viernes, 24 de febrero de 2017

La noche del cazador


“¡Cuelga, cuelga, ahorcado! ¡Mirad lo que hizo el verdugo! ¡Cuelga, cuelga, ahorcado! ¡Mirad cómo se balancea el ladrón! ¡Cuelga, cuelga, ahorcado! ¡Mi canción ha terminado! (La noche del cazador, 1955)

Quizás esta cancioncilla perversa, que unos niños crueles cantan a otros que han perdido a su padre a manos del verdugo, resonó alguna vez en la cabeza de Charles Laughton para recordarle el triste final de sus ilusiones como director cinematográfico.

En 1954 Laughton, aunque no estaba ya en el cénit de su carrera, conservaba todavía un inmenso prestigio como actor. En esa época estaba asociado con un joven y entusiasta agente, Paul Gregory,  con el que había logrado importantes éxitos en una gira de lecturas bíblicas y  en varias obras teatrales dirigidas por el propio Laughton.

El éxito de su asociación hizo que Gregory gestará un nuevo proyecto: que Laughton dirigiera una película. Hasta ese momento, el actor sólo había dirigido teatro y algunas escenas de una película en la que había participado en 1949: “El hombre de la Torre Eiffel”.

Cuando Gregory leyó las galeradas de una novela, “La noche del cazador", de Davis Grubb, no lo dudó: era perfecta para que su adaptación a la pantalla fuera dirigida por el actor. Lo mismo pensó un Laughton ansioso de recobrar protagonismo en el mundo del cine.


Laughton y Gregory reunieron rápidamente un equipo, al que contagiaron su entusiasmo por el proyecto. Comenzaron a rodar el 15 de agosto de 1954 y en 36 días finalizaron el rodaje, que se benefició de un inusitado clima de buen entendimiento entre quienes participaron en él, convencidos de que estaban creando una obra muy especial  (al parecer sólo  Mitchum y Winters no congeniaron).

Laughton, especialmente, tuvo el mérito de mostrar una gran paciencia durante la filmación, porque como actor tenía fama de provocar serios conflictos con  directores y productores (significativas son las palabras de Alfred Hitchcock: «Nunca se te ocurra hacer una película con animales, ni con niños, ni con Charles Laughton»).

El resultado de los esfuerzos conjuntos de unos grandes profesionales fue una película extraña y muy hermosa, a la que, frecuentemente, en un vano intento de clasificarla, definen como “un cuento de terror”.


Y es cierto que  tiene algo de los cuentos tradicionales europeos, nada infantiles en su origen, popularizados por los hermanos Grimm: dos niños, John y Pearl, (modernos Hänsel y Gretel) tienen que luchar por sus vidas frente al malvado predicador Harry Powell (del que los espectadores sabemos desde el inicio de la película que es un psicópata asesino), que les acosa para hacerse con el botín que el padre de los niños les confió antes de ser ahorcado.

El Predicador tiene mucho del  lobo con piel de oveja de alguno de esos cuentos infantiles. Los niños, ante la estupidez y cobardía de los adultos que los rodean, deberán enfrentarse a él sin más ayuda que la que encontraran, finalmente, en una peculiar granjera: Rachel Cooper (“Un árbol firme con ramas para muchos pájaros”); la única, junto con el pequeño John, que advierte inmediatamente la maldad del Predicador y la única que ofrece refugio y protección a los niños.

Se habla, frecuentemente, de que la película está recorrida por una veta de misoginia. Excepto ella misma, todas las mujeres que aparecen se atienen escrupulosamente al juicio sumario de Rachel: “Las mujeres son tan tontas…”. Efectivamente, tontas son las mujeres desconocidas que entregaron vida y ahorros al Predicador; tonta es la pequeña Pearl cuando en él busca a un nuevo padre; tonta es la adolescente Ruby;  mucho más lo es la sugestionable Willa, la madre de los niños, cuando entrega al Predicador su vida y sus hijos; y peligrosamente tonta es la anciana Icey Spoon cuando empuja a Willa a los brazos (a la navaja) del asesino.

Pero la película, más que misoginia, lo que muestra realmente, al igual que la novela, es una visión pesimista de la condición humana en general (si la opinión de Rachel sobre las mujeres es dura, la que manifiesta en la novela sobre los hombres tampoco es suave: “¡Los bichos más sucios bajo el azul del cielo!”). Los personajes masculinos (Walt Spoon, el tío Birdie), aunque no estén sometidos al influjo del Predicador, tampoco son capaces de hacerle frente, porque  son, cada uno en su estilo, extremadamente cobardes.

El relato se presenta desde el punto de vista del pequeño John Harper, magníficamente interpretado por Billy Chapin. Es es, precisamente, uno de los grandes logros de la película: transmitir al espectador la angustia e impotencia del niño al ver cómo la trampa del Predicador se cierra cada vez más fuertemente en torno a él y a su hermanita, sin que nadie, incluida su propia madre, sea capaz de ayudarlos hasta que encuentran a Rachel. En realidad, esa es la trama de la película: el terror y desamparo de los niños.


La elección de Robert Mitchum como el feroz predicador Harry Power demostró ser un gran acierto. Esta es una de sus mejores interpretaciones, y seguramente le hubiera sido difícil a Laughton encontrar otro actor tan capaz de vaciarse de su propia personalidad para encarnar al monstruo (cuesta imaginar en el papel a Gary Cooper, que fue la primera opción de Laughton pero que, previsiblemente, lo rechazó).

Mitchum  recordaba que Laughton le llamó para ofrecerle el papel  y le dijo “Hay que interpretar a un monstruo repugnante”. “Presente”, le contestó Mitchum. “Se supone que yo no sé mucho de esas cosas, yo soy un verdadero profesional de lo no monstruoso”, le dijo Laughton.“Déjame a mí al frente de esa sección”, le respondió Mitchum.

Shelley Winters también logró una gran actuación como madre ineficaz, mujer acomplejada, y víctima propiciatoria.

Frente al carácter más irreal de la actuación de Mitchum y Winters, en consonancia con sus personajes, imbuidos por una falsa y estridente religiosidad, la interpretación de Lillian Gish fue mucho más sobria y realista. La escena en la que por primera vez se encuentran Rachel, austera y serena en su interpretación, y el Predicador, lleno de histrionismo, pone de manifiesto las naturalezas totalmente contrapuestas de los personajes.

Gish, que había sido una de las grandes heroínas del cine mudo, consiguió en esta película una de sus mejores actuaciones en el cine sonoro (también lograría  interpretaciones memorables en  “Duelo al sol” o en  “Los que no perdonan”…  y en su despedida del cine y, prácticamente, de la vida: la conmovedora “Las ballenas de agosto”, interpretada en 1987 cuando contaba ya con 94 años).

En los aspectos técnicos, la película se caracteriza por ser una fusión de estilos: el expresionismo alemán, el realismo propio del cine norteamericano, el simbolismo del cine mudo (por ejemplo, el tren en marcha como símbolo del peligro que se cierne sobre los niños)… Laughton consiguió conjugar todo y lograr escenas de grandísima perfección estética: el cadáver sumergido de Willa, la huida de los niños por el río Ohio (rodada en interiores y llena de simbolismo), el dúo de Rachel y el Predicador mientras éste espera el momento de atacar a sus presas.
Toda la película está dominada por la dualidad entre el bien y el mal, simbolizada en los tatuajes que el Predicador luce en los dedos de sus manos y que le sirven para escenificar su falsa religiosidad: en  la derecha “love” y en la izquierda “hate”.

Dualidad también entre la falsa religión y la falsa bondad de Harry Powell, despiadadamente malvado bajo su atractiva apariencia, y la verdadera religiosidad, bondad y honradez de Rachel Cooper, disfrazada por un tenue barniz de dureza. Y también dualidad entre los sentimientos del pequeño John: odio al predicador y amor al padre perdido.
La historia transcurre en Virginia Occidental durante la Gran Depresión. En la película, el padre de los niños es un parado que, desesperado, comete un atraco y dos homicidios. Esta justificación del crimen es menor en la novela, donde Ben Harper es un trabajador que roba y mata porque “estaba rotundamente cansado de ser pobre” (cansado, realmente, de no poder ofrecer lujos a su mujer e hijos).

La importancia del sexo como motor del mal, que tiene un papel fundamental en la novela, no es tan explícita, por motivos obvios de censura, en la película, limitándola a la carga de pecado que tiene para el predicador y que le autojustifica su locura. Actualmente la novela ha quedado casi olvidada, oscurecida por la genialidad de la película; pero lo cierto es que en ella está todo lo que desarrolla la película.
El guion lo realizó el novelista James Agee (guionista también de “La reina de África”, de 1951). Robert Mitchum dijo que Laughton lo reescribió por entero. Esto quizás sea una exageración, pero lo cierto es que Laughton realizó un trabajo fundamental sobre él para hacerlo practicable, porque el trabajo inicial de Agee tenía 350 páginas.

