Esta serie televisiva norteamericana creada por Michelle y Robert King comenzó a emitirse en 2017 como spin-off de la exitosísima The Good Wife, tomando como personaje central a uno de los principales de la serie “madre”: la inefable e inigualable Diane Lockhart, una exitosa abogada de Chicago, demócrata, activista y feminista. Dicen que, en la génesis del personaje de Lockhart, la inspiración vino de una persona real, Christine Lagarde, pero no sé si creérmelo. Puede que una semilla del personaje sí viniera de ahí, pero luego Diane hizo su propio camino y se distanció tanto de su modelo que ambos se volvieron mutuamente irreconocibles.
Con Diana Lockhart viajan de la precuela a la secuela otras dos cracks más: la abogada Lucca Quinn y la todoterreno Marissa Gold.
Vuelvo un momentito a la precuela, a The Good Wife, para contaros que a su actriz protagonista, Julianna Margulies, que encarnaba a la gran Alicia Florrick, la invitaron a aparecer en The Good Fight (en adelante, TGF), pero las negociaciones no llegaron a buen puerto, porque las demandas económicas de Margulies debían de ser desorbitadas.
Con todo, quizás Margulies, más que una faena, hizo un favor a TGF, pues los guionistas supieron valerse de tal ausencia y hacer que planeara magistralmente sobre los acontecimientos, especialmente sobre la primera temporada, hasta el punto de convertir al personaje en una especie de mito, más etéreo e importante por invisible y esquivo.
En el episodio 1 de la temporada 1 de TGF, encontramos a Diane Lockhart en la peor etapa de su vida: por si fuera poco horrible que Donald Trump haya ganado las elecciones y se haya convertido en el maldito presidente de los Estados Unidos, Diane se descubre víctima de una estafa financiera del estilo de la de Bernard Madoff, que le hace perder los abultadísimos ahorros de toda su vida.
Con semejante arranque, aunque The Good Wife había dejado el listón verdaderamente alto, TGF consigue al menos igualarlo y en ciertos momentos incluso diría que superarlo. No defrauda en absoluto y, al explorar nuevos estilos de narración, incluso refresca a su antecesora. Sin una gran historia de amor ni tensión sexual ninguna, se arriesga en la originalidad y triunfa al lanzarse de lleno a intrigas políticas convertidas en estupenda ficción televisiva. De hecho, uno de sus grandes aciertos es el de seguir muy de cerca los sucesos de la historia social y política norteamericana (la emergencia de la extrema derecha y el supremacismo, el movimiento #MeToo y las violentas reacciones contra él, el acoso en redes sociales, las fake news e incluso la covid-19), que, sobre todo desde Trump, tienen un toque de irrealidad o surrealidad muy sugestivo y se prestan bien a ser ficcionados.
Además, se adentra de lleno en un ámbito ya apuntado en The Good Wife: la hipocresía liberal, lo que no es oro, aunque reluce, en el compromiso moral de la progresía demócrata norteamericana.
Estoy segura, queridas lectoras y lectores, de que, si conocéis esta serie, coincidiréis conmigo en que el episodio estrella, insuperable, es el primero de la cuarta temporada. Y si no la conocéis, mejor no digo nada y os dejo con la intriga, para que os animéis a verla.
El rodaje de la quinta temporada tuvo que interrumpirse por la pandemia, lo cual no dejó sin reflejos a los guionistas, que, como os decía antes, en su línea de seguir muy de cerca los acontecimientos reales del país, incorporaron a sus tramas la covid-19, las reuniones por Zoom con sus consabidas meteduras de pata más o menos graves, las protestas por la muerte de George Floyd, el asalto al Capitolio y la muerte de la jueza Ruth Bader.
La sexta y, según dicen, última temporada de TGF se estrenó el pasado 8 de septiembre. Aunque estoy deseando hacerlo, todavía no la he visto, sospecho que porque, cuando la vea, se habrá terminado TGF definitivamente y, por supuesto, no deseo que tal cosa suceda.
Noemí Pastor
No hay comentarios:
Publicar un comentario