewart), enseña a leer a todos los interesados en aprender, empezando por Hallie y acabando por Pompey, que la censura española nos había escamoteado un par de minutos en los que se ensalza, muy fordianamente, también, los valores de la República estadounidense y de la democracia, y claro, eso en una dictadura militar de corte fascistoide, como que no. 

La escuela donde se enseña a leer y los hermosos valores de la joven democracia yankee

De repente a Stewart le cambia la voz, que hasta ahora no es la de Jesús Puente en esta ocasión, sino la de ese otro actor de doblaje con la voz finita que rumia las eses de manera particular. Pero no importa, al poco llega el rudo Wayne moviéndose como una rémora para decirle a Pompey que deje de aprender gilipolleces, que leer no le sirve de nada, y que se vaya al rancho a acabar la habitación que se está construyendo para cuando Hallie se convierta en su esposa.
Frecuentemente hay bares y amantes bebedores en las pelis de Ford

Las historias que rodaba John Ford siempre parecían simples y ágiles, pero rascando un poco, en esta memorable cinta, podéis encontrar ricos matices de cada personaje. El romanticismo siempre desde una óptica muy escueta. El humor despreocupado e infantiloide. El amor por la bebida alcohólica. El personaje rudo pero caballeroso. El orgullo de pertenecer a los Estados Unidos...


La amenaza del malote


Ford, de pasada, en esta cinta, nos mete en un triángulo amoroso donde el personaje del rudo vaquero, caballeroso, se retira cuando ve que su novia, a la que no se ha declarado nunca, porque primero es tener la casa y luego la boda, se enamora del atildado caballerete lleno de ideales venido del este. Wayne se duele de este amor no correspondido, como los hombres, agarrado a una botella.


¡Duelo! ¡Duelo! No, si no le falta un perejil


La cinta destila nostalgia de un salvaje oeste que ya ha sido domesticado y que, a pesar de descubrirse la verdad de una historia, conviene que la leyenda siga siéndolo. Por cierto, es curioso que esta magnífica cinta "del oeste" esté basada en una novela escrita por una mujer llamada Dorothy Johnson.



¿Quién no ha querido nunca darle un sopapo al insufrible de John Wayne?

Si no habéis visto este estupendo film, os invito a que lo disfrutéis.




Ficha técnica:

El hombre que mató a Liberty Valance; The man who shot Liberty Valance.

EEUU, 1962, 123' B/N Drama, Western.

Dirección.......................................................John Ford

Guión.............................................................James Warner Bellah, Willis Goldbeck, basado en una novela de Dorothy M. Johnson.

Música............................................................Cyril Mockridge

Fotografía:......................................................William Clothier

Reparto:

Tom Donophan...............................................John Wayne

Ransom Stoddard...........................................James Stewart

Hallie Stoddard...............................................Vera Miles

Dalton Peabody.............................................. Redmond O'Brien

Liberty Valance................................................Lee Marvin

Link Appleyard.................................................Andy Devine

Peter Erikson...................................................John Qualen

Nora Erikson....................................................Jeanette Nolan

Pompey............................................................Woody Stroode





Juli Gan empuñando el Colt 45

viernes, 7 de julio de 2017

Marlene Dietrich por Franz Hessel

Franz Hessel: Marlene Dietrich
Berlín, 1931
Epílogo de Manfred Flügge, 1992
Traducción de Eva Scheuring, 2014
Edición de Errata Naturae 2014

Una rareza deliciosa
Es este un librito de cine raro y delicioso.
Es librito porque solo tiene sesenta páginas.

Es de cine porque habla de una estrella del celuloide europea e internacional.

Es raro porque su autor es un intelectual consagrado, de la élite, que cae rendido ante un fenómeno de la cultura popular. Como dice Manfred Flügge en el epílogo, “Hessel protege a Dietrich de la pedante arrogancia de sus colegas intelectuales”.

Es delicioso porque alberga una prosa ligera y poética y destila amor por el cine y por Berlín y devoción por la gran Marlene.

Sencillamente titulado Marlene Dietrich, está escrito en 1931, cuando Dietrich empezaba a convertirse en estrella en Hollywood y ya era muy conocida en Alemania, donde su canción Von Kopf bis Fuss auf Liebe eingellstelt (Estoy hecha para el amor de la cabeza a los pies) sonaba en todos los gramófonos. Pero Dietrich todavía era una persona, todavía no se había convertido en mito.

El artífice
Franz Hessel (1880-1941) fue un escritor y traductor alemán con una curiosa relación con el cine, ya que en 1913 se casó con HelenGrund, pintora berlinesa y periodista, tras haber mantenido una relación triangular con el periodista, marchante de arte y escritor Henri-Pierre Roché. Así, Hessel inspiró el personaje de Jules para la novela de Roché Jules et Jim, llevada al cine por François Truffaut en 1962. Flügge, el epiloguista de este libro, tiene escrito otro también sobre esta historia: se titula Gesprungene Liebe y se subtitula La verdadera historia de Jules y Jim.
Hessel fue uno de los más destacados intelectuales alemanes de la primera mitad del siglo XX, como poeta y narrador. Además fue traductor de Casanova, Stendhal, Balzac y Marcel Proust.
Su comprensión de París y de Berlín, así como de la mitología que ambas ciudades alimentaron, fue un dato fundamental para sus escritos y su vida. Algo de esto se plasma en este librito; de hecho, uno de sus pasajes más hermosos es aquel en el que Hessel declara su amor por Berlín, “la ciudad de los colores claros y sobrios durante el día, de los largos atardeceres, de las suaves auroras invernales y las largas tardes de verano”.

