viernes, 5 de abril de 2019

De repente, el último verano


“No esperes el día en que pares de sufrir, porque cuando llegues sabrás que estás muerto”

Esta frase del dramaturgo Tennessee Williams (1911-1983) resume en buena medida la filosofía de vida que impregna toda su obra. Traumatizado por su vida familiar, homosexual en una época en que era difícil serlo, alcohólico, inestable mentalmente… no es de extrañar que todos sus personajes sufran grandes conflictos existenciales y que esa intensidad dramática de su teatro, muchas veces con tintes autobiográficos, favoreciese su frecuente adaptación al cine, generalmente con mucho éxito, como demuestran ejemplos como el de  Un tranvía llamado Deseo -que le ganó el Pulitzer- dirigida por Elia Kazan (1952), La gata sobre el tejado de zinc, de Richard Brooks (1958) o El zoo de cristal, de Paul Newman (1987)…

En 1959 el director Joseph L. Mankiewicz, dirigió la adaptación de una de las obras más complejas de Tennessee Williams: De repente, el último verano. Como era habitual en las adaptaciones al cine de sus obras, el dramaturgo fue también el guionista de la película, con la colaboración de otro importante escritor, Gore Vidal.

Mankiewicz, Williams, Vidal… y tres grandes actores, Katharine Hepburn, Elizabeth Taylor y Montgomery Clift, consiguieron una película muy original, extraña, densa, a veces turbia y, casi siempre, angustiosa.


La película se desarrolla en 1938, en Nueva Orleans, con constantes referencias al verano de 1937. Desarrolla temas muy complejos y perturbadores, algunos expresamente prohibidos de mencionar en su época: la homosexualidad y el incesto (o cuando menos, una especie de complejo de Yocasta); las relaciones de poder y de amor-odio dentro de las familias; la locura y sus métodos de tratamiento en aquel momento; el poder del dinero, bien para comprar voluntades (como las de la madre y el hermano de Catherine o la del director del hospital) o sexo; el turismo sexual…

Muchos asuntos…, y la mayoría muy escabrosos para su época. Por ello, para sortear la censura, los guionistas utilizaron una sibilina sutileza que hace que sea necesaria la plena atención del espectador para que llegue a comprender totalmente todas las pasiones y pulsiones que recorren la historia.

En cuanto a la censura, hay que comentar que en España, donde se rodó el flashback final, se eliminaron diálogos referentes a la homosexualidad y a la prostitución masculina y también la velada referencia a España que hacía el personaje de Taylor al comentar que no entendía el español –pero es comprensible que las autoridades del momento se horrorizaran ante la idea de que se pudiera considerar que España era un lugar donde se podían producir semejantes hechos-.


Aunque la película rozaba los límites de lo que era aceptable en el Hollywood de la época, el guion de Williams y Vidal, en constante lucha con los censores, fue tan habilidoso en sortearlos que pudo ser estrenada sin grandes mutilaciones y su éxito de taquilla y crítica abrió el camino a un tipo de cine más complejo del que hasta entonces había sido habitual en Estados Unidos.

Toda la historia gira en torno a la figura de Sebastian, el joven diletante (pseudopoeta y pseudofilosofo) en cuya órbita giran la vida de su madre, hasta rozar lo escabroso, y más tarde la de su prima. La figura de Sebastian es omnipresente durante toda la película, pero incluso cuando, a través de los recuerdos de su prima Catherine, se recreen escenas en las que aparece, nunca llegaremos a conocerlo físicamente; ese es un gran acierto de Mankiewicz: hurtarnos el rostro de Sebastian para que permanezca como una sombra que sólo cobra realidad para el espectador a través de las versiones contrapuestas que de él dan su madre y su prima.

La madre, en largos y potentes monólogos, a veces desgarradores y otras irreales, nos presenta a Sebastian como un ser superior, de una sensibilidad portentosa; la prima como un depredador sexual y un manipulador.


Sin embargo, ambas coinciden, aunque sea involuntariamente, en mostrar a Sebastian como alguien para quien los seres vivos se dividen entre los que devoran y aquellos que son devorados. Para Sebastian la naturaleza entera, incluidas las personas, se circunscribe a un juego, con tintes eróticos, de muerte en el que unos ganan y otros pierden (describe muy bien su mentalidad el recuerdo de Violet, su madre, de una jornada en la playa con Sebastian fascinado por el espectáculo de las tortuguitas recién nacidas siendo devoradas en su intento de llegar al mar…).

Pero el último verano, ese en que Sebastian, por primera vez, viaja por Europa con su prima en lugar de con su madre, el joven murió y su prima enloqueció…

Y la madre de Sebastian encerró a Catherine en un manicomio privado, porque Violet Venable defendía que su hijo había muerto un ataque al corazón y temía desesperadamente que la versión que Catherine pudiera dar de esa muerte enturbiará el recuerdo, absolutamente magnificado por ella, de su hijo.


