viernes, 27 de octubre de 2017

Atta Girl! - ¡Bien hecho, chica! - Las tres edades femeninas en Hollywood

Los cimientos de Hollywood se han removido en las últimas semanas ante el reportaje mostrado en The New Yorker sobre el productor Harvey Weinstein. Su autor, Ronan Farrow, enseñaba a través de entrevistas a diferentes actrices y mujeres en el espectáculo, que detrás de este todopoderoso magnate, padre del indie de Miramax y posteriormente, The Weinstein Company, se escondía un depreador sexual de primer nivel.
 
Weinstein entre Cameron Díaz y Gwyneth Paltrow (acosada por él durante el rodaje de Emma)
Las rasgaduras de la industria del entretenimiento, en un ejercicio algo hipócrita, se han roto en los últimos días, cuando debemos recordar que el cine, desgraciadamente, está lleno de actrices y actores, de todas las edades, que han sido sometido al abuso de sus poderosos mecenas. Todos podemos traer a la memoria lo que sufrió Natalie Wood o Judy Garland, la  vergonzosa grabación de una violación en El Último Tango en Paris por el "arte" según Bertolucci, o los persistentes rumores de  círculos pedófilos, que se muestran en el documental "An Open Secret".

En Zinéfilaz, además de mostrar nuestra repulsa y desgrado en todos estos casos (y otros no mostrados), nos centramos en esta ocasión en la mujer, y aprovechamos para mostrar sus tres edades en Hollywood (o no sólo ahí, lo dejamos al juicio del lector), a través de tres películas muy entretenidas y feministas.

La inocente starlet: El Diablo Viste de Prada (Devil Wears Prada): las starlets atacadas, explotadas, seducidas y rechazadas.

Mucho cuidado con a quien vendes tu alma.

Sinopsis: Andy acaba de salir de la Universidad con muchas ganas de comerse el mundo y triunfar en el periodismo. Finalizará como una becaria más, pero con una gran diferencia: será la asistenta de Miranda Priestly, la directora de la revista de moda más prestigiosa, y la peor explotadora de "oompa-loompas" recién licenciados.

La historia de Andy nos muestra varias cosas importantes cuando se entra en el mundo laboral: la primera es que vas a tener que hacer muchos sacrificios personales si quieres ascender, y segundo, que por mucho que quieras evitarlo, puedes acabar influenciado por el ambiente de trabajo. Esta claro, que nuestra pizpireta protagonista ganará una experiencia que no espera, y que no será compartida por su pareja o amigos, los cuales, la rechazan aunque acepten los regalos que ella les trae; será atacada por sus compañeras, que la ven como una rival y escaladora; por último, su propia jefa la hará pasar por las mayores calamidades, aprovechando su ambición, encontrándose de camino, un conjunto de arribistas que harían cualquier cosa por conseguir el poder que tiene la señora Priestly.



 Miranda no sólo explota a Andy, también ataca su físico o personalidad


También es cierto, que no siempre todo serán momentos negativos y lo más importante, es que pese a la vorágine que la rodea, ¿conseguirá ser fiel asímisma?

El Diablo Viste de Prada podría tacharse de frívola y poco seria, si se compara con lo que se vive en otros negocios, pero en el fondo, las vivencias de Andy, las hemos compartidos todos los que hemos trabajado aunque sea un poquito... Bueno, salvo lo de llevar modelos exclusivos de diseñador o lo de decidir tu destino cerca de las Tullerías de París...esa historia, casi todos, sólo podemos montárnosla en nuestra cabeza.

La trabajadora infatigable: Cómo Eliminar a su Jefe (9 to 5): trabaja, trabaja, trabaja (y que no se lleven tu recompensa duramente ganada).

Jane Fonda, Lily Tomlin y Dolly Parton cumplen sus fantasías laborales con Dabney Coleman
Sinopsis: Judy vuelve al mundo laboral tras su divorcio, conociendo a Doralee, la explosiva secretaria de Franklin Hart Jr, y a la responsable Violet, que es quien realmente coordina la oficina que debería organizar Hart.

