"La única cosa que no se rige por la regla de la mayoría es la conciencia de uno" (Attícus Finch).
Hace unos meses leí que en algunas escuelas de Estados Unidos (en el estado de Virginia, y supongo que en algún otro también) se había prohibido, a instancias de asociaciones de padres, la lectura de Matar un ruiseñor, la novela escrita por Harper Lee en 1960 y premiada con el Premio Pulitzer en 1961. Esos padres y autoridades educativas, consideraban que la novela podía herir la sensibilidad de sus hijos, ya que en ella se utilizan palabras despectivas, como nigger (algo así como negrata) y se daba una imagen de los negros que no les gustaba.
La noticia me causo estupor; hace algunos años reseñé en un blog ese libro, uno de mis preferidos, y escribí "Me gustaría que todos los adolescentes leyeran este libro y pudieran aprender así, en las palabras de Atticus Finch, que "matar un ruiseñor es pecado"; es decir, que dañar a un inocente es el crimen más vil que se puede cometer y que los prejuicios, raciales o de cualquier otro tipo, envilecen el alma".
Sin embargo, ahora me enteraba de que algunos padres, profesores y autoridades educativas consideraban que este libro, que para muchos es uno de los más hermosos y destacados arietes contra el racismo, había de ser quemado en la hoguera de esos modernos savonarolas porque, según ellos, apuntalaba esos prejuicios.
Aunque la novela y la película que en ella se basa se escribieron y rodaron en plena época de
El movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos (que se suele considerar que arranca en 1955 con el boicot a los autobuses de Montgomery y termina en 1968 con el asesinato de
Martin Luther King) y en ese contexto hay que entender el triunfo inmediato de ambos (la película está considerada, desde 1995,
"cultural, histórica y estéticamente significativa" por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos), actualmente hay sectores de la población negra estadounidense que repudian ambas obras por los motivos antes expuestos. Como pasa en otras muchas ocasiones, hay quienes prefieren reinventar la Historia cuando no les gusta, en lugar de aprender de sus errores y horrores.
La novela se localiza en la pequeña ciudad de Maycomb, en el estado de Alabama, durante los años 1933-1936. La historia está narrada por
Scout que, ya adulta, recuerda hechos que ocurrieron cuando ella tenía entre 6 y 9 años. La pequeña vive con su hermano
Jem, cuatro años mayor, y su padre
Atticus Finch, un respetado abogado, viudo desde que
Scout tenía dos años. A través de los ojos, inocentes pero perspicaces, de
Scout observamos y juzgamos, con ella, el mundo que rodea a la niña, ya que esa mirada pone en evidencia las contradicciones y prejuicios de los adultos que la rodean. Junto a los dos hermanos, su inseparable amigo
Dill, el niño que, en la realidad, años más tarde, se convertiría en otra de las glorias literarias estadounidenses:
Truman Capote.
El mundo de Scout entrará en crisis cuando su padre se encargue de la defensa de un joven negro acusado, falsamente, de haber violado a una joven blanca, víctima en realidad de la brutalidad e ignorancia de su propio padre. Porque la historia, si bien tiene su núcleo en la injusticia provocada por los prejuicios raciales, también se puede resumir como la historia de tres tipos de padres: uno ejemplar, que es Atticus Finch; uno terrible, que convierte en fantasma a su propio hijo en aras de las convenciones sociales, que es Mr. Radley; y, el tercero, uno despreciable, capaz de las mayores vilezas tanto con su propia hija como con los demás, que es Bob Ewell.
La película la realizó en 1962 el director
Robert Mulligan y su guion sigue con fidelidad a la novela. Para disfrutar de la película no es necesario haber leído el libro, pero quien opte por hacer ambas cosas obtendrá mayor satisfacción, puesto que, inevitablemente, la película ha de resumir situaciones y eliminar personajes secundarios, lo que no hace que la narración cinematográfica se resienta pero que sí son elementos que proporcionan gran satisfacción al lector; por ejemplo, la narración pormenorizada del primer día en la escuela de
Scout es estupenda e imposible de presentar en toda su extensión en la película, como tampoco puede aparecer la conflictiva relación entre
Scout y su tía
Alexandra (todo un personaje, quizás reflejo de la madre real de
Harper Lee), u otros muchos detalles que enriquecen la novela.
Pero la película es una gran película por si misma, gracias, fundamentalmente, a la capacidad poética que tuvo
Robert Mulligan para recrear el mundo adulto visto por una niña.
Mulligan consiguió crear una atmósfera que combina perfectamente realismo y cuento de terror, con un par de malvados terribles y un fantasma bueno incluidos; un fantasma convertido en sombra por su propio padre (uno de los malvados de la historia) que salvará la vida de los hermanos
Finch. En algunos aspectos, la película parece estar influenciada por
La noche del cazador, y no sólo en cuanto a que relata la historia de dos niños, sino también en el tratamiento de luces y sombras para conseguir algunas escenas de terror fantasmagórico (
Jem en el porche de los
Radley; los niños perseguidos por
Bob Ewell...).
Pero, sobre todo, la película, como la novela, es un gran homenaje a la bondad, dignidad y tolerancia de un hombre: Atticus Finch, en el que Harper Lee rendía homenaje a su propio padre, por quien había sentido adoración; no así por su madre, con la que siempre mantuvo unas relaciones complicadas, por lo que no sorprende que Harper, trasunto también de la pequeña Scout, optara por hacer enviudar a su padre literario.