Y tanto miedo tiene la madre de Sebastian, que pretende que el Dr. Cukrowicz, un joven neurocirujano que realiza una novedosa técnica quirúrgica a enfermos mentales en el hospital estatal psiquiátrico, opere a su sobrina para erradicar sus recuerdos. Y, con ese fin, ofrece una millonaria donación al hospital, sumido en las más precarias condiciones.


Ya hemos dicho que esta obra de Tennessee Williams tiene mucho de autobiográfica en cuanto a que trata temas que atormentaron al dramaturgo: su homosexualidad y el miedo a la locura… y también las consecuencias de la lobotomía, esa siniestra operación que sobrevuela durante todo el drama como una amenaza sobre Catherine Holly, y que, en la cruda realidad, con el consentimiento paterno, destruyó a Rose, la amada hermana de Tennessee.

Ahora puede parecernos increíble, pero lo cierto es que durante unos años, a partir de 1935, cuando fue inventada por el neurocirujano portugués Antonio Egas Moniz –premiado con el Nobel de medicina- la técnica fue acogida con entusiasmo para tratar enfermedades mentales graves (y en ocasiones, no tan graves). Especial difusión tuvo en Estados Unidos, gracias a un neurólogo, Walter Freeman, que depuró el procedimiento (introducía un punzón por encima del globo ocular y con un martillo golpeaba hasta traspasar el cráneo) y se hizo famoso recorriendo el país, en su lobotomóvil como llamó a su coche, realizando intervenciones en serie.

Una de las pacientes-víctimas de Freeman fue Rosemary Kennedy, la hermana mayor del que sería presidente, que sufría una leve deficiencia mental. Guapa y aficionada a las fiestas, su padre temió que pudiera propiciar algún escándalo que pusiera en peligro la carrera política de su hermano. La intervención, a los 23 años, la dejó totalmente discapacitada.



Más suerte que Rosemary tuvo la escritora neozelandesa Janet Frame (1925-2004), candidata al Nobel, que relataba en sus memorias, Un ángel en mi mesa, como, mal diagnosticada de esquizofrenia, se salvó de sufrir una lobotomía porque quién había de realizársela tuvo la ocasión de leer, el día anterior al previsto para la operación,  alguno de sus poemas…

Se calcula que en la década de los cuarenta de siglo XX se realizaron 40.000 lobotomías en EEUU y unas 17.000 en Reino Unido. En las décadas siguientes, se evidenció que mucho de los pacientes habían quedado reducidos a un estado semi vegetal.  Por ello, a mediados de los cincuenta la lobotomía cayó en desuso y actualmente está prohibida.

En este contexto, hay que entender como la amenaza de “esta pequeña operación” –como la califica la madre de Catherine cuando intenta justificar el que haya aceptado, a cambio de una importante suma, que se realice la operación a su hija- pudo convertirse en una estremecedora herramienta de control social o familiar de los individuos incómodos.


El personaje de Violet permite que una Katharine Hepburn, espléndida como siempre, demuestre lo gran actriz que era. Sin embargo, a veces se tiene la impresión de que “actúa” (en sus memorias Yo misma. Historias de mi vida, ella mantenía que el mejor actor era aquel al que no se notaba actuar), bien sea porque sus diálogos son, a veces, excesivamente grandilocuentes o por una cierta desgana de la actriz.

Seguramente, influyó en Hepburn su falta de sintonía con Mankiewicz. El director comentó lo mucho que complicaron el rodaje las actitudes de Montgomery Clift, alcoholizado y drogadicto, y de Katharine Hepbun, que pretendía dirigirse ella misma, aunque la oposición frontal del director lo impidió. La actriz nunca consideró esta película como una de sus favoritas; además, recordaba con tristeza el rodaje por el deterioro que ya presentaba Montgomery Clift.


Para Elizabeth Taylor la película fue una buena ocasión de mostrar sus indudables capacidades dramáticas. Aunque a veces sus diálogos también pecan de excesiva teatralidad, supo dar veracidad al miedo que su personaje siente a la locura y su triste desvalimiento ante el despiadado egoísmo de su familia.

Decían que Mankiewicz estaba enamorado de Liz Taylor… No sabemos si es cierto, pero sí que favoreció el que en esta película luciera sus dotes dramáticas, especialmente en la escena final, muy onírica, en la que, gracias a la intervención del Dr. Cukrowicz, afronta la verdad de la muerte de Sebastian y puede así escapar de la locura; locura, sin embargo, a la que sus palabras condenan a su tía.

La película puede entenderse como un duelo interpretativo entre estas dos grandes estrellas femeninas, cada una mostrando en densos monólogos las verdades contrapuestas e irreconciliables de los personajes que interpretan. En realidad, las dos lo hacen muy bien; las dos estuvieron nominadas al Óscar por ella (también la dirección artística) y Liz consiguió, además, un Globo de Oro y un Donatello.