Las aportaciones de Davis Grubb fueron decisivas. Laughton mantuvo contacto constante con el escritor y éste, además de aconsejarle sobre el reparto, le entregó más de 100 bocetos (Grubb era un pintor frustrado por el daltonismo) que fueron básicos para la puesta en escena.

Una baza esencial de La noche del cazador es la fotografía de Stanley Cortez, que, con sus violentos claroscuros de tradición expresionista,  consiguió convertir en imágenes el horror de la narración.

La pericia de Cortez se manifiesta por ejemplo en una de las escenas más famosas de la película: la de John en primer plano, mientras observa desde su escondite (“¿Es que él no duerme nunca?”)  la amenazante silueta de Harry Powell sobre un caballo. Como el rodaje en el estudio no permitía lograr la gran perspectiva que la narración exigía, y Laughton y Cortez deseaban, se utilizó a un doble muy bajito de Mitchum  montado sobre un poney.


Y como colofón, para potenciar la sensación de peligro que acecha a los niños, la perfecta música  de Walter Schumann.

“La noche del cazador” fue la única película dirigida por Laughton. Tras el fracaso de público y crítica, rompió su relación con Gregory y no volvió a dirigir ninguna otra, rechazando el proyecto, ya iniciado, de llevar a cabo la adaptación de los “Los desnudos y los muertos” de Norman Mailer. Continuó dirigiendo teatro y logrando grandes éxitos como actor: en 1957 creó uno de sus papeles más memorables en “Testigo de cargo, bajo la dirección de Billy Wilder, y el mismo año de su muerte, 1962, triunfó también con “Tempestad sobre Washington”, de Otto Preminger.

Charles Laughton murió sin saber que, con el tiempo, su fama como director de “La noche del cazador” oscurecería, incluso, sus inmensos méritos como actor.

 
Yolanda Noir

11 comentarios:

ricard dijo...

Una de las grandes obras maestras de la historia del cine y también uno de sus fracasos más inmerecidos (no diré que incomprensibles; probablemente, su visión pesimista acerca de la condición humana, su astuta perversión de determinados clichés de los cuentos infantiles, no fueran de fácil digestión para el público de la época).

Saludos.

Teo Calderón dijo...

La única incursión del actor Charles Laughton en el terreno de la dirección desembocó en un insólito resultado: una fábula llena de crueldad y fascinación, donde la eterna lucha entre el Bien y el Mal tiene una casi mágica formulación visual en imá­genes de una extraña y arrebatadora belleza, “inspiradas” en el universo infantil y su mitología.
La experiencia sensorial que nos proporciona el visionado de esta singular película es, en consecuencia, indescriptible. Todo nos induce a pensar que Laughton se planteó cómo describir, retratar, explicar, el contenido y la naturaleza de la pesadilla de un niño sin recurrir a métodos racionales que nos sacaran de la atmósfera onírica de un “cuento” (la luz rasgando las tinieblas, las sombras proyectadas, el paisaje irreal, los aullidos del predicador-ogro, el bestiario que vela y jalona la huída nocturna de los niños en la barca).
Los asombrosos momentos que van sucediéndose en el desarrollo de “LA NOCHE DEL CAZADOR” no sé en qué medida achacarlos a la libertad que le proporcionaba a Charles Laughton su inexperiencia como director espoleada por sus inquietudes expresivas, o a un desbordado talento sin parangón capaz de parir una obra -como se ha comprobado- sin precedentes ni sucesión. Tal vez la concurrencia de todos estos factores le empujaron a (geniales) soluciones de puesta en escena no ajustadas a la “gramática” narrativa imperante. De no ser así ¿cómo es posible crear planos tan bellos y perturbadores como el de la cámara nupcial convertida en eclesiástico altar sacrificial, el del coche con Willa (Shelley Winters) hundido en el fondo de las aguas, o todos los dedicados a la anciana Rachel (Lillian Gish)?.
En todo caso, estamos ante una película insólita y una obra maestra absoluta (injustamente ignorada por la crítica y el público de la época, motivo que nos privaría de sucesivos trabajos de Laughton tras la cámara) en la que el gran Robert Mitchum, en verdad escalofriante, realiza la que sin duda es la mejor composición de toda su carrera, revalidada seis años después por su composición del sádico ex convicto Max Cady de “EL CABO DEL TERROR” y más tarde, en 1968, con ese "bíblico" y vengativo reverendo de "EL PÓKER DE LA MUERTE".
Un saludo.

