Futuro profesional propuesto por mi abuelo |
Cuando era pequeña mi abuelo quería que fuera cupletista.
Parece que el hombre no estaba muy al corriente de las modas musicales, pero el
caso es que me llevaba al monumento a Raquel Meller en el Paralelo y me ponía
discos de Lilian de Celis para que fuera practicando. Nunca he tenido ocasión
de lucir mi repertorio, pero todavía recuerdo letras como “aunque cien años
llegara a vivir, yo no olvidaría las tardes del Ritz”. Yo, tardes del Ritz ni una,
pero no puedo olvidar las maravillosas tardes del Moratín. Era un cine de Arte
y Ensayo que estaba en la calle Muntaner de Barcelona. ¿En qué momento desaparecieron
los cines de Arte y Ensayo? ¿A la vez que las películas S? En mi conocimiento
del cine hay grandes lagunas, como veréis. El caso es que, en mi infancia, como
casi toda mi generación, vi muchísimo cine. Todos los domingos en el colegio de
mis hermanos ponían programa doble: una de vaqueros y una de romanos,
habitualmente. Además, los jueves por la tarde mi abuelo me llevaba al cine
Iris. Era un local muy completo que constaba de cine, baile y salón de lucha
libre. Los carteles de la lucha libre me parecían impresionantes: “Guanche
canario, el noqueador isleño”. A mí me daba igual la programación, me gustaba
todo. Prefería que en las de vaqueros hubiera chica y mejor en color que en
blanco y negro, pero vamos, sin ser tiquismiquis. Muchas veces me pregunto cómo
se nos formó el gusto cinematográfico (y el literario, porque tenía el mismo
criterio: todo vale). En los últimos años de la adolescencia comenzamos a ir a
cineclubs. Ahí ya no siempre me gustaban las películas pero, cuanto menos las
entendía, mejores eran según los que sabían del tema.
Le genou de Claire |
Tengo un batiburrillo en la cabeza de las películas de
aquellos años. Algunas son muy famosas y forman parte de los recuerdos de todos
los de nuestra edad, por ejemplo, Alguien
voló sobre el nido del cuco (no sé cómo mi amiga y yo nos hicimos
enfermeras después de ver esa peli); otras son clásicas entre los amantes del
cine francés como Le genou de Claire
o Pauline a la plage. Pero hay
películas que tengo la sensación de que solo las vimos Reyes y yo. ¿Alguien se
acuerda de La femme de Jean? Leo en
Filmaffinity que es una película de Yannick Bellon de 1974. No he visto nada
más de ese director y, sin embargo, esa película me impactó mucho y me hizo
pensar que el amor podía ser un asunto peligroso. Cuerno de cabra, una película que recuerdo dura y poética y que
ahora me enteró de que era búlgara de un tal Metodi Andonov. Una amiga nuestra, después de verla, hizo
unos pañuelos con puntillas sobre la frente como los que llevaba las campesinas
búlgaras de la película y nos los poníamos muy ufanas. Por suerte, no hay
documentos gráficos de esos desmanes. La dentellière de Claude Goretta, con una jovencísima Isabelle Huppert que nos
fascinó. Providence, de
Alain Resnais. Esa no la entendí muy bien, por lo que supuse que era buenísima.
Además, cuando aparecía Dirk Bogarde en una película, a mí se me ponía mal
cuerpo (creo que era consecuencia de Portero
de noche) y creía que la angustia estaba relacionada con la calidad
cinematográfica. ¿Y alguien ha oído hablar de Rosa jet´’aime? Era una película israelí de Moshé Mizrahi que
contaba la historia de una chica que se quedaba viuda y debía casarse con su
cuñado de 13 años porque así lo mandaba la costumbre o la religión. Hoy se
consideraría corrupción de menores o algo y no se podría rodar. Otro recuerdo
muy luminoso es Une chante, l’autre pas
que ahora me he enterado que era de Agnès Varda, yo siempre había supuesto que de
una mindundi que no había hecho nada más. O La
Vallée, donde Barbet Schroeder nos descubría paraísos perdidos.
Viajes iniciáticos |
Primeras aproximaciones al feminismo |
No sé qué me parecerían todas esas películas hoy en día,
prefiero no arriesgarme a verlas de nuevo. Quizás sean excelentes, quizás no,
pero es imposible recuperar la ingenuidad con que las vi, el descubrimiento de
tantas cosas que supusieron. Nos educamos como pudimos, pasamos de Marisol y
Fray Escoba a películas de Bergman y Buñuel; de lo que nos decían las monjas
que debía gustarnos a lo que nos decían los expertos. En ese mundo, el cine
Moratín fue una pequeña parcela de libertad donde intentar desarrollar nuestro
criterio y, por eso, siempre le estaré agradecida.
Une chante, l'autre pas. No recuerdo cuál de las dos quería ser |