En cuanto al personaje del  Dr. Cukrowicz, a pesar de que Montgomery Clift estaba ya hundido en el abismo de autodestrucción que le llevaría ocho años después a la muerte, consiguió realizar un gran papel como el íntegro doctor que intenta encontrar la verdad que salve a Catherine, aunque ello vaya en detrimento de su carrera.

Esta era la tercera película que interpretaban juntos Montgomery Clift y Elizabeth Taylor, que a partir de la primera, Un lugar en el sol (1951), se convirtieron en grandes amigos.  Durante el rodaje de la segunda, El árbol de la vida, el actor, al salir de casa de Liz, estrelló su coche contra un poste. Aunque Liz Taylor consiguió salvarle la vida (se estaba asfixiando con sus propios dientes), su cara quedó desfigurada y sus problemas mentales y de adicciones aumentaron hasta arruinar su carrera y su vida. Después de De repente, el último verano hizo todavía otras cinco y consiguió una gran interpretación en ¿Vencedores o vencidos? (1961), de Stanley Kramer, pero ya era incapaz de recordar su papel y, precisamente, fue tan veraz en esta película porque interpretaba a un pobre hombre con la mente tan perdida como él mismo la tenía.

De De repente, el último verano se ha dicho que es “muy teatral” y que es mucho más de Tennessee Williams que de Mankiewicz. Lo cierto es que el director era gran admirador del dramaturgo y, aunque no participó en el guion como solía hacer en sus películas, respetó al máximo el de William y Vidal. En realidad, Mankiewicz, adaptase o no textos teatrales, siempre tuvo un gran respeto por el sustrato literario de sus películas y eso es lo que les da ese cierto carácter “teatral” que algunos comentan.
Realmente, la película que comentamos sí que tiene el sello de Mankiewicz: en el control que impuso a sus difíciles actores, en su habilidad en el montaje de las escenas (las que transcurren en las salas comunes del manicomio son impactantes y muestran ese refinado terror gótico con el que el director había estrenado su carrera en Dragonwyck); en la magnificencia de sus decorados -en este caso, de los manicomios, de la mansión Venable y, especialmente, del lujurioso jardín tropical (con repulsiva planta carnívora incluida) creado por Sebastian como símbolo de su particular cosmogonía bajo el imperio del Ángel de la muerte-; en la utilización, recurso típico en él, del esclarecedor flashback…


Además, Mankiewicz estaba muy interesado en los aspectos psiquiátricos (había realizado estudios en esta rama de la medicina) y pudo comprender lo que pretendían transmitir los dos escritores y expresarlo tan bien como lo hizo en el onírico flashback final.

Pocos años después de esta película, el director, de la mano también de Liz Taylor, como la hermosísima Cleopatra, caería en el peor bache de su carrera como director, del que apenas logaría recuperarse. Pero durante toda su carrera dejó un puñado de películas memorables, entre las que se cuenta, aunque no sea la mejor, De repente, el último verano  extraña, turbia, opresiva, a veces abrumadora… y muy interesante de ver.

Yolanda Noir


3 comentarios:

ricard dijo...

Defiendes muy bien esta película que no me convenció cuando la revisé no hace mucho. A mi manera de ver, los problemas que expone no tienen ninguna vigencia; el suspense es nulo y no pude evitar la sensación de estar viendo una parodia.

Un saludo.

caveat emptorium dijo...

Hola,
Gracias por "recuperar" esta película de Mankiewicz que, a veces, se olvida recordar entre sus obras... principales. No es una película para colocar en la primera fila de sus trabajos (donde ya tiene varias, así que no hay que preocuparse de no darlo obras maestras...), pero sí se aprecia el valor de sus protagonistas y del texto en que se basa.
Solo una pequeña apreciación: que es Katharine Hepburn, con dos "aes" al principio ;)
Saludos

Yolanda Noir dijo...

Hola, Ricard. No es es de las mejores películas del director, ni de los actores , ni la mejor adaptación al cine de Williams... Y estoy de acuerdo en que algunos de los problemas que trata han perdido, afortunadamente, vigencia (otros no); sin embargo, pensando en el año en que se rodó creo que tuvo el mérito de afrontar temas muy controvertidos y, por supuesto, siempre es un placer ver a los tres protagonistas,aunque no sea en sus mejores interpretaciones (los papeles de Hepburn y Taylor resultan demasiado exagerados, poco naturales; para mi gusto el que mejor está es Montgomery).

Salve a ti, Caveat emptorium: muchas gracias por la corrección (ya lo he cambiado). Comparto plenamente tu opinión no es la mejor de Mankiewicz (yo me quedo con El fantasma y la señora Muir o Eva al desnudo, por poner solo dos ejemplos), pero tiene aspectos muy interesantes que hacen que merezca ser conocida.