viernes, 27 de abril de 2018
La Librería
Tenía muchas ganas de ver la última película de Isabel Coixet "La librería", no sólo porque hubiera ganado el goya en la pasada edición como mejor película,mejor dirección y mejor guión adaptado,sino además porque para mí,cada estreno de Coixet es una caja de sorpresas que siempre me apetece abrir.
"La librería" es una adaptación de una novela de Penelope Fitzgerald y nos cuenta la historia de una mujer que en los años 50 se mudó a un pequeño pueblo de Inglaterra para abrir una librería frente a la oposición de la implacable comunidad.
La película está interpretada principalmente por Emily Mortimer, Patricia Clarkson y Bill Nighy y es una coproducción de España-Reino Unido y Alemania.
¿por qué me ha gustado tantísimo "La librería"?
responderé con 7 razones,si alguien no vió la película y no quiere ningún tipo de avanzadilla (aunque no desvelaré el desenlace,como es de suponer) es preferible que postergue la lectura de esta reseña aquí.
1) porque me parece transmite un mensaje de esperanza de cara a todas las mujeres que persiguen sus sueños con independencia de la oposión que les ofrezca el ambiente y con independencia de si lo logran o no,parece evidente que es preciso seguir esa llamada interior.Solo así somos fieles a nosotras mismas y solo así,siendo auténticas,dejamos un legado del que es posible ni se sea consciente, de generación en generación.
2) porque la ambientación es exquisita,delicada cuidada hasta el más mínimo detalle.
3) por esos personajes tan potentes como el de Bill Nighy que son ejemplo de auténticos caballeros ingleses,leal,contenido,educado,pero también implacable a la hora de defender a los que siente suyos.
La escena frente al mar,por si sola,ya es un MOTIVO para ver la película entera.
No sabemos si es la escena de AMOR más vibrante y contenida de toda la filmografía de Coixet (como apunta la revista Fotogramas) pero en mi opinión,es el corazón del largometraje,pulsante y sinuoso,sin terminar de ser explícito,pero sabiéndose esencial.
4)La librería,no podemos olvidarlo,es de principio a fin,un alegato absoluto hacia los libros,como una ventana abierta al mundo,más allá de las limitaciones que la persona encuentre en su vida,en su época y en el trozo de planeta que habita.
Los libros se muestran como una vía de conocimiento que a su vez conlleva una mayor libertad personal,por encima de todo ambiente represor.
5) La sororidad que se intuye entre mujeres,la protagonista con la niña que le ayuda en la librería por ejemplo, son dos espíritus libres,incapaces de adaptarse a lo que se espera de ellas,y entre ellas surge un vínculo que se convierte en alianza cuando la comunidad empieza a ponerle zancadillas a la librera.
6) el análisis que se hace de lo peor y lo mejor de la condición humana: la mezquindad,el miedo,la envidia y la maldad de una comunidad que se aferra a su zona de confort y se opone a todo cambio que suponga una ruptura con un mundo que siempre conocieron y que quieren inamovible y la capacidad de una mujer que simboliza el cambio, para luchar por su sueño frente a todo tipo de obstáculos y dificultades.
7) Maravilloso cierre,que no desvelaré,porque toda pérdida lleva consigo una ganancia aunque a veces lleve tiempo vislumbrarlo y porque aunque la mayoría no sepa verlo,a veces perder es ganar y las semillas de cambio,ya fueron sembradas......y alguna seguro con el tiempo,germinará.
Feliz fin de semana,cinéfilos,no os perdais esta joya de Coixet,porque es cine para degustar sin prisas,fijándonos en los detalles,saboreando cada plano,cada mirada,cada gesto,cada silencio...cine sentipensante para dejarse fluir y disfrutar.Lo mejor de esta película como dice Fotogramas,es su mera existencia.
Troyana.
viernes, 20 de abril de 2018
Marathon Man
Qué
me gusta a mi un buen thriller político, os dije cuando hablé aquí de Todos los hombres del presidente. Por eso me extraña tanto no haber visto hasta hace unos
pocos días Marathon Man. Me extraña no haberla visto, al mismo tiempo que tengo
la respuesta a la pregunta de por qué hasta ahora no la he visto: por pura
casualidad. O no, porque tengo otra respuesta: porque me cae mal Dustin
Hoffman; tan mal que, en alguna ocasión, en pleno ataque de pedantería,
dirigiéndome a alguna jovenzuela o jovenzuelo y dándomelas de sabionda, he
llegado a decir: ”Primera lección de cine: ninguna película con Dustin Hoffman merece la pena, excepto Tootsie.”