Este film es una de las películas más gratificantes sobre el poder femenino en el mundo laboral. Aunque ver un oficina llena de máquinas de escribir y sin móviles puede resultar un poco de otros tiempos, la historia que nos cuenta, no lo es en absoluto. Las mujeres retratadas por las protagonistas y el resto del elenco, tienen un eco demasiado real como para no sentirlo cercano, ya seas mujer u hombre. Mientras, el personaje interpretado divinamente por Dabney Coleman, el "sexista, egoísta, mentiroso, hipócrita beato" de Franklin Hart Jr, es un resumen del poder más retrógrado.

Primer día en la oficina, ¡cuidado!

Nuestras tres protagonistas se convierten en íntimas tras haber sufrido varios disgustos laborales debido a su jefe y a otros miembros de la oficina. Esta alianza general, se afianzará por un pequeño incidente que tienen con el hombre que es la fuente de todos su males. Pero como son "mujeres listas", se enfrentarán al inconveniente con la mejor "arma de mujer": el cerebro. Esto llevará consigo unas situaciones hilarantes y de verdadero empoderamiento. La escena del sueño de qué harían con Franklin si pudieran ser guionistas de sus vidas, es realmente impagable (dejamos a continuación sólo la parte de Doralee, así que cuidado):

Se comparte algo psicotrópico con las amigas y...


Realmente una comedia maravillosa, pues es una fantasía de venganza, no sólo contra un machista egocéntrico, sino, contra todos aquellos jefes inútiles que lamentablemente nos podemos encontrar en nuestra vida. Verdaderamente de visión obligatoria.

La diva olvidada: El Club de las Primeras Esposas (First Wives Club): somos restos


No te quedes con las ganas, quédatelo con todo (*)
Sinopsis: Tres antiguas amigas se reunen en el funeral de una cuarta, que había sido la más exitosa de las todas. Al ponerse al día, se dan cuenta de que sus vidas se parecen más de lo que creen, especialmente, respecto a sus maridos, que las están reemplazándo por mujeres más jóvenes. Es entonces, cuando la venganza comienza.

Lo diste todo, dejaste tu carrera, criaste a sus hijos, hiciste lo que te pedían, y en el último momento, es cuando te dicen que te retires y no molestes. Tres mujeres, una actriz en declive, una ama de casa, y una profesional que niega sus problemas, en busca de su propia libertad. Deberán aceptar sus flaquezas, ver que no son tan diferentes y trazar su plan contra aquellos que las han relegado a un segundo plano: sus ex-maridos. Y todo esto, no se hace desde revancha más amarga, si no que se nos regala, con una maravillosa comedia llena de rostros conocidos, con la que no se puede parar de reir.


Como muestra esta escena, donde van a espiar el nidito que tiene Dan Hedaya, el marido de Bette Midler, con su amante, Sarah Jessica Parker; una muestra delirante de lo que se puede encontrar en la película.

Los planes no son tan sencillos como parecen y las huidas son necesarias ;)

En este Club, la revancha no es sólo un motivo para hundir a aquellos que las habían desposeído de sus sueños y valía, o de aquellas arribistas que pretender ser las "Segundas Esposas", es volver a recuperar el control de sus propias vidas, de dejar de ser sombras de un manipulador emocional, un vendedor en la crisis de los 40/50, o de un aprovechado director de cine. Ahora son ellas las que deben dar el "cante", y como muestra, sólo hay que ver la escena final.

El trailer, por si no estábais convencidos

👩👰👯👱👸👵

Así pues, en momentos tan amargos, donde parece que el feminismo, y alzar la voz y pedir respeto, no están de moda, únamonos a las grandes mujeres de estas películas, desde la mayor de las sonrisas y veamos que no somos simples "atta, girls" (buenas chicas), si no, que somos mujeres de verdad y hay hombres que nos apoyan. Y siempre, desde el mejor humor, que eso siempre ayuda mucho más.

👩👰👯👱👸👵
Nota sobre el título: Atta girl! que se dice en Cómo Eliminar a su Jefe, es una expresión estadounidense que significa "¡bien hecho, chica!".

Créditos:
- Devil Wears Prada (2006) de David Frankel. Con Anne Hatthaway, Meryl Streep, Stanley Tucci, Emily Blunt, Simon Baker y Adrian Grenier.

- 9 to 5 (1980) de Colin Higgins. Con Jane Fonda, Lily Tomlin, Dolly Parton, Dabney Coleman, Sterling Hayden y Elizabeth Wilson.

