“¡Cuelga,
cuelga, ahorcado! ¡Mirad lo que hizo el verdugo! ¡Cuelga, cuelga, ahorcado!
¡Mirad cómo se balancea el ladrón! ¡Cuelga, cuelga, ahorcado! ¡Mi canción ha
terminado! (La noche del cazador, 1955)
Quizás
esta cancioncilla perversa, que unos niños crueles cantan a otros que han
perdido a su padre a manos del verdugo, resonó alguna vez en la cabeza de Charles
Laughton para recordarle el triste final de sus ilusiones como director
cinematográfico.
En
1954 Laughton, aunque no estaba ya en el cénit de su carrera, conservaba
todavía un inmenso prestigio como actor. En esa época estaba asociado con un
joven y entusiasta agente, Paul Gregory, con el que había logrado importantes éxitos en
una gira de lecturas bíblicas y en
varias obras teatrales dirigidas por el propio Laughton.
El
éxito de su asociación hizo que Gregory gestará un nuevo proyecto: que
Laughton dirigiera una película. Hasta ese momento, el actor sólo había
dirigido teatro y algunas escenas de una película en la que había participado
en 1949: “El hombre de la Torre Eiffel”.
Cuando
Gregory leyó las galeradas de una novela, “La noche del cazador", de Davis
Grubb, no lo dudó: era perfecta para que su adaptación a la pantalla fuera
dirigida por el actor. Lo mismo pensó un Laughton ansioso de recobrar
protagonismo en el mundo del cine.
Laughton
y Gregory reunieron rápidamente un equipo, al que contagiaron su entusiasmo por
el proyecto. Comenzaron a rodar el 15 de agosto de 1954 y en 36 días finalizaron
el rodaje, que se benefició de un inusitado clima de buen entendimiento entre
quienes participaron en él, convencidos de que estaban creando una obra muy
especial (al parecer sólo Mitchum y Winters no congeniaron).
Laughton, especialmente, tuvo el mérito de mostrar una
gran paciencia durante la filmación, porque como actor tenía fama de provocar
serios conflictos con directores y
productores (significativas son las palabras de Alfred Hitchcock: «Nunca se te
ocurra hacer una película con animales, ni con niños, ni con Charles
Laughton»).
El
resultado de los esfuerzos conjuntos de unos grandes profesionales fue una
película extraña y muy hermosa, a la que, frecuentemente, en un vano intento de
clasificarla, definen como “un cuento de
terror”.
Y es
cierto que tiene algo de los cuentos
tradicionales europeos, nada infantiles en su origen, popularizados por los
hermanos Grimm: dos niños, John y Pearl, (modernos Hänsel y Gretel) tienen que
luchar por sus vidas frente al malvado predicador Harry Powell (del que los
espectadores sabemos desde el inicio de la película que es un psicópata
asesino), que les acosa para hacerse con el botín que el padre de los niños les
confió antes de ser ahorcado.
El Predicador
tiene mucho del lobo con piel de oveja
de alguno de esos cuentos infantiles. Los niños, ante la estupidez y cobardía
de los adultos que los rodean, deberán enfrentarse a él sin más ayuda que la que
encontraran, finalmente, en una peculiar granjera: Rachel Cooper (“Un árbol firme
con ramas para muchos pájaros”); la única, junto con el pequeño John, que
advierte inmediatamente la maldad del Predicador y la única que ofrece refugio
y protección a los niños.
Se habla, frecuentemente, de que la película está recorrida por una veta de misoginia. Excepto ella
misma, todas las mujeres que aparecen se atienen escrupulosamente al juicio
sumario de Rachel: “Las mujeres son tan tontas…”. Efectivamente, tontas son las mujeres
desconocidas que entregaron vida y ahorros al Predicador; tonta es la pequeña
Pearl cuando en él busca a un nuevo padre; tonta es la adolescente Ruby; mucho más lo es
la sugestionable Willa, la madre de los
niños, cuando entrega al Predicador su vida y sus hijos; y peligrosamente tonta
es la anciana Icey Spoon cuando empuja a Willa a los brazos (a la navaja) del asesino.
