viernes, 6 de octubre de 2023

Las dos caras de la justicia

Escrita y dirigida por Jeanne Harry —coguionista y directora de la serie Call my agent—, es una película que sorprende y engancha. Al verla he sentido algo muy parecido a la sensación que recuerdo cuando vi de pequeña por primera vez Matar un ruiseñor: un descubrimiento emocionante del mundo de la justicia penal; un atisbo de entender cómo funciona aquello; de ver que siempre hay intereses contrapuestos pero dignos de protección por las dos partes; una lección magistral de derecho penal y procesal, y la intuición de que es un asunto muy complicado en el que no hay certezas (por eso nos deslumbra Atticus, porque él sí lo tiene claro, la seguridad de su conciencia nos protege). Dirigida a todos, pero creo que en especial a los que no nos dedicamos al derecho penal ni tenemos alguien cercano involucrado en el sistema penitenciario, nos abre el mundo de la justicia restaurativa. Duro pero fascinante. Y lo trata con tal delicadeza e inteligencia que consigue involucrar al espectador y mostrar muy pedagógicamente de qué estamos hablando sin que se haga pesado, al contrario, te mantiene en vilo toda la película. Tú no sabes hacia dónde van los personajes ni en que va a acabar, pero te interesa. El título en español, Las dos caras de la justicia (traducción libre del original, Je verrai toujours vos visages), se puede interpretar como una doble dualidad. La de víctimas y delincuentes, por supuesto; pero también, justicia punitiva o tradicional frente a justicia restaurativa: un enfoque que se centra en el tratamiento individual, en la implicación de víctimas y delincuentes, comunidad y facilitadores, en la restauración del daño y la asunción de responsabilidad, en la posibilidad de llegar a mediación que no siempre tiene por qué ser y en el respeto a todos los participantes. Y parece que estos encuentros debidamente supervisados por facilitadores ayudan a todas las partes. En Francia ha comenzado a implementarse en 2014 siguiendo las recomendaciones de Naciones Unidas en sobre su aplicación como complemento a las medidas penales vigentes. Me consta que en España también se están propiciando diálogos entre víctimas y criminales, algunos muy famosos, pero prefiero centrarme en lo que se muestra en este film que refleja el sistema francés. Se ven dos procesos en paralelo. El primero es de un grupo de delincuentes que cumplen condena por delitos de robo, atraco, allanamiento, etc., con una selección de víctimas de esta clase de delitos. El otro es de violencia sexual, en este caso la víctima tiene necesidad de llegar a una serie de acuerdos con su agresor que le permitan vivir sin sobresaltos. Los dos son fascinantes. Por otra parte, es una obra coral en la que no hay un único protagonista. La interpretación de Adèle Exarchopoulos, como víctima de violación, es excelente, igual que las del resto del reparto. Por citar algunos, intervienen Giles Lellouche, Leïla Bekthti y Miou-Miou, también como víctimas; Dalí Benssalah y Birane Ba delincuentes, y Elodie Bouchez, Suliane Brahim y Denis Podalydés en el papel de mediadores. Desde el punto de vista formal, en algunos tramos adopta la estética de documental y prescinde incluso de la música, lo que potencia la sensación de estar acudiendo a sesiones reales. Dice la publicidad que esta película te devuelve la fe en la humanidad. Para mí lo hace en dos sentidos: pensando en individuos, me ha sorprendido y reconfortado la labor de los voluntarios en el sistema penitenciario y, como sociedad, me parece un avance esperanzador en uno de los campos más oscuros y obsoletos de nuestro sistema, instituido antes de la Edad Media, que considero imprescindible replantearnos en el siglo XXI. Almudena Fernández Ostolaza

No hay comentarios: