martes, 10 de abril de 2018

El halcón maltés


No se puede hablar con buen juicio si no se tiene práctica (Kaspar Gutman, el Hombre gordo de El halcón maltés).

Durante los años treinta del siglo XX,  en Estados Unidos se hicieron muy populares las crudas novelas negras de autores como Dashiell Hammett, James M. Cain, W. R. Burnett o Raymond Chandler. Eran los años turbulentos de la Gran Depresión, con su correspondiente auge de la corrupción política y la delincuencia.

Al cine, sujeto a la necesidad de grandes capitales, la tendencia llegó algo más tarde, cuando el gusto por esa literatura se había ya consolidado entre el público y el invertir en ese tipo de películas no suponía ya un gran riesgo.

La película que inició el género negro cinematográfico fue El halcón maltés, de John Huston, estrenada en 1941. A partir de ese momento puede hablarse realmente de un cine negro, con diferencias sustanciales de las películas de gánsteres que tanto habían proliferado en Estados Unidos durante la década anterior.
Muy poco antes de rodar El halcón maltés,  la Warner había estrenado El último refugio, una de esas películas de gánsteres que mencionamos, dirigida por Raoul Walsh  y protagonizada, en su primer papel estelar, por Humphrey Bogart. Esta película se basaba en una novela de W. R. Burnett y los guionistas del filme fueron el propio autor y John Huston, un guionista que había realizado innumerables y muy buenos guiones durante los años 30.

Tras el éxito de El último refugio, la Warner cumplió la promesa que le había hecho a Huston de permitirle dirigir una película. Lo relata él mismo en sus apasionantes memorias A libro abierto:

“Paul Kohner había escrito en mi contrato que si la Warner volvía a renovármelo, yo podría dirigir una película. Elegí la novela de Dashiell Hammett El halcón maltés. Ya había sido filmada dos veces anteriormente – la versión de Roy Del Ruth en 1931 y la de William Dieterle en 1936, con Bette Davis de mujer fatal-, pero nunca con éxito. Blanke y Wallis se sorprendieron de que yo quisiera volver a hacer una película que había fracasado dos veces, pero el hecho era que El halcón nunca había sido realmente trasladada a la pantalla. Los guiones anteriores habían sido productos de escritores que habían pretendido poner su propio sello en la historia escribiéndola de nuevo, con escenas innecesarias.”
Huston se atuvo fielmente a la novela de Hammett, publicada en 1929: el detective Sam Spade investiga el asesinato de su socio, Miles Archer, cuando realizaba un trabajo para la candorosa Brigid O´Shaughnessy, cliente de la agencia de ambos;  muy pronto, Spade descubrirá que la historia ficticia que le ha contado su clienta encubre realmente la lucha por hacerse con una valiosa estatuilla de un halcón de oro (tributo de los caballeros de Malta al emperador Carlos V). La disputa por el halcón, en la que estarán involucrados, además de Brigid, los delincuentes Joel Cairo, Kasper Gutman y Wilmer,  dará lugar a varios asesinatos.

Inicialmente, la Warner le ofreció el papel protagonista, el del detective Sam Spade, a George Raft, (uno de los actores, junto con James Cagney, Edward G. Robinson o Paul Muni, más habituales en las películas de gánsteres)  pero éste lo rechazó, porque no quería trabajar con un director primerizo, y la Warner se lo encomendó entonces a Bogart, con gran satisfacción de Huston, que opinaba lo siguiente del actor:

“Bogie era un hombre de estatura media, no particularmente notable fuera de la pantalla, pero algo sucedía cuando estaba interpretando el papel adecuado. Aquellas luces y sombras se transformaban en una personalidad diferente y más noble: heroica como en El último refugio. Juraría que la cámara tiene una forma especial de ver el interior de una persona y de registrar cosas que el ojo desnudo no percibe.”
Y lo cierto es que Bogart fue el perfecto Sam Spade; tanto como cinco años más tarde sería el más perfecto Philip Marlowe, el otro gran detective clásico de la novela negra norteamericana. Humphrey Bogart, como ningún otro actor, encarnó a esos dos detectives duros y cínicos que tan sólo se atenían a su propio código moral.

La personalidad de Spade queda perfectamente definida en la película por otro de los personajes, el Hombre gordo, cuando le dice al detective:

¡Caramba! Es usted extraordinario. Ya lo creo. Nunca se sabe lo que va a decir o hacer; pero si se sabe que, sin duda, será algo asombroso.

