No se me ocurre mejor recomendación para estos tiempos grises que hacer desfilar ante vuestros ojos las descacharrantes nueve temporadas y casi 200 episodios de The Office, una serie americana ya viejuna (se emitió entre 2005 y 2013) con el sabor de lo clásico y un poco de lo rancio, que hace de ello, del costumbrismo cutre, su mejor baza.
¡Ah! ¿Que ya la habéis visto? Pues la veis otra vez, porque
no me creo que os acordéis de todo. Y, sea como sea, charlamos de ella.
Chupatintas power
Cualquiera que haya trabajado dos meses en una oficina (y
somos legión) va a reconocer en esta serie mucho de su miserable vida de
chupatintas: las filias y fobias (más fobias que filias, aunque también hay
romances, amoríos e historias de pasión) de entre cuatro paredes, los elásticos
veinte minutos del café, la tentación de los juegos on line, el aburrimiento
atroz de las horas sin ganas de trabajar y, por encima de todo, el infierno que
son los otros, las compañeras y compañeros, auténticos desconocidos, verdaderos
marcianos, gente que vota diametralmente opuesto a ti, que profesa creencias
que a ti te parecen delirios y que el azar ha decidido colocarlos a tu lado,
durante horas y horas, días, años, décadas, a centímetros de ti.
Todo ese panorama desolador The Office lo narra con
toneladas de mala leche, cinismo y crueldad que te van a hacer reír mucho mucho
mucho.
The Office es una serie de humor estadounidense que se desarrolla
casi en un
solo decorado: el de una oficina de Dunder
Mifflin, una ficticia empresa papelera situada en Scranton,
Filadelfia, ciudad que no es ficticia, sí existe en realidad y resulta ser la
natal del presidente Joe Biden.
De hecho, casi todas las ciudades que aparecen en la serie, en
las que Dunder Mifflin tiene sucursales de donde van y
vienen sus empleados, son ciudades de segunda fila (Stamford, Buffalo, Nashua,
Tallahassee), alejadas del relumbrón de las grandes urbes norteamericanas, tan
peliculeras ellas. Son ciudades, pues, con restaurantes cutres, centros
comerciales ramplones y gentes normalísimas, tirando a vulgares. De ahí, como
os digo, se alimenta la mala baba de The Office.
La serie responde al formato de falso documental (o
mockumentary, como lo llaman en inglés): se supone que alguien se pasa años
filmando un documental sobre esta oficina, de manera que de vez en cuando los
protagonistas miran y hablan a cámara e interactúan así de forma directa con el
espectador, sin insinuar la presencia de público ni risas enlatadas.
The Office está basada en una serie británica, también
titulada The Office, que no he visto, pero que seguro que resulta también
interesante. Muchos de los productores y guionistas británicos trabajaron
también en la versión norteamericana.
Dos curiosidades
Los miembros de la plantilla de The Office
a menudo se intercambian los papeles y lo mismo actúan que dirigen, producen o
escriben guiones. Por ejemplo, B. J. Novak y Mindy Kaling y hicieron de
actores, productores y guionistas, el
guionista Paul Lieberstein hizo de actor, el actor Steve
Carell escribió el guion de tres episodios, unos cuantos actores (Steve Carell, John
Krasinski, Rainn Wilson, Ed Helms y Brian
Baumgartner) también han dirigido episodios y los productores
aparecen esporádicamente como actores.
Una segunda curiosidad es que, entre
temporada y temporada, aprovechando los parones vacacionales, se lanzaron hasta
cuatro miniseries de webisodios protagonizadas por sus personajes secundarios.
Así, entre la segunda y tercera temporada, se
estrenó The Accountants, con diez webisodios protagonizados
por los contables Angela, Óscar y Kevin, que investigaban la pérdida de 3000
dólares de las arcas de la empresa.
Entre la cuarta y quinta temporada, en
verano, se emitió la serie de cuatro webisodios
Kevin's Loan,
con Kevin, Oscar y Darryl. Kevin trata de conseguir un préstamo para montar
una heladería, aunque en realidad es para pagar sus deudas de juego.
En invierno de 2008, antes del parón
navideño de la quinta temporada, se emitió The Outburst: Oscar ha tenido una
fuerte discusión por teléfono y sus amigos tratan de adivinar de qué se trata.
Finalmente, antes de la sexta temporada, se
lanzó la serie Blackmail, protagonizada por Creed Bratton, quien pretende chantajear
a sus compañeros de trabajo.
Fin
Vuelvo al
comienzo y reitero mi recomendación: no se me ocurre mejor serie si queréis
reíros un rato. Yo me la vi enterita hacia abril del año pasado, en pleno
encierro domiciliario, como hicieron (esto lo supe luego) millones de
norteamericanos, ya que The Office fue la serie más vista en 2020 en streaming
en los Estados Unidos.
Y esto sucede
quince años después de su estreno, así que podemos decir que The Office es un fenómeno televisivo que no acaba de caducar,
con un contenido que, de momento, no ha envejecido,
a lo que ayuda, desde luego, la continua presencia de sus protagonistas en las
redes sociales: los actores tienen
cuentas en Twitter e inteactúan a menudo con distintos proyectos (blogs, cabales de Youtube, emisiones en streaming…) en la red y luego está la cuenta de Twitter The Office
Memes, siempre con agradables sorpresas.
Así y todo, me
pregunto cómo es posible que en quince años en los que el mundo ha dado un
montón de vueltas, el grotesco, desequilibrado y delirante día a día de una
empresa siga pareciéndonos cercano y actual; por qué tal contenido no se ha oxidado.
Y me respondo que, a pesar de todas esas vueltas, a pesar de los ordenadores,
las conexiones, las nuevas tecnologías y
toda esa presunta innovación, el mundo laboral, en esencia, no ha evolucionado
y sigue siendo la misma mierda. Dios bendiga a The Office, que nos permite
reírnos de ella.
Noemí Pastor