Pero la película, más que misoginia, lo que muestra realmente,
al igual que la novela, es una visión pesimista de la condición humana en
general (si la opinión de Rachel sobre las mujeres es dura, la que manifiesta
en la novela sobre los hombres tampoco es suave: “¡Los bichos más sucios bajo
el azul del cielo!”). Los personajes masculinos (Walt Spoon, el tío Birdie),
aunque no estén sometidos al influjo del Predicador, tampoco son capaces
de hacerle frente, porque son, cada uno
en su estilo, extremadamente cobardes.
El
relato se presenta desde el punto de vista del pequeño John Harper,
magníficamente interpretado por Billy Chapin. Es es, precisamente, uno de los grandes
logros de la película: transmitir al espectador la angustia e impotencia del
niño al ver cómo la trampa del Predicador se cierra cada vez más fuertemente en
torno a él y a su hermanita, sin que nadie, incluida su propia madre, sea capaz
de ayudarlos hasta que encuentran a Rachel. En realidad, esa es la trama de la
película: el terror y desamparo de los niños.
La
elección de Robert Mitchum como el feroz predicador Harry Power demostró ser un
gran acierto. Esta es una de sus mejores interpretaciones, y seguramente le
hubiera sido difícil a Laughton encontrar otro actor tan capaz de vaciarse de
su propia personalidad para encarnar al monstruo (cuesta imaginar en el papel a
Gary Cooper, que fue la primera opción de Laughton pero que, previsiblemente,
lo rechazó).
Mitchum recordaba que Laughton le llamó para
ofrecerle el papel y le dijo “Hay que
interpretar a un monstruo repugnante”. “Presente”, le contestó Mitchum. “Se
supone que yo no sé mucho de esas cosas, yo soy un verdadero profesional de lo
no monstruoso”, le dijo Laughton.“Déjame a mí al frente de esa sección”, le
respondió Mitchum.
Shelley
Winters también logró una gran actuación como madre ineficaz, mujer
acomplejada, y víctima propiciatoria.
Frente
al carácter más irreal de la actuación de Mitchum y Winters, en consonancia con
sus personajes, imbuidos por una falsa y estridente religiosidad, la
interpretación de Lillian Gish fue mucho más sobria y realista. La escena en la que por primera vez se encuentran Rachel, austera y serena en su interpretación,
y el Predicador, lleno de histrionismo, pone de manifiesto las naturalezas
totalmente contrapuestas de los personajes.
Gish,
que había sido una de las grandes heroínas del cine mudo, consiguió en esta
película una de sus mejores actuaciones en el cine sonoro (también lograría interpretaciones memorables en “Duelo al sol” o en “Los que no perdonan”… y en su despedida del cine y, prácticamente, de
la vida: la conmovedora “Las ballenas de agosto”, interpretada en 1987 cuando
contaba ya con 94 años).
En
los aspectos técnicos, la película se caracteriza por ser una fusión de
estilos: el expresionismo alemán, el realismo propio del cine norteamericano, el simbolismo del cine mudo (por ejemplo, el tren en marcha como símbolo del peligro que se cierne sobre los niños)… Laughton consiguió conjugar todo y
lograr escenas de grandísima perfección estética: el cadáver sumergido de
Willa, la huida de los niños por el río Ohio (rodada en interiores y llena de
simbolismo), el dúo de Rachel y el Predicador mientras éste espera el momento de
atacar a sus presas.
Toda la película está dominada por la dualidad entre el bien y el mal, simbolizada en los tatuajes que el Predicador luce en los dedos de sus manos y que le sirven para escenificar su falsa religiosidad: en la derecha “love” y en la izquierda “hate”.
Toda la película está dominada por la dualidad entre el bien y el mal, simbolizada en los tatuajes que el Predicador luce en los dedos de sus manos y que le sirven para escenificar su falsa religiosidad: en la derecha “love” y en la izquierda “hate”.