Yolanda Noir dijo...

Tienes razón Ricard, es una obra maestra y fue un fracaso inmerecido. Finalmente, la injusticia de ese fracaso inicial se ha solventado con el reconocimiento unánime de la genialidad de la película. Lástima que Laughton, como algún que otro inmenso creador, no llegará a disfrutar en vida del reconocimiento.

Teo, estoy totalmente de acuerdo con tu interesante análisis y con el que podría ser su resumen: una película insólita y una obra maestra absoluta. Es, entre otras cosas, una maravillosa e inolvidable experiencia estética.

Juli Gan dijo...

Recuerdo haber visto esta peli de muy joven y, desde luego, me impresionó. Cumplió su objetivo de aterrorizarme y Mitchum, entre esta, y el cabo del terror, me horrorizó durante años. Debería volver a verla ya de adulta. Lo haré porque me han entrado muchas ganas.

Yolanda Noir dijo...

Seguro que la disfrutas, Juli. Yo, cada vez que la veo, encuentro nuevos detalles que admirar. Y, sí, Mitchum, con estos dos papeles que comentas, se convirtió en la personificación del terror.

loquemeahorro dijo...

Qué maravilla de película, no creo que nunca pueda olvidar uno de los fotogramas que nos has ofrecido: el del pelo flotando en el fondo del río de ... (no diré mucho más, por si acaso).

Es perfecta, inquietante, angustiosa, poética... y sí, Mitchum demostró que era capaz de mucho. Que Charles Laughton no dirigiera nada más, después de haber firmado una obra maestra en su primer trabajo, es una de esas cosas de la historia del cine que te da una rabia infinita, y en todo caso demuestra aquello de que lo de "éxito" y "fracaso" es algo muy relativo, y desde luego, desligado de la calidad de la obra.

Tienes razón, por cierto, en que la novela ha quedado muy olvidada y también injustamente, lo digo sin haberla leído, pero tu criterio es suficiente garantía.

Ah, a mí no me pareció misógina, sino muy crítica con la religiosidad fanática (más cerca de la superchería que otra cosa) que hace tan manipulables a los que se dejan convencer por cualquiera que se nombra a sí mismo interlocutor de Dios.

Yolanda Noir dijo...

Yo creo que es crítica con las debilidades humanas, en general, entre ellas el fanatismo religioso; quizás por ello no fue bien acogida. El libro es también muy bueno; en él está todo lo que luego encontramos en la película, pero logrando convertir la narración en imágenes de una inmensa belleza. Gracias Loque.

TRoyaNa dijo...

Yolanda Noir,
enhorabuena por la entrada,tan detallada como estimulante.
La película me gustó mucho,recuerdo la intriga y la desazón que me produjo el personaje del predicador y también la impotencia de ver el desamparo de los niños.
No sé si misógina pero desde luego no deja de ser un análisis crítico de la condición humana y también de la doble moral de algunos representantes de la iglesia.
Se ve muy bien reflejada la hipocresía,la codicia,la maldad que guía al predicador y también la sumisión que en general las personas muestran ante las figuras de autoridad,sin cuestionarse su validez ética o moral.
Me ha gustado mucho tu entrada,enhorabuena otra vez.
Un abrazo

Yolanda Noir dijo...

Muchas gracias Troyana por tu generoso comentario (tan interesante como amable). Efectivamente, un elemento muy importante de la película es la crítica a la ciega sumisión a la autoridad, tan estupendamente personificada en la anciana Icey Spoon; primero sometida totalmente a la supuesta superioridad moral del Predicador y, más tarde, pidiendo, hacha en mano, su cabeza. Un alegato maravilloso el que consiguió Laughton contra la estupidez y la maldad humana en sus variadas vertientes.

Unknown dijo...

Pues sí, a medida que iba leyendo tu reseña se me rasgaron las telarañas del paso de los años y mi memoria fue saliendo a flote.¡Cómo me gustó esta película!. En mi memoria quedaron grabadas algunas escenas, entre otras, la del predicador montado en su caballo en lo alto de la colina y una música maravillosa acompasando al sonido de los cascos del caballo (o al menos así creo recordarlo) y también la espantosa escena del coche hundido bajo el agua con el cadáver dentro.

Maravillosa como siempre tu descripción y crítica de la película. Un abrazo.

Yolanda Noir dijo...

Sí, tienes mucha razón, es una película con música e imágenes imborrables y de conmovedora belleza. Gracias, Guille, por tu amable comentario.