Apréciese
la incoherencia y el cinismo de Hoffman, recientemente acusado públicamente de
conducta sexual impropia con las señoras, que en Tootsie interpreta a un hombre
que se hace pasar por mujer y sufre acoso y abusos sexuales y los denuncia.
Apréciese igualmente mi propia incoherencia: me cae mal de siempre Hoffman,
tras estas recientes acusaciones me cae todavía peor y dos veces he hablado
aquí en este blog de películas que protagoniza. No estoy libre de pecado, pero
tiro piedras.
"¿Puedo confiar en usted?" "No." (Foto: amazon.com)
Y
ya que cito los nuevos aires feministas de Hollywood, no puedo dejar de decir
que Marathon Man es una de esas pelis que a Alison Bechdel le provocarían
ganas de cortarse las venas: no sale una mujer hasta aproximadamente el minuto
veinte y es bastante secundaria; casi terciaria. Además, es una peli que
chorrea testosterona: camaradería entre machos, peleas, agresividad,
enfrentamientos “tribales” en Nueva York: latinos contra judíos, judíos contra
europeos… Nótese que Marathon Man es una peli muy judía: la acción comienza en
Nueva York el día de la festividad del Yom Kipur y visita varias veces los
barrios judíos de la ciudad. Repasa los apellidos judíos de la ficha técnica y
ya verás.
Tito Goya (1951-1985): "El peligro me divierte" (Foto: movie-dude.co.ok)
Marathon
Man es muy judía y muy europea: además de en Nueva York se desarrolla en París
y nos permite oír varias lenguas europeas: inglés, of course, francés (qué
horror de pronunciación francesa la de Roy Schreider; en la versión doblada,
claro), español (en un lugar que se supone que es Uruguay) y alemán. En este
homenaje a la pluralidad lingüística europea me recuerda mucho Marathon Man a
Malditos bastardos; en eso y en el contraste entre los hermanos protagonistas:
Babe (Hoffman) es americano pobre y un poco paleto, mientras que Doc
(Schreider) es rico, filoeuropeo, refinado y polígloto. Además, el personaje de
Laurence Olivier, inspirado en Menguele, es muy hábil imitando acentos, lo cual
le sirve para hacerse pasar por americano, inglés o lo que cuadre. Al propio
Olivier esta habilidad también le sirvió para ganar un Oscar.
Otro
aspecto que une Marathon Man con la actualidad es la moda del running: Hoffman
interpreta a un joven doctorando (tenía 38 añazos cuando la rodó, pero como es
chiquitito, cuela) que se prepara para correr la maratón (o el maratón, que
ambos géneros son correctos según la RAE) de Nueva York y entrena por Central
Park con un buen puñado de runners. Por cierto, cuando habla de su afición, no
usa (otra vez en la versión doblada al español) los vocablos running ni footing
ni jogging y en todas las escenas de entrenamiento no se ve a una sola mujer
corriendo. Era 1976.
Veo
una línea que une Marathon Man con su pasado y con el futuro. La línea que la
une con el pasado la une evidentemente con Alfred Hitchcock, con sus macguffins
y con su forma de recrear Europa en el cine y ese gusto por los lugares
emblemáticos de las ciudades. Así, en Nueva York se nos muestran, como digo,
los barrios judíos, Central Park y el puente de Brooklyn y en París se nos
aparecen casi todos los topicazos de la ciudad: los cafés y sus terrazas, la
ópera, el mercado de Les Puces, taxis modelo Citroën Tiburón, desayunos
continentales en lujosos hoteles con vistas a la torre Eiffel, manifas
“écolos”…
Y,
de cara al futuro, veo la huella de Marathon Man, como ya os he dicho, en
Malditos bastardos de Tarantino, en ¡Jo, qué noche! de Scorsese (esa laaaarga
huida nocturna en pijama y albornoz, ese inquietante parecido físico entre
Dustin Hoffman y Griffin Dunne) y en Único testigo, de Peter Weir (la tranquila
campiña del este de los USA, mancillada, de repente, por coches negros
amenazantes que portan hombres con armas y corbatas).