- First Wives Club (1996) de Hugh Wilson. Con Goldie Hawn, Bette Midler, Diane Keaton, Maggie Smith, Sarah Jessica Parker, Bronson Pinchot, Dan Hedaya, Victor Garber, Stephen Collins, Stockard Channing,  Marcia Gay Harden, Elizabeth Berkley  y Timothy Olyphant (¡vaya elenco!)

(*): frase pronunciada por Ivanka Trump sobre su exmarido, el conocido Donald, en un cameo de la película. Se ve al final del trailer.

Carmen

viernes, 20 de octubre de 2017

El gran carnaval

“El público nunca se equivoca. Un miembro individual del público puede que sea un imbécil, pero si juntas a mil imbéciles en la oscuridad tendrás a un genio de la crítica”.

El que se equivocó fue Wilder (ya lo pone en su lápida: “…nadie es perfecto"): mil imbéciles, si se sienten juzgados, pueden ser implacables con una película, por muy buena que sea. Eso fue lo que pasó con Ace in the Hole (1951) que, siendo una gran película, se convirtió en un fracaso de taquilla debido a unas causas muy interesantes de analizar.

Entre 1938 y 1950, Wilder había formado un gran equipo con el guionista y escritor Charles Brackett. Primero crearon guiones maravillosos para directores como Lubitsch (La octava mujer de Barba Azul o Ninotchka)  o Howard Hawks (Bola de fuego) y, más tarde, cimentaron juntos la carrera de Wilder como director, colaborando en los guiones de todas las películas que dirigió, desde El mayor y la menor hasta El crepúsculo de los dioses, con la única excepción de Perdición, en la que Brackett se negó  a participar porque encontraba  la historia excesivamente sórdida. Con El crepúsculo de los dioses volvieron a ganar un Óscar al mejor guion (ya habían ganado otro por  Días sin huella)  y perdieron su amistad.

Es de suponer que la ruptura de una fructífera relación de 12 años pesó en Wilder; quizás  significó para él una especie de punto de inflexión que le llevó a buscar el tema de la primera película que hizo tras la ruptura en su propia experiencia personal, porque Wilder, antes de emigrar a Estados Unidos huyendo de los nazis, había iniciado su vida laboral como reportero.

Efectivamente, Wilder había trabajado en Austria y Alemania como cronista deportivo y de sucesos. Su recuerdo de aquella etapa profesional no era bueno: “También hice reportajes de sucesos. Era un trabajo sucio… Tenía que levantarme a las cinco, coger el tranvía e ir a casa de los padres del asesino para pedirles una foto de su hijo, o visitar a alguien cuya mujer había perecido en un incendio. Era muy embarazoso”.

Este espíritu, muy crítico para con la prensa sensacionalista, es el que aparece en El gran carnaval (también emergerá, mucho más atemperado por la ironía y el humor, en Primera plana, de 1974).

Wilder ya había demostrado que no temía elegir temas complicados: el alcoholismo, el asesinato, la mezquindad de la industria cinematográfica… pero en Ace in the Hole se enfrentó a dos fuerzas enormes: el gremio periodístico y el público norteamericano. Ambas, unidas, convirtieron a la que es una excelente película, aunque no sea la mejor de Wilder, en un fracaso de crítica y taquilla en Estados Unidos, no así en Europa donde consiguió  el Premio del Festival Internacional de Cine de Venecia 1951.
La historia, como es característico en el cine de Wilder,  se cuenta con sencillez y economía de alardes técnicos; eso sí, utilizando el set más grande no bélico construido hasta el momento. La película tiene  un gran realismo, un toque documental favorecido  por la participación como guionista del periodista Lesser Samuels.

Esa es una constante en el cine de Wilder: la importancia del guion. Él lo expresaba muy claramente: “Lo más importante es tener un buen guion. Los cineastas no son alquimistas; no se puede convertir un excremento de gallina en chocolate”.