Dualidad
también entre la falsa religión y la falsa bondad de Harry Powell, despiadadamente malvado bajo su atractiva apariencia, y la verdadera religiosidad, bondad y honradez de Rachel Cooper, disfrazada por un tenue barniz de dureza. Y también dualidad entre los sentimientos del pequeño John: odio al predicador y amor al padre perdido.
La historia transcurre en Virginia Occidental durante la Gran Depresión. En la película, el padre de los niños es un parado que, desesperado, comete un atraco y dos homicidios. Esta justificación del crimen es menor en la novela, donde Ben Harper es un trabajador que roba y mata porque “estaba rotundamente cansado de ser pobre” (cansado, realmente, de no poder ofrecer lujos a su mujer e hijos).
La historia transcurre en Virginia Occidental durante la Gran Depresión. En la película, el padre de los niños es un parado que, desesperado, comete un atraco y dos homicidios. Esta justificación del crimen es menor en la novela, donde Ben Harper es un trabajador que roba y mata porque “estaba rotundamente cansado de ser pobre” (cansado, realmente, de no poder ofrecer lujos a su mujer e hijos).
La
importancia del sexo como motor del mal, que tiene un papel fundamental en la
novela, no es tan explícita, por motivos obvios de censura, en la película,
limitándola a la carga de pecado que tiene para el predicador y que le
autojustifica su locura. Actualmente la novela ha quedado casi olvidada,
oscurecida por la genialidad de la película; pero lo cierto es que en ella está
todo lo que desarrolla la película.
El guion lo realizó el novelista James Agee (guionista también de “La reina de África”, de 1951). Robert Mitchum dijo que Laughton lo reescribió por entero. Esto quizás sea una exageración, pero lo cierto es que Laughton realizó un trabajo fundamental sobre él para hacerlo practicable, porque el trabajo inicial de Agee tenía 350 páginas.
El guion lo realizó el novelista James Agee (guionista también de “La reina de África”, de 1951). Robert Mitchum dijo que Laughton lo reescribió por entero. Esto quizás sea una exageración, pero lo cierto es que Laughton realizó un trabajo fundamental sobre él para hacerlo practicable, porque el trabajo inicial de Agee tenía 350 páginas.
Las
aportaciones de Davis Grubb fueron decisivas. Laughton mantuvo contacto constante
con el escritor y éste, además de aconsejarle sobre el reparto, le entregó más de
100 bocetos (Grubb era un pintor frustrado por el daltonismo) que fueron básicos para
la puesta en escena.
Una
baza esencial de La noche del cazador es la fotografía de Stanley Cortez, que, con sus
violentos claroscuros de tradición expresionista, consiguió convertir en imágenes el horror de
la narración.
La
pericia de Cortez se manifiesta por ejemplo en una de las escenas más famosas
de la película: la de John en primer plano, mientras observa desde su escondite
(“¿Es que él no duerme nunca?”) la
amenazante silueta de Harry Powell sobre un caballo. Como el rodaje en el
estudio no permitía lograr la gran perspectiva que la narración exigía, y
Laughton y Cortez deseaban, se utilizó a un doble muy bajito de Mitchum montado sobre un poney.
Y
como colofón, para potenciar la sensación de peligro que acecha a los niños, la
perfecta música de Walter Schumann.
“La
noche del cazador” fue la única película dirigida por Laughton. Tras el fracaso
de público y crítica, rompió su relación con Gregory y no volvió a dirigir ninguna
otra, rechazando el proyecto, ya iniciado, de llevar a cabo la adaptación de
los “Los desnudos y los muertos” de Norman Mailer. Continuó dirigiendo teatro y
logrando grandes éxitos como actor: en 1957 creó uno de sus papeles más
memorables en “Testigo de cargo, bajo la dirección de Billy Wilder, y el mismo
año de su muerte, 1962, triunfó también con “Tempestad sobre Washington”, de Otto Preminger.
Charles
Laughton murió sin saber que, con el tiempo, su fama como director de “La noche del cazador”
oscurecería, incluso, sus inmensos méritos como actor.
Yolanda Noir