Hedy Lamarr fue una
famosa actriz de la época en que los estudios de cine
hollywoodienses mandaban con poder omnímodo. Hoy en día sólo los
amantes del cine clásico recuerdan a esa belleza morena que fue la
Dalila que cortó el pelo al Sansón de la película de Cecil B.
DeMille. Pero Hedy Lamarr fue mucho más que eso. Fue una inteligente
mujer que co-inventó un sistema de encriptación de mensajes para
teledirigir torpedos, que es la base fundamental del funcionamiento
de la telecomunicación mediante bluetooth o wi-fi, claro que ella y
su co-inventor, George Anthell, músico, no tenían ni idea de la
revolución que su trabajo iba a suponer, sobre todo, porque, cuando
patentaron su sistema, allá por 1941, el ejército de los EEUU
aparcó el tema. No en vano, estos residentes en América no eran
sino dos sospechosos, austríaca, ella, alemán, él.
Hedy Lamarr en su mejor monento
Pero volvamos al
principio. Hedwig Kiesler, Eduvigis, por si alguno goza
castellanizando los nombres de pila, nació en Viena el 9 de
noviembre de 1914, hija de un banquero y una dama de la alta
burguesía de aquella ciudad tan pija. Se educó en los mejores
colegios, entre ellos, un internado suizo donde iban las muchachas de
la aristocracia europea. Llegó, incluso, a estudiar ingeniería, sin
acabarla, por motivos que luego desvelaré, cosa que era bastante
infrecuente para una mujer en aquella época.
Pero a la joven Hedy
Kiesler le llamaba el mundo de la interpretación y no cejó hasta
que consiguió colarse en el mundo del cine y luego interpretando
algún papel en el teatro. A falta de pan, buenas son tortas. Fue en
un teatro donde conoció a su primer marido, el poderoso industrial
filonazi Friedrich Mandel, pero no corramos, porque antes de casarse,
la joven Hedy rodó una película, un pecado de juventud, que la
persiguió toda la vida.
En 1936 Hedy está
en Berlín, es muy joven, y rueda su primer papel protagonista en una
peli que se titulará “Éxtasis”, en ella, el director se empeña
en que salga totalmente desnuda corriendo por un bosque y que nade,
en traje de Eva (qué cursilada) en un lago. Ese fue el primer
desnudo integral del cine. No tenía ningún sentido para la historia
rodada, pero lo que pretendían, claro, era hacer un descarado
reclamo.
¿Exigencias del guión? en Éxtasis, 1933
Poco después,
casada ya con Mandl, el empresario vendedor de armas nazi intentó
hacerse con todas las copias de la película y destruirla. Mandl la
tenía en una jaula de oro,Hedy quería escapar pero su esposo-captor
la tenía bien controlada, hasta que maduró un plan que la permitió
marchar a París, donde consiguió el divorcio, de allá a Londres y
de Londres a California, vía el magnate Louis B. Mayer.
Los señores Mandl
En Londres Lamarr y
Mayer no llagaron a un acuerdo. Lamarr se las ingenió para viajar en
el mismo barco que el magnate de la Metro y allá ella consiguió su
contrato. Por cierto que fue el mismo Mayer, en dicho viaje, el que
apellidó Lamarr a la divorciada señora Hedy Mandl.
Hedy Lamarr en la
supuesta autobiografía “Éxtasis y yo”, supuesta porque por lo
visto había algún negro literario que se dedicaba a intercalar
escenas picantes en el libro que, sin saberse ciertas o falsas,
cabrearon como una mona a la siempre elegante figurada autora, cuenta
sus inicios extraños en la Metro y cómo Éxtasis, aquella peli en
que corría en pelotas, censurada en los siempre mojigatos EEUU, le
confería una capa de escándalo. No querían presentarla como una
chabacana guarra europea, que es lo que solían (¿Suelen?) pensar
los yankees de las mujeres liberadas del viejo continente. Por fin
pudo rodar “Argel” con el estirado, lo dice ella, Charles Boyer.
Es curioso que las grandes estrellas de los estudios, a menudo solían
ser europeos. El propio Boyer era francés, y su rival en tantos
papeles, Ingrid Bergman, sueca. Argel fue un exitoso trampolín.
Argel, su primer éxito americano con el francés Boyer
Y así comenzó su
vida hollywoodiense, haciendo pelis por contrato con la Metro de
Mayer, a menudo, mediocres, asistiendo a fiestas y convirtiéndose en
amiga de ese irresistible borracho y adicto al sexo que era Errol
Flynn, en cuya mansión había toda serie de mirillas para saciar el
hambre de voyeurismo del hipersexuado tasmano. Además de rodar y
asistir a fiestas con las celebridades de una industria en pleno
auge, Hedy Lamarr comenzó a coleccionar maridos. Le dio por casarse
sin pensarlo con un guionista, un actor, un hostelero, un petrolero
texano y un abogado en todo su periplo vital, amén de mantener
varias relaciones sin vínculo matrimonial, incluidas algunas amantes
femeninas, según su autobiografía aunque a Lamarr, esto, que debió
escribir su negro, no le hizo demasiada gracia.
Cabe recordar que
Hedy Lamarr, huida de Europa por un matrimonio con un rico industrial
cruel, que, a su vez, mantenía negocios con Hitler o Mussolini, era
de una rica familia judía vienesa. En cuanto el ambiente se
enrareció en su lugar natal, sacó a su madre de aquel infierno nazi
y antisemita. Sin embargo, a los ojos de los norteamericanos, Lamarr
era austríaca y, aunque el comienzo de la segunda guerra mundial no
suponía nada para los yankees, aún, no se fiaban demasiado de
alguien de aquella zona. Esto viene a colación del invento patentado
por la señora Lamarr, que firma como Kiesler, su verdadero apellido,
y el músico George Antheil.
Dos artistas y genios de las telecomunicaciones
Hedy Lamarr, que
debía tener un coco estupendo, realizó estudios de ingeniería que
no pudo acabar porque su rico marido filonazi, Mandl, se lo prohibió.
En una fiesta en Hollywood conoció al brillante pianista George
Antheil, alemán huido de su tierra. Hablando, hablando, patentaron
un sistema de encriptación de mensajes mediante un salto de
frecuencias, y esta patente se la quisieron regalar al ejército
estadounidense, ya en guerra, los americanos entraron a muy finales
del 41, otra vez a media guerra, para sacar los beneficios. El
ejército, no se sabe si porque eran civiles, “artistas” y
encima, del país de Hitler, aparcaron el tema y conminaron a Lamarr
a que se dedicara a sacar pasta para el ejército, si de verdad
quería hacer algo, así que se dedicó a recaudar fondos mediante
besos y cosas como estas junto a actrices como Bette Davis.
Señora, déjese de inventos y venda besos
Durante los años 40
Hedy Lamarr se convirtió en una auténtica estrella del cine. Podía
rechazar papeles e, incluso, desafiar a Louis B. Mayer y romper
contratos con él. En su autobiografía cuenta su gran estrategia
para conseguir que Cecil B. DeMille la fichara para ser su Dalila en
esa historia bíblica en la que un cretino que no sabe guardar
secretos (Sansón, interpretado por el cara difícil de Victor
Mature) con mucho músculo, pero poco cerebro, se carga el templo de
los filisteos con él dentro. Una película de la que ya habló, conmucha gracia y discernimiento, Doctora.
El tiempo no perdona
en Hollywood, sobre todo a las mujeres, y, aunque la siempre supuesta
autobiografía de la señora Lamarr debió ser escrita en su aún
espléndida madurez, no nos cuenta que, después de un gran éxito y
una gran fortuna, la ruina la llevó a vivir muy modestamente.
Hedy Lamarr murió
en el año 2000 y jamás supo que su patente de encriptación de
mensajes para teledirigir torpedos sirvió de base para desentramar
el sistema de telecomunicaciones que usamos hoy día. Fue la base
del Bluetooth y del tan utilizado sistema wi-fi. Como aporta
Guillermo Balmori a modo de epílogo en la reciente edición española
de “Éxtasis y yo” Se debe a Google en uno de sus Doodle, esos
dibujitos conmemorativos del día internacional, en este caso de los
inventores, del 9 de noviembre del 2015, justo en el 101 aniversario
de esta actriz, también inventora, colocaba a Hedy Lamarr como la
madre del sistema wi-fi. (De Antheil no sé si se dijo nada). Eso
suscitó un aluvión de artículos en prensa, radios, blogs sobre el
curioso hecho.
La actriz y sus bocetos
Hedy Lamarr está
enterrada en Viena donde su hijo pudo, por fin, llevarla en el
centenario de su nacimiento, cuando se dieron cuenta de que Hedy
Lamarr no sólo fue una buena actriz de una belleza arrebatadora,
sino que, además, era una brillante ingeniera que desarrolló la
base científica por la cual me podéis leer desde vuestros
terminales móviles.
Así reza en su
tumba: “Las películas tienen un efímero lugar en un momento
concreto. La tecnología es para siempre."
Podéis sumergiros en sus aventuras dentro de este libro:
"Éxtasis y yo", de Hedy Lamarr. Publicado por Editorial Notorius.
4 comentarios:
Juli Gan,
qué interesante vida y carrera la de Hedy Lamarr.Te agradezco esta entrada tan biográfica incluidos los aportes menos conocidos de las estrellas de Hollywood,tales como su actitud en las fiestas;)
En particular,la recordaré por su papel como Dadila,pero me ha parecido muy interesante esta faceta suya de inventora,más cuando su invento ha tenido tanta repercusión en nuestros días.
En efecto: apasionante. He disfrutado con esta reseña que pone en evidencia el mito de la "belleza tonta".
Hola, zinéfilas mías. La historia de Hedy Lamarr daría para una peli interesante. Una pena que los papeles para mujeres sean de florero, aún hoy día.
Me hizo el día, muchas gracias y bendiciones.
Publicar un comentario