El primer adjetivo que me viene al teclado para definir esta autobiografía de Woody Allen es “deliciosa”. El título es brillante y la prosa, ah la prosa, igual de chispeante y genial que la de “Como acabar de una vez por todas con la cultura” y la de sus guiones, sobre todo los que hablan de su infancia, como Annie Hall o Días de radio.
He escrito “el primer adjetivo” porque es el que mejor
encaja con la primera parte de estas memorias, ligeras y refrescantes como un
helado caro, cuando todavía no se han topado con el asunto; el asunto por antonomasia, el escándalo, el affaire. Ahí
el tono cambia y el relato se hunde, navega durante demasiadas páginas por
zonas abisales y luego reflota. Vuelve a recuperarse hacia el final, cuando
Allen retoma aspectos de su vida profesional y personal que lo llevan a sus
chistes impecables de siempre. Pero durante la parte central del libro, al
hablar de los años duros de su enfrentamiento con Mia Farrow, ahí ni una broma,
porque, en realidad, no tiene ni pizca de gracia.
También hacia el final Allen se disculpa ante sus lectores
por haber dedicado tantas páginas de su libro affaire (sí, definitivamente lo
voy a llamar así; me resulta menos crudo). No debería. Por desgracia, ocupó y
ocupa una buena parte de su biografía y ha incidido notablemente sobre su vida
laboral. Menos líneas habrían dado pie a que alguien pensara que no quería
entrar de lleno. Y no es así. Lo hace. Se mete de cabeza y hasta el fondo. Pero
quizá no de manera adecuada.
Yo a Allen le he comprado y le compro casi todo siempre. Le
compro que es un maldito genio, que Manhattan es el mejor lugar del mundo para
vivir, que …, que me subyuga con su prosa deslumbrante, Pero, sin embargo, no pago una suma elevada
por su su versión del affaire. ¿Es creíble? Sí. ¿Es posible? También. Entonces,
querida Noemí, ¿por qué no la adquieres íntegra y sin fisuras como adquieres su
filmografía casi entera?
Pues porque resulta demasiado sesgada y demasiado tópica. La
puedo resumir así: Farrow está chalada, el juez era corrupto y el investigador,
un mentecato que se dejó encandilar por la
diva locuela y su halo hoollywoodiense.
En lo del juez y el investigador no voy a entrar ahora. Pero
lo de la señora desequilibrada que denuncia falsamente por culpa de sus
delirios y su maldad añadida no lo trago, señor Allen. Es un argumento viejo
como el mundo, tan manido y tan típico de la historia de la misoginia, que no
puedo sino tomarlo con todísimas las reservas.
Así y todo, repito: ¿podría ser que todo fuera cierto? Sí. Podría
ser. No puedo moverme en otro ámbito. No puedo salir de ese “podría ser”. No sé
ni sabré nunca lo que realmente pasó. Ni yo ni mucha otra gente que cree tener
las ideas clarísimas.
Una de las razones que puede tener Allen para querer
abordarlo es precisamente que nunca antes se había pronunciado públicamente al
respecto, cuando, del otro lado, las acusaciones se han producido literalmente
en prime time. Todo el mundo podría comprender que el viejo Woody tuviera ganas
de dar por fin su versión. Pero esta razón no la aduce en ningún momento.
Antes de dejar de hablar del affaire, quiero decir que en
casi todo momento mantiene Allen la elegancia al tratarlo. Solo se le
resquebraja un par de veces, lo cual en casi ciento cincuenta páginas no es
nada.
Pero el affaire no lo es todo. Afortunadamente. También
trata Allen asuntos cinematográficos y lo hace muchas veces de manera
llamativa. A ver cómo me explico. Llaman la atención ciertas formas de referirse
a personas que han colaborado en sus películas. Llama la atención lo que dice y
lo que no dice, cierto laconismo y ciertos silencios clamorosos.
Son unos cuantos asuntos. Enumero algunos, no todos, en plan
lista.
Sin abandonar del todo el affaire, vemos que este nos da
algunas claves sobre sus películas; por ejemplo, que el juez corrupto de Irrational man estaba inspirado en el
que dirimió sus asuntos legales contra Farrow.
A dos gigantas de Hollywood como Charlize Theron y Melanie
Griffith las despacha con un “son buenas actrices”. Eso es todo, amigas.
Más ruidoso es todavía el silencio que guarda Allen respecto
a Leonardo DiCaprio y Anthony Hopkins, que ni los nombra. Repito: ni los
nombra.
Y, para terminar, es muy tolerante Allen consigo mismo cuando
habla de esas pelis “turísticas” que se ha visto obligado a rodar en Roma,
París, Londres, Nueva York, Barcelona o Donostia. No muestra resquemor alguno,
ni amargura ni arrepentimiento. Y no se lo reprocho. Simplemente lo constato.
Woody Allen:
A propósito de nada. Autobiografía
Traducción de Eduardo Hojman
Alianza 2020
Este es un artículo
de Noemí Pastor
2 comentarios:
Muy complicado esto de entrar en el "affaire", pues cada uno vende su propia versión :S
De Allen me gustan muchas de sus pelis, pero como todo genio, también tiene sus luces y sombras, y quizá una vida que no esperamos (o que quizá es tan normal, que nos sorprende).
El libro se lee muy bien porque es ameno y está bien escrito. Sí es verdad que dedica demasiadas páginas a su problema con Mia, y eso resta más que suma. Parece que Woody nos haya tomado por uno de esos psiquiatras que aparecen en tantas películas suyas, y, en cualquier caso, imagino que necesitaba desahogarse y dar su versión. Luego es cuestión de cada uno creer lo que le plazca. Me parece que abusar de un menor es un tema gravísimo que no hay que tomar a la ligera y que, de probarse, hay que castigar con mucha dureza. Igualmente, pienso que las denuncias falsas, también probadas, te pueden destrozar la vida y no están lo suficientemente penadas. Como es lógico, Allen da su versión, igual que ahora hay una de Mia en HBO. Nunca sabremos lo que realmente sucedió. De momento, mientras nadie me demuestre lo contrario, considero a Woddy inocente, o al menos, no culpable.
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