"¿Están a salvo? Is it safe?" (Foto: theaceblackblog.com)
Para
acabar, os cuento las dos cosas que más me gustan de Marathon Man. La primera,
que tiene escenas antológicas como la
del balón de fútbol (otro guiño “europeísta”), extraña y subyugante en su
simplicidad, o la de la sesión de tortura (¿Están a salvo? Is it safe?). Y la
segunda, que es una de esas pelis que comienzan con escenas que solo cobran
sentido más adelante, que demoran las revelaciones y las explicaciones y las
van soltando poquito a poco; de hecho, la explicación gorda llega tras una hora
de metraje. Eso hace que la disfrutes quizás más todavía en un segundo
visionado.
Ficha
técnica (www.filmaffinity.com)
Título original Marathon Man
Año
1976
Duración 125 min.
País
Estados Unidos
Dirección John Schlesinger
Guion
William Goldman
(Novela: William Goldman)
Música
Michael Small
Fotografía Conrad Hall
Reparto Dustin Hoffman, Laurence Olivier, Roy Scheider, William Devane, Marthe Keller, Marc Lawrence, Fritz Weaver, Richard Bright, Tito Goya
Productora Paramount Pictures
viernes, 13 de abril de 2018
¿BAILAMOS?
Fred y Ginger en acción |
En mi infancia no veíamos mucho la tele. Había pocas horas
al día, si las películas tenían rombos
no se podían ver y si eran tarde por la noche, tampoco. Eso sí, yo veía todo lo
que me dejaban: Los Chipiritifáuticos, las novelas (¡qué grande El conde de
Montecristo!), Estudio I, zarzuelas y todas las pelis posibles. Creo que me gustaban todas. Las de vaqueros,
las de romanos, las de humor, las de amor y las musicales. Ya sabéis que el
mundo se divide en gente a la que le gustan los musicales y gente que los odia.
Ahí no cabe término medio. Yo soy del primer grupo, y ya lo era de niña. A mí
no me parecía absurdo que en medio de una conversación empezaran a cantar o
bailar. En la televisión de aquellos años ponían muchísimas. También recuerdo
ese género tan pintoresco que era el musical acuático, con Esther Williams a la
cabeza. Creo que habré visto diez veces Escuela de sirenas. Pero mis favoritos,
sin duda, eran Fred Astaire y Ginger Rogers. Pienso en Estados Unidos en esa época, en
medio de la Gran Depresión, quizás eso influyó en que se hicieran tantas
películas de evasión, de “amor y lujo”, con toques de humor sin ninguna acidez.
El cine siempre ha sido un buen lugar donde refugiarse cuando las cosas están
muy feas. He estado también mirando escenas de baile en youtube de otras películas
que recordaba como “Check to chek “ de Sombrero de copa o “El continental” de
La alegre divorciada.
El famoso musical acuático |
Amanda (atención al vestido) |
Las dos que he conseguido volver a ver son del mismo
director, Mark Sandrich, que también dirigió a la pareja en otras tres
ocasiones. Las tramas son muy simples. En Amanda, Ralph Bellamy está enamorado
de Ginger Rogers pero ella tiene un
total rechazo al matrimonio , por eso le pide a su amigo Fred Astaire ,que es un famoso psicoanalista, que intente curarla para que acceda a casarse
con él. Por supuesto, ella se enamora de Fred Astaire y tras varios enredos y
bailes, acaban juntos. En Ritmo loco, Fred Astaire encarna a un bailarín
clásico (Petrov) que está aburrido del ballet y quiere bailar claqué. Ginger
Rogers es una famosa bailarina de music-hall de la que Petrov está enamorado
pese a no conocerla en persona.
Ritmo loco |
, Rita Hayworth o Eleanor Powell, pero la pareja formada con
Ginger Rogers tuvo una química especial que cautivó al público. Pese al cierto
temor con que las he visto, he vuelto a disfrutar con estas películas. No sé si
es la nostalgia o lo buenos qué son los números musicales, pero siguen valiendo
la pena.
Laura Balagué (Mona Jacinta)
Laura Balagué (Mona Jacinta)
martes, 10 de abril de 2018
El halcón maltés
No
se puede hablar con buen juicio si no se tiene práctica (Kaspar Gutman, el Hombre gordo de El halcón
maltés).