Atticus Finch es, en el sentido más machadiano de la palabra, un hombre bueno. Un hombre cuya filosofía de vida queda explicada en las frases que le dirige a su hija cuando esta afronte sus primeros choques en la escuela:
Si consigues aprender una sola cosa te llevarás mucho mejor con todos tus semejantes: nunca llegarás a comprender a una persona hasta que no veas las cosas desde su punto de vista... Hasta que no logres meterte en su piel y sentirte cómodamente.
Eso es, sobre todo,
Atticus Finch, un hombre profundamente tolerante con sus semejantes. Es un hombre inteligente y bondadoso que se da cuenta perfectamente de las injusticias de la sociedad en la que vive, pero que decide enfrentarse a ellas con honestidad, dignidad e integridad y no con rebeldía, porque quiere cambios pacíficos que remuevan conciencias y sean perdurables.
Atticus es abogado (como el padre real de Harper Lee) y, cuando un hombre negro, Tom Robinson, es acusado injustamente de haber violado a una joven blanca, se encarga de su defensa, a pesar de que sabe que ello le granjeará la enemistad de buena parte de sus conciudadanos. Y así se lo explica a su hija:
Atticus: La verdad es que se ha hablado mucho en esta población respecto al hecho de que no debería defender a ese hombre.
Scout: Si no deberías defenderle, entonces ¿por qué lo haces?
Atticus: Entre varias razones... porque si no lo hiciera no podría ir con la cabeza bien alta. Ni siquiera podría deciros a ti y a Jem que es lo que debéis hacer.
La película fue premiada con tres merecidísimos Óscar, en 1963. Peck (que ya había sido nominado cuatro veces anteriormente, la primera vez con su segunda película Las llaves del reino) ganó, con una interpretación soberbia, el de mejor actor. Al parecer, en su primer día de rodaje estaba presente Harper Lee, que al presenciar su interpretación se echó a llorar. Cuando Peck le preguntó por qué lloraba, la escritora le dijo que por lo mucho que le recordaba a su padre (Amos Lee, el adorado padre de Harper, había muerto poco antes), incluso en la barriga que éste tenía. Peck le contestó "Eso no es barriga. Es una gran interpretación".
Gregory Peck y Harper Lee mantuvieron su amistad hasta la muerte del actor; incluso una nieta de Peck se llamó Harper en honor a la escritora. Para Gregory Peck esta película siempre fue especial, por encima de otras grandes interpretaciones suyas, porque su personaje encarnaba sus ideales personales.
Un segundo Óscar lo ganó el magnífico guion de Horton Foote, que supo ser muy respetuoso con la historia original a la vez que conseguía adaptarla perfectamente al lenguaje cinematográfico.
El tercer
Óscar fue para la dirección artística y decorados. Inicialmente se pensó rodar en Monroeville, la ciudad natal de
Harper Lee, donde había transcurrido la infancia de la escritora y donde su padre había defendido, en 1923, un caso similar al que narra la novela de su hija. Sin embargo, los años transcurridos entre la infancia de
Harper Lee y el momento en que se rodó la película habían hecho que la ciudad sureña se modernizara y ya no fuera apropiada para representar a la ficticia Maycomb de la
Gran Depresión. Por ello, la población se recreó en los Estudios de la
Universal Picture en Hollywood, incluida la sala donde transcurren las escenas del juicio, uno de los más famosos, conmovedores e impactantes de la cinematografía judicial.
Mary Badham, la estupenda Scout Finch, fue en su momento la actriz más joven nominada para un Óscar. Pero, finalmente, el premio a la mejor actriz de reparto se lo arrebató otra actriz juvenil, Patty Duke, por su interpretación de Helen Keller en El milagro de Ana Sullivan.
Realmente, si la película debe mucho a la gran interpretación de Gregory Peck, también le es enormemente deudora a la de la pequeña Mary y a la manera en que esta y Peck consiguieron transmitir al espectador el fuerte lazo que unía a padre e hija. Badham y Peck mantuvieron también su amistad hasta que en el 2003 murió el actor y Mary siempre llamó a Peck "Atticus".
Badham, como tantos otros actores infantiles (incluido Phillip Alford, el actor que interpretó también con mucha fortuna a Jem Finch) no consiguió desarrollar posteriormente una carrera cinematográfica a la altura de su primera interpretación. Pero quien haya visto la película no podrá olvidar nunca la actuación de la pequeña Mary Badham, que para siempre será el rostro de la inteligente y voluntariosa Scout Finch.
La película fue el debut cinematográfico de
Robert Duvall, que para interpretar al conmovedor
Boo Radley, estuvo seis semanas sin que le diera la luz del sol y se tiñó el pelo de un rubio blanquecino para conseguir así el aspecto fantasmal adecuado a su personaje.
La buena y perdurable relación que se creó entre Gregory Peck, Harper Lee, Mary Badham y otros integrantes del rodaje, dice mucho del ambiente en el que se realizó la película. Brock Peters, el actor que interpretó al desdichado Tom Robinson, fue invitado por la familia de Gregory Peck para que pronunciara el panegírico del actor cuando murió.
Sigo pensando que leer la novela o ver la película (mejor ambas cosas, pues es uno de esos raros casos en que una gran novela se convierte en una gran película) es una hermosa experiencia para cualquier persona, y una buena enseñanza para que los adolescente aprendan, en las palabras de Atticus Finch, que "matar un ruiseñor es pecado"; es decir, que dañar a un inocente es el crimen más vil que se puede cometer y que los prejuicios, raciales o de cualquier otro tipo, envilecen el alma.
Yolanda Noir