Y la moral de Spade la resume muy bien el propio detective cuando le comenta al personaje interpretado por Mary Astor:

“Escucha bien: se supone que si matan a tu socio tienes que hacer algo al respecto. No importa lo que pensaras de él, era tu socio y debes actuar de alguna manera. Ten en cuenta, además, la naturaleza de mi profesión. Si matan a un miembro de una agencia de detectives, es mala cosa dejar que el asesino quede impune. Malo para esa agencia en particular y malo para los detectives en general.”

Sí, Spade podía tener una aventura con la mujer de su socio y no tenerle demasiado aprecio, pero eso no iba a impedirle “hacer algo al respecto” cuando asesinen a su colega.

El propio Huston se encargó de realizar el guion de la película, ateniéndose fielmente a la novela.  Ese fue uno de los grandes aciertos del filme. En cuanto a su inexperiencia como director, la subsanó poniendo en la empresa toda su voluntad, que era mucha, y todas sus capacidades, que también lo eran (incluyendo, en otro orden de cosas,  también las de actor, pintor, escritor, boxeador… y, especialmente,  gran vividor).

Llevaba mucho tiempo luchando porque le dieran la oportunidad de dirigir y, una vez que la logró, no estaba dispuesto a desperdiciarla. Él mismo lo contó:

“Yo me preparé muy bien para mi primer trabajo como director. El halcón maltés tenía un guion muy cuidadosamente estructurado, no sólo escena por escena, sino plano por plano. Hice un esquema de cada plano. Si tenía que hacer una panorámica o un plano con grúa, lo indicaba. Yo no quería en ningún caso tener dudas delante de los actores o del equipo técnico. Comenté la planificación con Willy Wyler. Me hizo algunas sugerencias, pero en conjunto aprobó lo que vio. También le enseñé la planificación a mi productor, Henry Blanke. Todo lo que Blanke dijo fue:

— John, solamente ten presente que cada escena, cuando la ruedes, es la escena más importante de la película.

Este es el mejor consejo que un director joven puede recibir.”

Huston no cambió ni una línea del diálogo durante todo el rodaje y sólo eliminó una escena corta porque se dio cuenta de que podía sustituirla por una llamada telefónica sin que se perdiera nada de la historia.

Esa es también una de las grandes virtudes de la película: que no sobra ni falta nada, cada escena es perfecta en sí misma y respecto al conjunto de la historia.
También desde el punto de vista técnico la película es excepcional, tanto en los juegos de luces y sombras como en el habilidoso uso de la cámara; como en la escena larga en el apartamento de Spade, hecha no a base de planos sino con movimientos de cámara. Sobre esta escena Huston comentó:

“La rodamos en una sola toma. Los hombres que movían la dolly tenían que saberse el diálogo tan bien como los actores; el suspense durante la toma fue electrizante, pero Arthur Edeson, el cámara, lo consiguió. No recuerdo exactamente cuántos movimientos de cámara se hicieron, pero me viene a la memoria el número veintiséis”.

El halcón maltés había sido pensada inicialmente por los directivos de la Warner como una película de serie B, lo que en la práctica significaba  que su rodaje debía de ser muchos más rápido (el doble, aproximadamente unas seis páginas de guion al día) que el de una de serie A, puesto que el presupuesto era mucho más reducido. Huston se atuvo estrictamente a los tiempos y presupuestos determinados y con los medios de una película de serie B no consiguió una de serie A: consiguió una obra maestra que se convirtió en el principio canónico del género.

Y, por supuesto, la otra baza con la que contó Huston para lograr una gran película fue el elenco magnífico de actores del que dispuso. Y él lo sabía y así, aunque planificó cuidadosamente todos los detalles del rodaje,  también supo darles mucha libertad  a la hora de desenvolverse en escena (“Sólo un veinticinco por ciento de las veces, aproximadamente, fue necesario hacer que se adaptaran a mi idea original”).

Del inglés Sydney Greenstreet, con mucha experiencia teatral pero ninguna cinematográfica, Huston opinaba “…estuvo perfecto en su papel del Hombre gordo desde el principio hasta el fin. Yo sólo tuve que sentarme tras la cámara y disfrutar de su interpretación.”

Por su parte,  Mary Astor, la primera verdadera Femme fatale que el cine negro nos ha regalado, supo dotar a su personaje, Brigid O’Shaughnessy, de la más dulce y engañosa ingenuidad; porque si Bette Davis en La Carta la había precedido como mujer despiadada,  su personaje estaba empujado por el amor no correspondido y el despecho, mientras que el personaje de Brigid utiliza su atractivo sexual sin más excusa que su ambición.

De Peter Lorre, en su papel de Joel Cairo, sólo se puede decir que realizó una interpretación perfecta, mereciendo sobradamente las palabras que le dedicó Huston “…fue uno de los actores más ajustados y sutiles con los que trabajé nunca”.

La pareja de villanos encarnada por Greenstreet y Lorre fue tan convincente y tuvo tanto éxito que en los años siguientes ambos repitieran tándem de malvados en otras ocho películas.
Elisha Cook, Jr., como Wilmer, el matón y cabeza de turco, realizó también una estupenda actuación. Cinco años después volvería a trabajar con Humphrey Bogart en El Sueño eterno.

Y también hacía un pequeño papel Walter Huston, el padre de John, que unos años más tarde, en 1948, lograría el Óscar al mejor actor de reparto con otra gran película de su hijo, El tesoro de Sierra Madre.

Al parecer la conexión entre los actores y el director fue tan buena, más allá del set de rodaje,  que todas las noches  Bogart, Lorre, Ward Bond (el actor fetiche de John Ford, que aquí hace del detective Tom Polhaus) y Mary Astor se iban juntos de copas: “Todos pensábamos que estábamos haciendo algo bueno, pero ninguno tenía ni idea de que El halcón maltés sería un gran éxito y que con el tiempo se convertiría en un clásico”.

El colofón de la película lo constituyó la música del compositor Adolph Deutsch. La Warner volvió a dar muestras de la confianza que tenía en Huston al permitirle trabajar directamente con el compositor, algo que estaba normalmente reservado a los directores más importantes. Huston y Deutsch trabajaron mano a mano para conseguir que la música resaltará la acción en los momentos que Huston deseaba. Fue un acierto total.

Al pase privado de la película asistieron, sorprendentemente para una película de serie B, los directivos de la Warner. Su impresión fue tan buena que no se hizo ningún cambio en el metraje y  la película se estrenó con el respaldo total de la Compañía. El éxito de público y crítica fue inmediato. Consolidó la carrera de Bogart, lanzó la de Huston y significó un hito absoluto dentro del género al que daba inicio.

A Bogart y Huston les dio tiempo, hasta la temprana muerte del actor, en 1957, de colaborar en otras cinco películas (A través del Pacífico, El tesoro de Sierra Madre, Cayo Largo, La reina de África y La burla del diablo) y para seguir siendo tan grandes amigos que Bacall le encargó a Huston el panegírico de Bogie; en él, el director dejó claro su cariño por el hombre y su admiración por el actor “…era un actor. No una estrella, sino un actor”.

Los constantes y sorprendentes giros argumentales de la película, su peculiar humor, los sombríos escenarios de densa atmósfera, con absoluta predilección por interiores o escenas nocturnas, se convirtieron en características propias del nuevo género cinematográfico.

Sí, Huston aprovechó magníficamente la oportunidad que le dieron y consiguió hacer de su primera película un clásico imprescindible.  Para cuando se despidió del cine, y de la vida, con la hermosa Dublineses (1987), había dirigido ya 41 película, con títulos como El tesoro de Sierra Madre (con la que consiguió el Óscar al mejor director y al mejor guion), La jungla de asfalto, La reina de África (que le dio el Óscar a Humphrey Bogart), El hombre que pudo reinar… En muchas de ellas volvería a estar presente el tema central de El halcón maltés (ese pájaro que pesaba mucho porque “es del material con que se forjan los sueños”): un grupo de personas luchando por hacerse con un tesoro que finalmente se esfumará ante sus ojos.
Yolanda Noir

2 comentarios:

buhoevanescente dijo...

excelente trabajo, Zinefilaz!! Nos encanta el cine y descubrir detalles como los que contais, todo un placer, Peter Lorre hace tiempo gano nuestros corazones! saludosbuhos

Yolanda Noir dijo...

Muchas gracias Buho, es una gran satisfacción compartir la pasión por el cine. Y también la admiración por Peter Lorre, un gran actor cuya carrera estuvo injustamente limitada por su peculiar físico.