Durante
los años treinta del siglo XX, en
Estados Unidos se hicieron muy populares las crudas novelas negras de autores
como Dashiell
Hammett, James M. Cain, W. R. Burnett o Raymond Chandler. Eran
los años turbulentos de la Gran Depresión, con su
correspondiente auge de la corrupción política y la delincuencia.
Al
cine, sujeto a la necesidad de grandes capitales, la tendencia llegó algo más
tarde, cuando el gusto por esa literatura se había ya consolidado entre el
público y el invertir en ese tipo de películas no suponía ya un gran riesgo.
La
película que inició el género negro cinematográfico fue El halcón maltés, de John
Huston,
estrenada en 1941. A partir de ese momento puede hablarse realmente de un cine
negro, con diferencias sustanciales de las películas de gánsteres que tanto
habían proliferado en Estados Unidos durante la década anterior.
Muy
poco antes de rodar El halcón maltés, la
Warner
había estrenado El último refugio, una de esas películas de gánsteres que
mencionamos, dirigida por Raoul Walsh y protagonizada, en su primer papel estelar,
por Humphrey
Bogart.
Esta película se basaba en una novela de W. R. Burnett y los guionistas del
filme fueron el propio autor y John Huston, un guionista que había
realizado innumerables y muy buenos guiones durante los años 30.
Tras
el éxito de El último refugio, la Warner cumplió la promesa que le
había hecho a Huston de permitirle dirigir una película. Lo relata él mismo
en sus apasionantes memorias A libro abierto:
“Paul
Kohner había escrito en mi contrato que si la Warner volvía a renovármelo, yo
podría dirigir una película. Elegí la novela de Dashiell Hammett El halcón
maltés. Ya había sido filmada dos veces anteriormente – la versión de Roy Del Ruth en 1931 y la
de William
Dieterle en 1936, con Bette Davis de mujer fatal-,
pero nunca con éxito. Blanke y Wallis se sorprendieron de que yo quisiera
volver a hacer una película que había fracasado dos veces, pero el hecho era
que El halcón nunca había sido realmente trasladada a la pantalla. Los guiones
anteriores habían sido productos de escritores que habían pretendido poner
su
propio sello en la historia escribiéndola de nuevo, con escenas innecesarias.”
Huston se atuvo fielmente a la novela de Hammett,
publicada en 1929: el detective Sam Spade investiga el
asesinato de su socio, Miles Archer, cuando realizaba un
trabajo para la candorosa Brigid O´Shaughnessy, cliente de la
agencia de ambos; muy pronto, Spade
descubrirá que la historia ficticia que le ha contado su clienta encubre realmente
la lucha por hacerse con una valiosa estatuilla de un halcón de oro (tributo de
los caballeros de Malta al emperador Carlos V). La disputa por el halcón,
en la que estarán involucrados, además de Brigid,
los delincuentes Joel Cairo, Kasper Gutman y Wilmer, dará lugar a varios asesinatos.
Inicialmente,
la
Warner
le ofreció el papel protagonista, el del detective Sam Spade, a George
Raft, (uno de los actores, junto con James Cagney, Edward
G. Robinson o Paul Muni, más habituales en las
películas de gánsteres) pero éste lo
rechazó, porque no quería trabajar con un director primerizo, y la Warner
se lo encomendó entonces a Bogart, con gran satisfacción de Huston,
que opinaba lo siguiente del actor:
“Bogie
era un hombre de estatura media, no particularmente notable fuera de la
pantalla, pero algo sucedía cuando estaba interpretando el papel adecuado.
Aquellas luces y sombras se transformaban en una personalidad diferente y más
noble: heroica como en El último refugio. Juraría que la cámara tiene una forma
especial de ver el interior de una persona y de registrar cosas que el ojo
desnudo no percibe.”
Y
lo cierto es que Bogart fue el perfecto Sam Spade; tanto como cinco
años más tarde sería el más perfecto Philip Marlowe, el otro gran
detective clásico de la novela negra norteamericana. Humphrey Bogart,
como ningún otro actor, encarnó a esos dos detectives duros y cínicos que tan
sólo se atenían a su propio código moral.
La
personalidad de Spade queda perfectamente definida en la película por otro de
los personajes, el Hombre gordo, cuando le dice al detective:
¡Caramba!
