viernes, 15 de marzo de 2019

Quiz Show (El dilema)


Me llamo Noemí y me gusta la tele
Léase esto con voz de alcohólica anónima y visualícese con una franja negra sobre mis ojos. ¿Por qué? Porque a veces es precisa una previa declaración de culpabilidad antes de declarar que te gusta la tele. Pero así es: señoras y señores, ME ENCANTA LA TELE. Me chifla.
Y permítanme, antes de proseguir, un inciso sobre los tremendos prejuicios que arrastramos en este asunto. Veamos. Cuando yo digo que me gusta el cine, nadie supone que me gusta TODO el cine; se da por hecho que hay películas que adoro y otras que detesto. Nadie me replica “¿Sí? ¿Te gusta el cine? ¿Te gusta Aquí llega Condemor, el pecador de la pradera?”
Sin embargo, cuando digo que me gusta la tele, casi todo el mundo me lanza una pregunta sobre la mal llamada telebasura. Y no, señoras y señores, dejando aparte el temazo de la (repito) mal llamada telebasura, que se merece todo un post, declaro que NO: no me gusta TODA la tele, como no me gusta todo el cine ni toda la música ni toda la literatura.
¿Ha quedado claro? Vale, pues vamos al lío. Dado que me gusta tanto la tele y tanto el cine, por fuerza tengo que ADORAR las pelis sobre televisión. Y una de mis favoritas es “Quiz Show (El dilema)”, de Robert Redford.

Es-cán-da-lo, es un escándalo
Quiz Show está basada en el libro Remembering America: A Voice From the Sixties, que recoge las memorias de Richard N. Goodwin, un letrado que hizo una brillante carrera política en los Estados Unidos. Goodwin comenzó como funcionario en el Congreso y, recién salido de Harvard, le tocó investigar varios escándalos acaecidos en concursos televisivos de preguntas y respuestas.
A mediados de la década de 1950 la televisión era la nueva reina de los hogares estadounidenses, los concursos de cultura general arrasaban en las audiencias y sus protagonistas se convertían en tremendos ídolos populares. En tal contexto esplendoroso cayeron como un jarro de agua fría las denuncias de amaños de varios exconcursantes de Twenty One y Dotto.
El dilema se centra en lo sucedido en uno de estos concursos, Twenty One (El Veintiuno).

Charles Van Doren, el chico de oro
A finales de la década de 1950 Herb Stempel arrasaba en El Veintiuno. Herb era un joven padre de familia, judío de Queens, de orígenes humildes. Había sido el típico niño con gafas, empollón, sabelotodo, nada popular en un barrio “durito”, que inesperada y repentinamente se había convertido en un héroe, un ídolo mediático, porque respondía acertadamente a todas las preguntas del concurso. Gracias a la televisión, la gente lo adoraba por la misma razón por la que antes lo detestaba.
El bueno de Herb reina en las audiencias hasta que deja de hacerlo: cuando los índices emprenden una curva descendente, la cadena de televisión y el patrocinador de El Veintiuno, un complemento alimenticio llamado Geritol (impagables los espacios publicitarios viejunos), comienzan a buscarle un reemplazo y, envuelto en un halo luminoso, se les aparece Charles Van Doren.
Van Doren era el yerno que toda madre querría para su hija; e incluso para su hijo: rubio, guaperas, patricio, hijo de intelectuales de Manhattan, profesor universitario… Los productores creen haber dado con la gallina de los huevos de oro y preparan minuciosamente su enfrentamiento televisivo con Stempel, en el que este cae derrotado de manera sospechosa al fallar una pregunta muy fácil.
Van Doren comienza, pues, su reinado, hasta que las denuncias de Stempel hacen saltar todo por los aires.

La moraleja
Quiz Show nos hace ver, una vez más, que la tele es esencialmente entretenimiento, aunque revestido de otras cosas (cultura, deporte, política, lo que sea) y que, salvo en raras ocasiones (televisiones públicas que no dependen en tan gran medida de los ingresos por publicidad), todo lo supedita a las audiencias; ergo hará lo que sea para elevarlas, para mejorarlas; lo que sea; y eso supone pisotear la ética, mentir, manipular, corromper, amañar… Esto es, comportarse de manera terriblemente cruel.
Puede que lo más cruel de la peli sea la diferencia de trato que los productores de El Veintiuno dispensan a Stempel y a Van Doren: judío de Queens, inestable, gafoso, empollón y resentido social versus guapo de Manhattan, joven, rico, patricio y brillante.
Y la moraleja final puede resumirse en que todos somos corrompibles; todos, hasta los más nobles, los más elitistas, incluso quienes no necesitan una manita de ayuda para triunfar en la vida, porque ya nacieron con casi todo. Y a casi todos nos encanta que nos admiren y nos dejamos adular, dejamos que nos hagan la ola, que nos pudran de halagos y nos hagan creer que somos sandiós.
Porque los corruptores son hábiles. Los corruptores no se presentan un buen día ante la puerta de nadie y le dicen “te pagamos esta cantidad de dinero a cambio de”. No. Se acercan con otro discurso, con otra excusa, y te van envolviendo, te van atrapando en sus sutiles redes hasta que ¡pam!, caes y te ves haciendo lo que quieren que hagas. El dilema muestra a la perfección este proceso lento, paciente y delicado, inapreciable casi, que lleva a un hombre tan íntegro y honrado como cualquiera, a la más vulgar infamia.

Ficha técnica (filmaffinity.com)
Título original Quiz Show
Año 1994
Duración 130 min.
País  Estados Unidos
Dirección  Robert Redford
Guion  Paul Attanasio
Música  Mark Isham
Fotografía  Michael Ballhaus
Producción  Hollywood Pictures, Wildwood Enterprises, Baltimore Pictures

4 comentarios:

Juli Gan dijo...

Los personajes se me hacen tan familiares que acabas cogiéndole tirria a Turturro y te acabas encandilando con el encantador Fiennes...Hasta que todo estalla, claro. The Quiz Show, la película que inquieta a Jordi Hurtado.

Noemí Pastor dijo...

😃

ricard dijo...

A mí también me gustan algunos programas basura, pero sólo a ratos. Confieso que, cuando me da por hacer zapping, siempre me entretengo en First Dates, uno de esos realities en que la realidad -valga la redundancia- acostumbra a superar a la más abyecta de las ficciones.

Saludos.

Noemí Pastor dijo...

Como le leí una vez a Roger Wolfe, la televisión te lleva a casa toda la grandeza y la miseria de lo humano. Si te interesa mínimamente la literatura, notarás la atracción.