La mirada masculina

Comienza su libro Franz Hessel hablándonos de qué representa Marlene Dietrich para las alemanas y los alemanes; sobre todo para los alemanes y, más que nada, para él mismo.

En cuanto a las alemanas, solo les dedica un par de líneas para decir que “tanto las mujeres decentes como las frívolas se reencuentran con lo más profundo de su ser en la letra y en la música de esta canción”. Se refiere, claro, a la famosa cancioncilla de Marlene antes citada, Von Kopf bis Fuss auf Liebe eingellstelt (Estoy hecha para el amor de la cabeza a los pies), y no me puedo resistir a apuntar que para este eminente intelectual solo hay dos tipos de mujeres, las “decentes” y las “frívolas”, y que todas todas ellas están hechas para amar; para amar a los hombres, claro.

En cuanto a los alemanes, como antes se ha servido de una canción, Hessel se sirve ahora del título de una película de Dietrich, Die Frau, nach der man sich sehnt (La mujer que todos desean), para resumir el efecto que causa sobre ellos. Ella es, sin más, el objeto de deseo de todo hombre.

Continúa después Hessel describiendo a Dietrich desde su propia óptica, claro, y para ello echa mano de todo un catálogo de estereotipos femeninos que nos ofrecen muchas pistas sobre cómo ven los hombres a las mujeres; insisto: no sobre cómo son las mujeres, sino cómo quieren que sean con respecto a ellos. “Para cada hombre, la buena mujer tiene la cara que hace falta”, nos dice, para que salgamos de dudas.

Así nos dice que Dietrich no es una vampiresa ni una malévola. Para Hessel, “no tiene ninguna ambición demoníaca”; todo lo hace “de manera espontánea”, inocentemente.

Su sonrisa es “más divina” que la de sus rivales: Greta Garbo, “delicada y frágil”; ElisabethBergner, “virginal y solitaria”; o Asta Nielsen, “trágicamente fatal”. En ningún momento abandonamos, como veis, el terreno de los estereotipos.


Los primeros años de Dietrich, según Hessel

Este libro se escribió durante una época de vacaciones berlinesas de Dietrich; entre estancia en Hollywood y estancia en Hollywood. Hessel pudo entrevistarse con Dietrich en su casa de Berlín y charlar de su infancia. Al parecer, de niña, no soñaba con el espectáculo; se formó en música, estudió piano y violín, pero tuvo que abandonarlos por una tendinitis; así empezó en el teatro.

Se casó, tuvo una hija y se dedicó a ella durante dos años enteros. Tuvo su primer gran triunfo en un dúo cantado en una revista y luego llegó el éxito jamás sospechado con El ángel azul,  la primera película sonora importante de Alemania, basada en una novela de Heinrich Mann.

El ángel azul se anunció publicitariamente como “Emil Jannings en El ángel azul”. Es decir, la estrella entonces era el protagonista masculino, hoy un desconocido para el gran público, eclipsado por la irrupción de Dietrich. Según Hessel, Dietrich en este filme es la “bona meretrix, la buena amante maternal, que se entrega sin mirar a quién, para satisfacer los deseos de goce de todos”. En fin.

Ya antes del rodaje de El ángel azul Dietrich había entablado negociaciones con Josef von Sternberg para trabajar en la Paramount.  Ella lo siguió a Hollywood y allí interpretó dos películas: Marruecos y Fatalidad.

En Fatalidad es una espía que termina en el patíbulo, como corresponde a las mujeres malas. Algún día haré una lista de las protagonistas que acaban muertas o tan mal que preferirían morir; ya veréis, son unas cuantas.

Marruecos la convirtió en estrella en América. En esta peli, según Hessel, vemos “la transición feliz de la curiosidad sensual y los deseos combativos hacia la entusiasmada sumisión total. Una mujer fuerte se resiste al omnipotente e invencible Eros y se vuelve débil.”


¿Qué pasa después?

Este libro, como os digo, se detiene en 1931. No dice nada, por tanto, de todo lo que sucedió después. No dice nada de la película The Song of Songs (1933), de Rouben Mamoulian, ni de Desire (1936) de Franz Borzage, ni Arizona (1939), con James Stewart; tampoco de la grabación de Lili Marleen ni de sus trabajos con Hitchcook, Fritz Lang, Billy Wilder, Orson Welles o Stanley Kramer.Tampoco habla del trabajo de Dietrich como cantante, en teatro y cabaret, ni de su estelar retiro crepuscular en París.

Para todo eso, tendremos que leer otros libros.



Noemí Pastor