Es usted extraordinario. Ya lo creo. Nunca se sabe lo que va a decir o hacer;
pero si se sabe que, sin duda, será algo asombroso.
Y
la moral de Spade la resume muy bien el propio detective cuando le comenta
al personaje interpretado por Mary Astor:
“Escucha bien: se supone que si matan a tu
socio tienes que hacer algo al respecto. No importa lo que pensaras de él, era
tu socio y debes actuar de alguna manera. Ten en cuenta, además, la naturaleza
de mi profesión. Si matan a un miembro de una agencia de detectives, es mala
cosa dejar que el asesino quede impune. Malo para esa agencia en particular y
malo para los detectives en general.”
Sí,
Spade
podía tener una aventura con la mujer de su socio y no tenerle demasiado
aprecio, pero eso no iba a impedirle “hacer algo al respecto” cuando asesinen
a su colega.
El propio Huston se encargó de realizar el guion
de la película, ateniéndose fielmente a la novela. Ese fue uno de los grandes aciertos del filme.
En cuanto a su inexperiencia como director, la subsanó poniendo en la empresa
toda su voluntad, que era mucha, y todas sus capacidades, que también lo eran
(incluyendo, en otro orden de cosas, también las de actor, pintor, escritor,
boxeador… y, especialmente, gran
vividor).
Llevaba
mucho tiempo luchando porque le dieran la oportunidad de dirigir y, una vez que
la logró, no estaba dispuesto a desperdiciarla. Él mismo lo contó:
“Yo
me preparé muy bien para mi primer trabajo como director. El halcón maltés
tenía un guion muy cuidadosamente estructurado, no sólo escena por escena, sino
plano por plano. Hice un esquema de cada plano. Si tenía que hacer una
panorámica o un plano con grúa, lo indicaba. Yo no quería en ningún caso tener
dudas delante de los actores o del equipo técnico. Comenté la planificación con
Willy Wyler. Me hizo algunas sugerencias, pero en conjunto aprobó lo que vio.
También le enseñé la planificación a mi productor, Henry Blanke. Todo lo que
Blanke dijo fue:
—
John, solamente ten presente que cada escena, cuando la ruedes, es la escena
más importante de la película.
Este
es el mejor consejo que un director joven puede recibir.”
Huston no cambió ni una línea del diálogo
durante todo el rodaje y sólo eliminó una escena corta porque se dio cuenta de
que podía sustituirla por una llamada telefónica sin que se perdiera nada de la
historia.
Esa
es también una de las grandes virtudes de la película: que no sobra ni falta
nada, cada escena es perfecta en sí misma y respecto al conjunto de la
historia.
También
desde el punto de vista técnico la película es excepcional, tanto en los juegos
de luces y sombras como en el habilidoso uso de la cámara; como en la escena
larga en el apartamento de Spade, hecha no a base de planos
sino con movimientos de cámara. Sobre esta escena Huston comentó:
“La
rodamos en una sola toma. Los hombres que movían la dolly tenían que saberse el
diálogo tan bien como los actores; el suspense durante la toma fue
electrizante, pero Arthur Edeson, el cámara, lo consiguió. No recuerdo
exactamente cuántos movimientos de cámara se hicieron, pero me viene a la
memoria el número veintiséis”.
El
halcón maltés
había sido pensada inicialmente por los directivos de la Warner como una película
de serie
B, lo que en la práctica significaba
que su rodaje debía de ser muchos más rápido (el doble, aproximadamente
unas seis páginas de guion al día) que el de una de serie A, puesto que el
presupuesto era mucho más reducido. Huston se atuvo estrictamente a los
tiempos y presupuestos determinados y con los medios de una película de serie
B no consiguió una de serie A: consiguió una obra maestra
que se convirtió en el principio canónico del género.
Y,
por supuesto, la otra baza con la que contó Huston para lograr una
gran película fue el elenco magnífico de actores del que dispuso. Y él lo sabía
y así, aunque planificó cuidadosamente todos los detalles del rodaje, también supo darles mucha libertad a la hora de desenvolverse en escena (“Sólo
un veinticinco por ciento de las veces, aproximadamente, fue necesario hacer
que se adaptaran a mi idea original”).
