viernes, 13 de mayo de 2016

La carta o las paradojas de la censura




"La carta" (1940), de William Wyler, tiene uno de los más impactantes inicios del cine negro (quizás sólo igualado en intensidad por el de "Los sobornados", de Fritz Lang): bajo una esplendorosa luna llena, la cámara se mueve en un lento plano-secuencia que va mostrando imágenes nocturnas de una plantación de caucho... De repente, se oye un disparo y un hombre sale tambaleándose de un bungalow; detrás de él, una mujer, Bette Davis, dispara, una y otra vez, hasta vaciar el cargador de un revolver sobre el cuerpo inerte del hombre.

La publicidad de la época decía que Bette Davis musitaba mientras disparaba: "Mío o de nadie". Lo cierto es que esa frase no se oye realmente en la película, pero también es cierto que ese podría ser el más conciso resumen del drama pasional que relata esta película, la segunda, tras "Jezabel" (1938), y antes de "La loba" (1941), de las tres que Wyler y Davis hicieron juntos.

Quizás "La carta" no sea la mejor de esas tres películas, porque "Jezabel", como "la otra" gran película del Sur (tras "Lo que el viento se llevó), y “La loba”, que contó con la ventaja de tener como operador a Gregg Toland (uno de los mejores directores de fotografía que han existido y el que enseñó a Orson Welles, en “Ciudadano Kane”, a iluminar una escena) son dos rivales demasiado fuertes; pero, aun así, es una magnífica película, vehículo perfecto para que Bette Davis pudiera interpretar magistralmente a uno de los personajes femeninos más perversos del cine negro.

“La carta” se basa en un relato del escritor británico William Somerset Maugham (publicado en 1924 en una colección de relatos titulada “The Casuarina Tree”). Aunque Maugham ya no es un autor de moda (y es una lástima) sigue siendo todavía un buen filón para excelentes adaptaciones cinematográficas, como demuestra el que, en los últimos años, “El misterio de la villa” (2000), de Philip Haas, “Conociendo a Julia” (2004), de Istvan Szabo y “El velo pintado” (2006), de John Curran, se hayan basado en sus obras.

La narración original, inspirada en unos hechos reales ocurridos en Malasia en 1911, dio lugar a una obra de teatro y a una primera versión cinematográfica que tuvieron ya mucho éxito. Se trata de un muy buen relato corto, que cuenta, con el estilo elegante y preciso de Maugham, cómo la aparición de una carta muy comprometedora pone en entredicho la versión exculpatoria de la mujer de un plantador de caucho sobre los motivos que le habían llevado a matar a un hombre.
No es extraño que Wyler, capaz de realizar películas muy comerciales pero de gran calidad (“La carta" tuvo siete candidaturas al Óscar, pero no se llevó ninguno porque tuvo la mala suerte de competir con “Rebeca”), supiera sacar tan buen partido de la historia de Maugham. Ciertamente, aunque siempre se destaca la pericia técnica de Wyler en la utilización de los planos-secuencia que reducen los cortes y aumentan el realismo de la acción, también destacó por su inteligencia en la elección de historias y de actores, ya que consideraba que estos eran la verdadera alma de una película. Por eso fue tan buen director de actores y por eso consiguió formar con Bette Davis un gran equipo en las películas que rodaron juntos, aunque sus diferencias en “La loba” supondrían que ya no volviesen a colaborar.

Bette, precisamente, había iniciado su camino de gran estrella, especializada en interpretar a mujeres de mucho carácter, con otra adaptación de una obra de Maugham, “Cautivo del Deseo” (1934), que protagonizó junto a Leslie Howard. Pero tras conseguir su primer Óscar en 1935 por "Peligrosa", la Davis, que derrochaba carácter también en la vida real, se enfrentó a la Warner y llegó a exiliarse en Inglaterra. Finalmente, tuvo que volver a Estados Unidos, muy endeudada, y seguir trabajando con la Warner, momento en el que inició su colaboración con Wyler (y gracias a “Jezabel” consiguió su segundo Óscar).

En “La carta”, una de las muchas grandes actuaciones de la Davis, ésta logró dotar al personaje de Leslie Crosbie, la aparentemente correctísima británica de edad media, clase media, y afición por el ganchillo, de una salvaje pasión enterrada bajo un frio manto de autodominio y convenciones sociales. Convenciones sociales que se manifiestan, por ejemplo, en la actuación de Leslie como perfecta anfitriona a pesar de que poco antes ha matado a un hombre.

El guion de la película, obra de Howard E. Koch, va mucho más allá del relato original, más realistamente cínico en su cáustico final, y desarrolla una historia en la que el crimen pasional inicial y el chantaje subsiguiente, se complementan con una justiciera venganza que no aparece en la historia de Maugham.

En realidad, como en todas las películas estadounidenses realizadas entre 1934 y 1967, el guion de “La carta” estuvo mediatizado por la censura que, en la forma del denominado Código Hays, controló la producción cinematográfica estadounidense durante muchos años.
Porque la censura no fue, ni mucho menos, sólo "cosa española". En el caso de Estados Unidos, el Código Hays fue un sistema de autocensura que se dieron a sí mismas las grandes compañías cinematográficas con dos objetivos básicos: velar por la imagen del mundo cinematográfico, que había sufrido un fuerte deterioro debido a los numerosos escándalos en los que habían estado implicadas estrellas de cine (el más famoso el de “Fatty” Arbuckle, estrella del cine mudo, acusado en 1921 de un escabroso asesinato) y acallar las voces de importantes sectores sociales que clamaban contra la franqueza con la que se afrontaban en el cine ciertos temas (sexuales, de corrupción política, etc.).

Inicialmente, para controlar las producciones cinematográficas, surgieron en Estados Unidos infinidad de consejos estatales y municipales. Pero esta situación derivaba en altísimos costes para las compañías cinematográficas que debían afrontar cortes del metraje ya producido, o bien realizar varias versiones de la misma cinta para que cada una de ellas se adecuara a los requisitos del consejo censor de la localidad donde fuera a exhibirse.

Ante esta situación las grandes compañías cinematográficas se asociaron en 1922 en la MPPDA (Asociación de Productores y Distribuidores de Cine de América) y nombraron como su primer presidente a William Harrison Hays, un importante líder republicano. Hays pretendía encontrar una alternativa de autocensura que evitara el impacto económico de los cortes y las diferentes versiones y, tras diversos intentos fallidos, consiguió su objetivo gracias a la intervención de los sectores católicos.

En 1930, con el respaldo del cardenal Mundelein de Chicago, el jesuita Daniel Lord presentó a Hays un código, que fue aceptado con entusiasmo por Hays, tanto que dijo “Casi se me salen los ojos cuando lo leí. Esto era exactamente lo que estaba buscando.”

Las restricciones del Código eran tantas que no se cumplió realmente hasta 1934, cuando los grupos de presión católicos amenazaron con boicotear a los estudios que no lo acataran. El Código estuvo vigente hasta que en 1967 la MPPA adoptó el sistema de clasificación por edades.

Como siempre ha pasado con todo tipo de censura, los guionistas y directores con verdadero talento consiguieron crear grandes obras discurriendo por caminos paralelos a los impuestos por las prohibiciones.
En el caso concreto de "La carta", la censura propició la paradoja de que, para cumplir el requisito de que una adúltera y asesina como Leslie Crosbie no saliera indemne de sus crímenes (tal y como ocurría en el relato original), la película recurriera a sumar un nuevo crimen al asesinato inicial (a pesar de que el Código Hays también repudiaba la venganza) y que el chantaje, meramente mercantilista del relato literario, se convirtiese en una verdadera historia de amor de la concubina china (convertida en la película, en beneficio de la decencia, en legitima esposa) hacía su amante o marido.

