viernes, 5 de noviembre de 2021

Prisioneros

 


(Denis Villeneuve, 2013)

¿Te apetece ver una película dura y desagradable? Aquí tienes una. Nada más comenzar a leer cualquier sinopsis, te das de bruces con lo crudo del argumento: el secuestro de dos niñas de seis años; el horror y la desesperación de sus familias; verdaderas atrocidades.

A mí la sinopsis me habría echado para atrás inmediatamente, porque lo tremebundo del planteamiento me habría hecho pensar en algo vulgar, efectista y gore. Si la sinopsis hubiera sido mi única referencia, jamás habría visto Prisioneros y jamás me habría gustado, porque, como he escrito otras veces, a mí Prisioneros me gusta contra todo pronóstico y contra mi propio historial cinéfilo. ¿Por qué? Porque en principio no me van nada esas historias retorcidas y rarunas, al estilo de Seven, peli que detesto. Precisamente, lo que menos me gusta de Prisioneros es ese personaje de malo malísimo taimado que obra el mal por el mal. Otros críticos destacan esa interpretación del mal y a mí, como me pasa siempre, no me acaba de convencer: en Prisioneros, como en todas las pelis que lo incluyen, resulta tontorrón y pretencioso, pero aquí excepcionalmente funciona un poco, quizás porque el relato se resuelve en un tono cruel y descarnado, nada lacrimógeno, nada piadoso, ni siquiera para con los débiles. Y se mantiene. Y resulta novedoso, porque huye del susto y de la sorpresa y lo trata todo con un atrevimiento formal que supera lo típico hollywoodense y un ritmo lento, pero tenso.

Villeneuve domina las convenciones del género, pero no se priva de darle su toque personal y se le agracede la audacia.

De este thriller oscuro, asfixiante y contundente, de dos horas y media de duración que no pesan en absoluto, dice Claudia Puig, del USA Today, que es una película de realismo macabro y puedo estar bastante de acuerdo, sobre todo con lo de macabro; no tanto con lo de realismo, pues alguna escenita tontea con lo fantástico y es precisamente lo peor logrado del film entero.

Lo primero que hay que destacar de Prisioneros es su ambientación. El responsable de la fotografía, Roger Deakins, que también trabajó en No es país para viejos y Skyfall, obtuvo una nominación a los Oscar. No ganó, pero lo habría merecido, porque mérito de la fotografía, de sus amarillos sucios y grises, es la peculiar atmósfera sombría y glacial y la tremenda impresión que produce esa América profunda inhóspita, fría, reflejo de las almas turbulentas de sus pobladores. Prisioneros se desarrolla en un no-lugar típicamente americano que no apetece nada visitar; más bien te da ganas de salir huyendo. Es la América criminal que vio nacer al asesino en serie, la patria de los demonios americanos de la venganza y la justicia rifle en mano. Esa moral americana está vista aquí por un canadiense de Quebec con un pelín de complejo de superioridad, pero cinematográficamente no resulta odioso, quizás porque en Europa complejo de superioridad también nos sobra.

Yo, que soy una loca de las localizaciones de las pelis, en este caso ni siquiera tengo claro dónde se supone que se desarrolla la ficción. Pensaba, no sé por qué, que era en algún lugar de Pensilvania, pero luego he leído en alguna crítica que se trata de las afueras de Boston. Sea como sea, no está de más nombrar Boston, porque al hablar de Prisioneros mucha gente cita Mystic River, con el mismo Boston durito y desagradable.

Están genial los actores, sobre todo Hugh Jackman y Paul Dano, y especialmente bien está Jake Gyllenhaal. Tampoco están mal Maria Bello y Viola Davis, aunque sus funciones son muy secundarias: el peso de la acción recae en los personajes masculinos, que son un verdadero regalo para los actores. Las actrices, en cambio, no tienen manera de lucirse.

Al hilo de Boston hablábamos de Mystic River y al hilo de Jake Gyllenhaal, que borda su papel, tenemos que hablar (como hace la mayoría de la crítica) de Zodiac, pues estos dos personajes, el de Prisioneros y el que Gyllenhaal hacía en Zodiac, tienen bastante en común: los dos son antihéroes, bastante pardillos y un poco pringaos, obsesionados con unos hechos criminales y una investigación. Aquí, en Prisioneros, Gyllenhaal es un poli anodino que no parece muy espabilado, con unos tics nerviosos desesperantes, que hace muchas cosas mal y no inspira confianza. Pero, como no hay nadie mejor, como todos los demás personajes están devastados por la tragedia, pues no queda más remedio que confiar un poco en él y rezar para que acabe resolviendo el caso.

La resolución o, mejor dicho, el final del film es espléndido. El saber rematar adecuadamente las películas es algo que personalmente valoro mucho y este remate, como os digo, me complace: es contenido, evocador, da una chispita de esperanza, pero solo una chispita que se apaga bruscamente. Nada de explosiones de optimismo. Para eso se necesitaría otra película, no esta.

 

Noemí Pastor

1 comentario:

TRoyaNa dijo...

Noemí
aquí te dejo por si tienes curiosidad, la entrada que en su día le dediqué a esta peli aquí en Zinéfilaz:
http://zinefilaz.blogspot.com/2014/06/prisioneros.html
Me dejó impactada.
Un saludo