Del
inglés Sydney Greenstreet, con mucha experiencia teatral pero ninguna
cinematográfica, Huston opinaba “…estuvo perfecto en su papel del Hombre gordo
desde el principio hasta el fin. Yo sólo tuve que sentarme tras la cámara y
disfrutar de su interpretación.”
Por
su parte, Mary Astor, la primera
verdadera Femme fatale que el cine negro nos ha regalado, supo dotar a su
personaje, Brigid O’Shaughnessy, de la más dulce y engañosa ingenuidad;
porque si Bette Davis en La Carta la había precedido como
mujer despiadada, su personaje estaba
empujado por el amor no correspondido y el despecho, mientras que el personaje
de Brigid
utiliza su atractivo sexual sin más excusa que su ambición.
De
Peter
Lorre, en su papel de Joel Cairo, sólo se puede decir que
realizó una interpretación perfecta, mereciendo sobradamente las palabras que
le dedicó Huston “…fue uno de los actores más ajustados y
sutiles con los que trabajé nunca”.
La
pareja de villanos encarnada por Greenstreet y Lorre fue tan convincente
y tuvo tanto éxito que en los años siguientes ambos repitieran tándem de
malvados en otras ocho películas.
Elisha
Cook, Jr., como Wilmer,
el matón y cabeza de turco, realizó también una estupenda actuación. Cinco años
después volvería a trabajar con Humphrey Bogart en El
Sueño eterno.
Y
también hacía un pequeño papel Walter Huston, el padre de John,
que unos años más tarde, en 1948, lograría el Óscar al mejor actor de
reparto con otra gran película de su hijo, El tesoro de Sierra Madre.
Al
parecer la conexión entre los actores y el director fue tan buena, más allá del
set de rodaje, que todas las noches Bogart, Lorre, Ward
Bond (el actor fetiche de John Ford, que aquí hace del
detective Tom Polhaus) y Mary Astor se iban juntos de copas: “Todos
pensábamos que estábamos haciendo algo bueno, pero ninguno tenía ni idea de que
El halcón maltés sería un gran éxito y que con el tiempo se convertiría en un
clásico”.
El
colofón de la película lo constituyó la música del compositor Adolph
Deutsch. La Warner volvió a dar muestras de la confianza que tenía en Huston
al permitirle trabajar directamente con el compositor, algo que estaba
normalmente reservado a los directores más importantes. Huston y Deutsch
trabajaron mano a mano para conseguir que la música resaltará la acción en los
momentos que Huston deseaba. Fue un acierto total.
Al
pase privado de la película asistieron, sorprendentemente para una película de serie
B, los directivos de la Warner. Su impresión fue
tan buena que no se hizo ningún cambio en el metraje y la película se estrenó con el respaldo total
de la Compañía. El éxito de público y crítica fue inmediato. Consolidó la
carrera de Bogart, lanzó la de Huston y significó un hito absoluto
dentro del género al que daba inicio.
A
Bogart
y Huston
les dio tiempo, hasta la temprana muerte del actor, en 1957, de colaborar en
otras cinco películas (A través del Pacífico, El
tesoro de Sierra Madre, Cayo Largo, La reina de África y La
burla del diablo) y para seguir siendo tan grandes amigos que Bacall
le encargó a Huston el panegírico de Bogie; en él, el director dejó claro
su cariño por el hombre y su admiración por el actor “…era un actor. No una estrella,
sino un actor”.
Los
constantes y sorprendentes giros argumentales de la película, su peculiar
humor, los sombríos escenarios de densa atmósfera, con absoluta predilección
por interiores o escenas nocturnas, se convirtieron en características propias del
nuevo género cinematográfico.
Sí,
Huston
aprovechó magníficamente la oportunidad que le dieron y consiguió hacer de su
primera película un clásico imprescindible. Para cuando se despidió del cine, y de la
vida, con la hermosa Dublineses (1987), había dirigido ya 41 película, con títulos
como El
tesoro de Sierra Madre (con la que consiguió el Óscar al mejor director y
al mejor guion), La jungla de asfalto, La reina de África (que le dio el Óscar
a Humphrey
Bogart),
El
hombre que pudo reinar… En muchas de ellas volvería a estar presente el
tema central de El halcón maltés (ese pájaro que pesaba mucho porque “es
del material con que se forjan los sueños”): un grupo de personas
luchando por hacerse con un tesoro que finalmente se esfumará ante sus ojos.
Yolanda Noir
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