Y aquí es de señalar la actuación de Gale Sondergaard, norteamericana de ascendencia danesa, como la hierática china, odiada rival de Leslie, que consigue, con un solo cerrar de ojos ante el cadáver del esposo asesinado, mostrar el inmenso dolor que presagia y justifica su venganza.  Gale Sondergaard no hace sombra a Bette Davis; pero sí está a su altura y el duelo entre los dos personajes que interpretan simboliza perfectamente el enfrentamiento entre culturas y razas.
Porque el telón de fondo de la historia es el choque de culturas entre los occidentales y orientales que conviven, sin mezclarse, en aquella Malasia en la que los colonizadores británicos se esforzaban en imponer sus costumbres ("Lástima que el caucho no se de en climas civilizados", dice en la película un camarero).

Y aunque "La carta" es, sin lugar a dudas, Bette Davis, también es cierto que el resto del reparto, además de la Sondergaard, es magnífico. Destaca especialmente James Stephenson que realiza una grandísima interpretación (que le valió una candidatura al Óscar al mejor actor de reparto) como Mr. Joyce, el abogado que, a diferencia del personaje del relato literario, tiene sospechas inmediatas sobre la veracidad de lo que cuenta Leslie Crosbie y que, a pesar de ello, con graves problemas de conciencia profesional, opta por ayudarla, empujado por la compasión hacía el amigo bueno, estúpido y engañado (el Mr. Crosbie muy bien interpretado por Herbert Marshall, actor que un año después volvería a ser el marido de Bette Davis en "La loba").

Mención aparte merece la banda sonora de Max Steiner, contrapunto perfecto de las escenas más dramáticas. El compositor vienés ha pasado a la historia del cine por poner música a más de trescientas películas, por ser premiado con tres Óscar y por ser el primero (en “Lo que el viento se llevó”) en introducir en sus bandas sonoras un "leitmotiv" (un tema musical dedicado a personas o situaciones concretas).

En definitiva, “La carta” puede no ser la mejor película de Wyler, ni de Bette Davis, ni siquiera la mejor de las tres que hicieron juntos, pero es, sin duda, una de las grandes películas del género negro estadounidense en su período clásico.


Yolanda Noir
















5 comentarios:

lola santana dijo...

Hola,cualquier película con Bette Davis es mi favorita. ;-)

TRoyaNa dijo...

Yolanda Noir,
estupenda reseña de un gran clásico encabezado por una magistral Bette Davis.
La película la vi hace tiempo,pero tu entrada ha despertado en mí,las ganas de revisarla.
Sin duda,la censura ha jugado un papel clave en la industria cinematográfica,pero también es cierto, como bien señalas que siempre con talento hay quien ha sabido bordearla.Hecha la ley,hecha la trampa,especialmente con leyes que atienden a la moralidad más conservadora.
Un abrazo,compañera:)

Manderly dijo...

Impactante esa primera secuencia, a priori tranquila que termina con esa Bette Davis inmensa sin falta de decir ni una sola palabra y que nos deja a todos clavados en el sitio.
Yo es que como incondicional de Bette, coincido con lo que dice lola santana en su comentario.
El Código Hays da para mucho que hablar... bueno como todas las censuras de la época que sean.
Saludos.

Yolanda Noir dijo...

Opino igual, Lola, fue una grandísima actriz. Sigue siendo una gozada ver sus películas.

Gracias Troyana. Es verdad, alguna de las más grandes películas están hechas bajo el control de la censura (en el caso de España hay varias geniales y corrosivas como, por ejemplo, Plácido o El verdugo).

Sí, Manderly, ese contraste entre las primeras imágenes de la vida nocturna de la plantación y la dramática aparición de Bette Davis es verdaderamente impactante. Uno los mejores inicios que yo recuerdo en una película y que te dejan clavada ante la pantalla.

loquemeahorro dijo...

Hace poco volví a ver Jezabel y me sorprendió porque, aunque creía que la tenía muy reciente, apenas recordaba el final y me volví a ver envuelta en el extraño ambiente de la segunda parte de la película cuando ...

Volvamos a La Carta de la que también creo que tengo muy reciente y quizá no sea así, la volveré a ver y espero disfrutar tanto de esta visión como de tu reseña, Yolanda.

Por cierto, muy bien traída la mención al Código Hays, que aunque hizo correr ríos de tinta, probablemente hoy no conozcan muchos cinéfilos de nueva hornada.