Pocas pelis destilan tanta mala baba contra el american way of life como esta cinta, bella y perversa a la vez, que el talentoso director Sam Mendes nos regaló al filo del fin de siglo, en 1999.
Luego volveré, cómo no, a hablar de Mendes; de momento, voy
más atrás, a la génesis de American
Beauty, que fue una obra teatral frustrada que el guionista Alan Ball quiso escribir
sobre el circo mediático organizado en 1992 alrededor del llamado caso Fisher.
Os lo resumo. Amy Fisher, “la Lolita de Long Island”,
cumplió siete años de prisión tras haber herido de un disparo a la mujer de su
amante. Cuando sucedieron los hechos que la llevaron a prisión, Amy tenía
diecisiete años y su amante, treinta y seis.
Lo que, basado en este crimen, en principio iba a ser una
obra teatral no llegó a cuajar y se convirtió en un guion para cine, gracias al
cual Alan Ball se llevó un Oscar en el año 2000. Y no fue el único que cosechó
American Beauty, pues también se hizo con las estatuillas a la mejor película,
mejor director, mejor actor (Kevin Spacey) y mejor fotografía (Conrad L. Hall) y estuvo
nominada para recibir la de mejor actriz (Annette Bening), mejor banda sonora (Thomas Newman)
y mejor montaje (Tariq Anwar y Christopher Greenbury).
En mi humilde opinión, la banda sonora también se merecía un
Oscar y Annette Bening, quizás también otro.
Hay tantas cosas que decir de American Beauty que, para hacer un
artículo equilibrado y no eterno, solo se me ocurre referirme brevemente a sus escenas memorables, porque tiene muchas:
Lester y Ricky compartiendo un porrito en la parte trasera de un edificio en el
que se celebra una fiesta; las ensoñaciones de Lester con la amiga de su hija;
el baile de las cheerleaders durante el partido de baloncesto; la cámara que
vuela sobre la urbanización suburbial y se detiene en una primorosa casita con una puerta roja; las escenas de toda su vida que pasan por la
cabeza de Lester…
Podría citar unas cuantas más, pero, de entre todas, me
apetece destacar la escena de la bolsa
de plástico revoloteada por la brisa. Desde American Beauty veis de
distinta forma lo que antes eran sucios plasticajos, ¿a que sí? Esto sucede con
casi todas las escenas memorables de esta peli, que os volverán a la cabeza a
menudo, a poco que algo dé pie a recordarlas, y, por desgracia, bolsas de
plástico tiradas por el suelo y arrastradas por el viento hay muchas.
Por si alguien ha vivido durante los últimos treinta años en
una caverna y no la ha visto, dejaré aquí escrito que la escena de la bolsa de
plástico es ficción dentro de la ficción, pues la filma un personaje, Ricky, el vecino “rarito” de la familia protagonista. Ricky
es un artista visionario, un personaje al que la crítica califica de espiritual
y hasta de místico. Busca y encuentra la belleza en todos los segundos de la vida
cotidiana y la filma por miedo a perderla. Cuando proyecta esta escena a su
vecina y amiga Jane, le confiesa que es la más bella que ha filmado
jamás y que, al hacerlo, se dio cuenta de que hay una vida entera tras los
objetos más triviales y de que en el mundo hay mucha más belleza de la que se
puede captar.
Para acabar, volvamos a Mendes
y leamos lo que él mismo dijo de esta película, que es más o menos lo que todas
pensamos: “Es una historia de misterio, un viaje caleidoscópico por los suburbios
americanos, una serie de historias de amor…; habla de la reclusión, de la falta
de libertad, de la soledad… y de la belleza. Es un film divertido, irritante,
triste…”
Y le falta añadir y yo añado: es un film sobre el sexo en la
adolescencia, sobre las ficciones sexuales adolescentes, sobre el acoso, sobre
la sexualidad de los varones blancos cisheteros, sobre su fijación por las
jovencitas, sobre el fascismo en los USA (que se expandirá poco después y
llegará hasta la Casa Blanca), sobre las vidas que llevamos y no nos gusta
llevar, sobre las personas en las que nos convertimos y que antes no éramos,
sobre los anhelos fatuos, sobre qué creemos que es el éxito… Bueno, diría más,
pero lo dejo, que me pongo intensita.
Saludos de vuestra amiga Noemí Pastor.
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