viernes, 11 de enero de 2019

Encrucijada de odios


Dejemos de odiar y aprendamos a disfrutar de las cosas (palabras pronunciadas por Samuels, el judío asesinado en Encrucijada de Odios).

Edward Dmytryk, nacido en Canadá como hijo de emigrantes judíos ucranianos, se inició como director de cine a partir de 1935. Militante comunista de firmes convicciones, en los años cuarenta, la época de sus mejores películas, sus obras tomaron un decidido carácter social -Los hijos de Hitler (Hitler´s children, de 1943), Tras el sol naciente (Behind the rising sun, también de 1943) y Hasta el fin del tiempo (Till the end of time, de 1946)- que culminó en 1947 con la antirracista Encrucijada de odios (Crossfire).

Pero Encrucijada de odios no es solo un decidido alegato antirracista, sino que sobresale especialmente porque en ella Dmytryk, que también pasará a la historia del cine por haber rodado en 1944 uno de los grandes clásicos del cine negro, Historia de un detective (Murder my sweet), consiguió aunar denuncia social con el mejor y más clásico cine negro.

La película es una adaptación de una novela del guionista, y luego director, Richard Brooks (del que ya comentamos su colaboración con John Huston en el guion de Cayo Largo).

La novela trata de un asesinato homófobo en un ambiente militar. Sin embargo, el libro de Brooks, The brix foxhole, fue modificado en el guion por John Paxton, de manera que el asesino de la película actúa empujado por odio antisemita en lugar de por odio hacia los homosexuales. En aquellos años la homosexualidad era un tema tabú en Hollywood (recordemos que toda la producción cinematográfica estaba sujeta a las estrictas reglas morales del código Hays); además, en el momento en el que se rueda la película, los horrores antisemitas del régimen nazi estaban siendo ampliamente publicitados y también juzgados por tribunales Aliados, por tanto era un tema de actualidad.

Hay que tener en cuenta, además, la importancia del lobby judío en Hollywood que vería, inicialmente, con buenos ojos la denuncia del antisemitismo. Más tarde, cuando se impusiera en Hollywood “la caza de brujas”, ese mismo lobby (tan bien estudiado por Neal Gabler en su libro Un imperio propio. Como los judíos inventaron Hollywood), compuesto fundamentalmente por emigrantes judíos de la Europa central y del Este que, desde unos orígenes paupérrimos, habían logrado el éxito económico y social a base de mucha iniciativa y duro trabajo, se sumó al sector conservador que identificaba crítica al sistema con subversión; y esos judíos, que para huir de sus miseros orígenes se habían cubierto de una capa de americanismo y habían contribuido decisivamente a crear y difundir el american way of life a través de sus películas, abrazaron con entusiasmo la persecución anticomunista y proscribieron de Hollywood a cualquier sospechoso de profesar esa ideología, a no ser que hiciera pública apostasía de ella, como fue el triste caso de Edward Dmytryk.

Volviendo a comentar la película, el cambio de la motivación del asesino respecto a la de la novela original no tiene demasiada importancia en cuanto al alegato fundamental: la denuncia de como “Los ignorante se ríen de las cosas que son diferentes; de lo que no comprenden. Sienten miedo de las cosas que no comprenden y las odian”, en palabras de Finlay, el capitán de la Brigada de Homicidios (Robert Young) que investiga el asesinato de un ex combatiente judío a manos de uno de los tres soldados con los que había entablado casualmente conversación en un bar.



Finlay, para determinar quien es el asesino entre los tres posibles sospechosos, busca la motivación del asesino y la encuentra en ese odio irracional que algunas personas sienten hacia lo que consideran una amenaza por ser diferente “… un día matan a irlandeses católicos (como el propio abuelo de Finlay), otro a protestantes, otro a cuáqueros. No pueden parar”.

Y esa es una de los grandes aciertos de esta película: poner en evidencia la irracionalidad de algunos seres humanos, que necesitan chivos expiatorios en los que volcar sus frustraciones vitales.

Dmytrik deja claro en su película que ese tipo de mentalidades son fruto de la ignorancia. Lo pone en boca del sargento Keeley (Robert Mitchum) -cínico, culto e inteligente- cuando condena los prejuicios de uno de los sospechosos diciendo: “creo que Monty debería leer un poco más”.

Pero, como ya señalamos, Encrucijada de odios no se limita a ser una gran denuncia antirracista, sino que encuadra esta denuncia en el marco de una estupenda película de género negro, con su estética neorrealista, sus ambientes estrictamente nocturnos y sus personajes al límite. El inicio de la película, con el asesinato principal narrado a través de sombras en una pared, es uno de los mejores del género negro (tan bueno, sin duda, como el de La carta o el de Los sobornados, por poner ejemplos magníficos).



Las dos líneas de investigación, la oficial llevada a cabo por Finlay, y la oficiosa practicada por el sargento Keeley, nos van presentando una serie de perfiles humanos propios del género negro: el violento Montgomery (un estupendo Robert Ryan, que conseguiría con este papel lanzar su carrera), el agobiado soldado Mitchell (George Cooper), principal sospechoso del asesinato, aterrorizado por su inminente vuelta a la vida civil. 


Destaca también Gloria Grahame, todavía sin la madurez que mostraría unos años después en Los sobornados y en Deseos humanos, pero que ya hace una interpretación tan notable de “buena-chica-mala” como para que fuera premiada con una nominación al Óscar de Mejor actriz de reparto (la película obtuvo otras cuatro nominaciones: al Mejor actor de reparto (Robert Ryan), a la Mejor dirección (Edward Dmytryk), al mejor guion (John Paxton) y a la Mejor película.



Pero también el tercer Robert del trió de actores protagonistas, Robert Young, realiza una de sus mejores interpretaciones cinematográficas como capitán Finlay, el hombre cansado, que ha visto muchos horrores a lo largo de su carrera, pero que “Tiene la mente de un perro de caza”, según Keeley y como tal no abandona el rastro hasta conseguir su presa. El hombre metódico que trabaja de la única manera que sabe: “Reúno toda la información posible, aunque la mayor parte no sirve”.

Y frente a él, llevando a cabo una investigación paralela, el inteligente y cínico sargento Keeley, que basa su convencimiento de que es imposible que su amigo, el soldado Mitchell, sea el asesino en su conocimiento de la naturaleza humana: hay seres humanos que no pueden matar bajo ninguna circunstancia, como es el caso de Mitchell, y otros que si lo pueden hacer, como él mismo lo ha hecho, aunque haya sido en lugares “donde dan medallas por ello”, marcando así la diferencia entre el asesinato socialmente aceptado y el punible; es una crítica implícita al militarismo que aperece también en otra frase que pronuncia el mismo Keeley “Un soldado no sabe adonde ir sino se le ordena. Si no sale a pasear se volvería loco”.



Mitchum está espléndido en esta versión militar del detective lúcido y desencantado (a la manera de ese mítico Marlowe que años después también encarnaría), cínico pero amigo de sus amigos y siempre dispuesto a empujar los margenes de la ley para acomodarlos a lo que él considera justo. 1947 fue un gran año para Mitchum, en él se estrenaron tres de sus mejores películas: Encrucijada de odios, Retorno del pasado y Perseguido (una curiosa mezcla de género negro y wéstern firmada por el gran Raoul Walsh). A partir de ese año Mitchum se convirtió en una gran estrella de Hollywood, aunque sus adicciones y peculiar personalidad harían que su carrera posterior se caracterizará por la alternancia de grandes películas con otras totalmente prescindibles.

Encrucijada de odios fue de los últimos ejemplos de cine crítico en el Hollywood de aquella época. El mismo año de su estreno inició su andadura la Comisión de Actividades Antiamericanas con el objeto de depurar toda corriente subversiva del mundo cinematográfico.



De aquellos a quienes la Comisión llamó a declarar ante ella, hubo diez que se negaron a responder sobre su filiación política acogiéndose a la Primera Enmienda. Entre esos diez estaban Edward Dmytryk, director de Encrucijada de odios, y Adrian Scott, productor de la película.

Los Diez de Hollywood fueron condenados a una multa de mil dólares y a un año de cárcel en una prisión federal; la condena llevaba añadido la expulsión de Hollywood a menos que se retractaran de su ideas y denunciaran a compañeros ante la Comisión. Dmytryk estuvo unos meses en la cárcel, pero después, bien porque no fuera capaz de soportarla o porque temiera el ostracismo que la condena llevaba aparejada, o por otros motivos que ignoramos, aceptó declarar ante la Comisión y delató a 26 antiguos compañeros. Después se exilió en Gran Bretaña.

Hasta 1975 siguió dirigiendo películas (murió a los noventa años, en 1999), pero no volvió a alcanzar la excelencia que había logrado en los años cuarenta. De esos años posteriores, quizás su mejor película sea otra antirracista, el wéstern Lanza rota (Broken lance, de 1954.

Yolanda Noir


No hay comentarios: