viernes, 24 de junio de 2022
Todo a la vez en todas partes
sábado, 18 de junio de 2022
El Rocío, documental maldito (1980)
Hace ya varios años que vi este impactante documental acerca del fenómeno de la romería de la virgen del Rocío (Huelva) En él se da un repaso histórico y antropológico de cómo se ha llegado a ese álgido punto de fervor religioso popular. Sin embargo, aunque el documental, que costó mucho trabajo filmar y editar, es didáctico y brillante, se convirtió en maldito.
Durante una hora larga sus autores se dedican a explicar el devenir de esta tradición y, para ello se remontan hasta que la iglesia se conforma en la vieja Hispania romana. Histórica y antropológicamente bien documentada, explica cómo el alto clero y la nobleza al alimón con la rica burguesía, que han mandado desde entonces y eso es algo que no tiene visos de cambiar, se han dedicado a enajenar al pueblo llano de tal manera que han conseguido convertirlos en obedientes seres manipulados. No dice nada que no se sepa ya, como que la romería popular es clasista en realidad, por poner un ejemplo. Este devenir del documental, claro está, molestó tanto a la jerarquía de aquella España "de la transición" que consiguieron arrastrar a los tribunales a su director, Fernando Ruiz Vergara. Esa es su parte maldita.
El documental se rodó con un respeto impecable, pero diciendo verdades como catedrales, si se me permite el chiste, y eso picó tanto a los pudientes en cuestión que hicieron lo posible por prohibir la exhibición de la cinta y arruinar la vida del director del documental. Estaba visto que, aunque nos vendían "la transición" como si fuera el paraíso, España seguía siendo cuartelera y de misa dominical.
Fernando Ruiz Vergara, el director, y Ana Vila, la guionista, habían vivido la revolución de los claveles en Portugal, y, a pesar de que no tuvieron impedimentos y de que el ministerio de cultura la seleccionó para el festival de Venecia, cuando algunos "españoles de bien" vieron el documental, se armó tal escándalo que este acabó secuestrado por las autoridades.
El motivo de la indignación de esa gente que manda tanto es que, en un momento del documental, cuando se explica la manipulación de la derecha del sentir popular durante la República, un vecino del pueblo explica como un alcalde y fundador de la hermandad rociera fue el instigador del exterminio de rojos al ganar los sublevados en la zona. Eso, claro, no gustó nada y se intentó matar al mensajero, el documental, además de sentenciar a Ruiz Vergara a dos meses de arresto y una multa que lo dejara temblando, para aviso a navegantes. El vecino que habla en la cinta y la guionista, Ana Vila, resultaron absueltos al hacerse cargo Ruiz Vergara de toda la culpa, si es que la había, lo cual pongo en duda. Resumiendo: Fernando Ruiz Vergara terminó residiendo en Portugal, dado el maltrato en su tierra.
La cinta siguió secuestrada hasta que se decidió exhibirla mutilada y el doloroso proceso de tribunales, siempre con sentencias en contra del director, acabó con su carrera cinematográfica. Así es España, me temo, que culpa de atentados contra el honor a directores de cine que plasman en sus cintas narraciones de hechos cuyos autores no ven oprobio en sus matanzas. En fin, zinéfilas todas, no hay mayor argumento para la justicia que el ver el documental con ojos curiosos y desprovistos de prejuicios. Háganlo. Por cierto, aquí está el documental sobre el documental. Rizando el rizo:
viernes, 10 de junio de 2022
Bosch
Bosch es la primera serie televisiva que he visto basada en una serie de novelas: las de Michael Connelly protagonizadas por el detective Harry Bosch. Debo confesar que literariamente la de Harry Bosch no es de mis series favoritas y que a las novelas no les he hecho demasiado caso, pero a la teleserie le eché un ojo y me convenció. Así que este artículo no va a ser una sesuda comparativa entre el texto fílmico y el literario (por cierto, Connelly está implicado en ambos), porque me voy a centrar en la serie y porque, además, ¿cuándo he escrito yo algo sesudo?
De entrada, no me convenció el actor principal, el que encarna a Bosch. Es Titus Welliver, un ilustre segundón de cine y tele, al que yo solo conocía por haberlo visto en la primera temporada de The Good Wife encarnando a Glenn Childs, un cabronazo con pintas que lidiaba electoralmente con Peter Florrick por el cargo de fiscal general del condado de Cook y no dudaba en recurrir al juego sucio ni al muy sucio. Welliver hacía, pues, de malvado peligroso y lo hacía bien.
A veces me pasa que, en un principio, un actor o actriz no me encaja en determinado papel, pero, a fuerza de verlo, acaba por convencerme. Pues bien: en este caso no me ha pasado. Welliver sigue sin gustarme; lo veo monorregistro y nada versátil. Pero debo de ser la única, ya que su interpretación en esta serie recibe elogios por doquier. Quizás porque el papel de Hieronymus “Harry” Bosch exija exactamente eso: un ejercicio contenido que no entusiasme a nadie; tengamos en cuenta, al respecto, que el propio personaje no es precisamente de los que se hacen querer, sino un tipo de poca conversación, obsesionado con su trabajo, madero veinticinco horas al día, que apenas se permite un rato de distensión en su magnífica casa escuchando jazz y revisando viejos expedientes policiales.
Ya que no para Welliver, mis elogios sí van a ser, en cambio, para el resto de intérpretes. Está magnífico y elegantísimo Jamie Hector, sublime Amy Aquino, deliciosa Mimi Rogers y despatarrante el duo cómico de polis de homicidios formado por Troy Evans y Gregory Scott Cummins.
Las seis primeras temporadas de Bosch (la séptima, estrenada el año pasado, no la he visto) se han rodado un poco en Las Vegas y un mucho en Los Ángeles. En el Los Ángeles de verdad, no en el de cartón piedra de Hollywood. La serie le saca todo el partido a esa fascinante ciudad (o anticiudad, como queráis) y hace que luzca radiante con todos sus contrastes, su gloria y su miseria.
A ratos Bosch nos muestra un LA sucio y sórdido, pero a ratos también se descuida y ofrece otro rostro más luminoso, apetecible, variado y habitable; incluso se detiene en los reclamos turísticos y los hitos arquitectónicos de la ciudad: el Grand Central Market, el Bradbury Building, la sala de conciertos Walt Disney, el Angels Flight y esos miles de puestos callejeros, bares y restaurantes mexicanos con mayor o menor índice de salubridad.
El hecho de que la serie se haya rodado en las auténticas calles de Los Ángeles y en la mismísima comisaría de Hollywood Station, incluidos interiores, con agentes de policía de verdad como extras y esa luz blanca de fluorescente de techo tan desabrida ella, aporta al resultado un toque de crudeza y de realidad que nunca se conseguiría en un estudio.
Me gusta, pues, de Bosch que está pensada como una serie de largo aliento, con escenas largas y, en ocasiones, deliberadamente lentas, repetitivas entradas y salidas de vehículos y teléfonos que no paran de sonar o vibrar; diálogos abundantísimos, prolongadas conversaciones, a menudo áridas, pero nunca gratuitas, nunca de relleno.
Las tramas policiales, más que enredarse unas con otras, yo diría que se empujan, se arrastran y estiran las unas de las otras con buen ritmo, como si de una madeja enmarañada sobresalieran varios cabos, tiraras de ellos y salieran hilos de diferentes colores sin parar. El color predominante es, por supuesto, el negro, pero en tantas y tantas horas de film (seis temporadas de diez episodios cada una, más una séptima que, como os digo, todavía no he visto) hay también ratitos de color rosa afectivo, amarillo cómico, verde refrescante y rojo exótico. Hay, pues, mucho de lo que disfrutar.
Os lo dice vuestra amiga
Noemí Pastor
Una versión de este artículo fue previamente publicada en la revista digital Calibre .38.