Chuck Tatum (Kirk Douglas) es un periodista que llega a Albuquerque, en el Estado de Nuevo Méjico, tras haber perdido su trabajo en Nueva York por culpa de su afición a la bebida y a las mujeres. Con su coche averiado y sin dinero, utiliza toda su labia para conseguir  trabajo en el modesto  periódico local, “Sun Bulletin”:

Charles Tatum (K. Douglas): “Señor Boot soy un periodista de 250 dólares a la semana. Se me puede contratar por 50. Conozco los periódicos por delante y por detrás, de arriba abajo. Sé escribirlos, publicarlos, imprimirlos empaquetarlos y venderlos. Puedo encargarme de las grandes noticias y de las pequeñas. Y, si no hay noticias salgo a la calle y muerdo a un perro. Dejémoslo en 45”.

Al cabo de un año de periodismo rutinario, Tatum está desesperado por “morder a ese perro”… por cazar una noticia que le permita volver a la gran ciudad y al gran periodismo.
En esta situación, su jefe, el mencionado Sr. Boot,  le encarga cubrir una noticia local en las afueras de la ciudad. Camino del lugar, Tatum se entera por casualidad de que un hombre, un tal Leo Minosa (Richard Benedict), que regenta un motel de carretera con sus padres y esposa,  ha quedado atrapado en una cueva mientras buscaba restos indígenas.

A Tatum, la curiosidad le hace entrar en la cueva y contactar con el atrapado Minosa. Inmediatamente, la situación le hace pensar en William Burke Miller “el reportero que entró (en una cueva) en busca de la noticia y salió con el premio Pulitzer”.

Efectivamente, Miller fue un periodista que, realmente, ganó el Pulitzer al cubrir el caso de Floyd Collins, quien, en 1925, murió  tras dos  agónicas semanas atrapado en la Mammoth Cave, en Kentucky. Las labores del fallido rescate congregaron a una multitud, a un “gran carnaval”, en torno a la cueva y fueron seguidas con inmensa expectación en todo Estados Unidos.

Y Tatum se dispone a “cazar” la ocasión de lograr el reportaje de su vida. A cualquier precio. Incluso al de alargar a días un rescate que podría hacerse en unas horas…

Para que Tatum consiga sus propósitos de alargar innecesariamente la situación debe contar con la complicidad de una serie de personajes: de la mujer de la víctima, una muy acertada Jan Sterling (el papel le valió el National Board of Review de 1951 a la mejor actriz) como mujer fría y calculadora;  del corrupto sheriff Gus Kretzer (también estupenda interpretación la de Ray Teal), al que Tatum, sin gran esfuerzo, convence de las ventajas que para su reelección tendrá alargar el calvario de Minosa; del contratista que lleva a cabo las labores de rescate  (Frank Jacquet), que también se presta a los manejos del periodista para así asegurarse los contratos municipales; hasta el muy joven aprendiz de fotógrafo, interpretado por Robert Arthur, cae inmediatamente bajo el influjo de Tatum y de su propia ambición.
Unos personajes todos que sirven para mostrar un amplio repertorio de miserias humanas: la despiadada ambición profesional, el afán de dinero, de poder político, la cobardía… Esa es la principal peculiaridad de esta película de Wilder: que la acritud de la crítica que realiza no queda suavizada en ningún momento por el humor, como suele ser habitual en el resto de su filmografía.

Aquí, al contrario que en las mayorías de las películas de Wilder, no hay ni un solo personaje por el que el espectador pueda sentir simpatía. Sólo la víctima, refugiada en su patético, por ilusorio, amor conyugal; sus padres, ella sumida en la religiosidad y él en el estupor;  y el director del periódico local, no son unos canallas. Aquí no hay, como en otras películas del director,  sorpresas en cuanto a la personalidad de los personajes: no hay buenas personas que encubran rasgos de villanía, ni villanos con rasgos de nobleza. Los canallas lo son de principio a fin.
La máxima conmiseración la provocan los padres, porque el espectador sabe lo que ellos ignoran: que el hombre al que tan agradecidos están por lo intentos que, ellos así lo creen, está haciendo por salvar a su hijo, en realidad está prolongado cruelmente su agonía. Este es, precisamente, un juego habitual de Wilder, hacer partícipe al espectador de detalles fundamentales de la historia ignorados por algunos de los personajes claves.

Cuando el otro único personaje decente de la historia, el director del periódico, llega al lugar del suceso para intentar controlar la actuación de Tatum, se cruza este mordaz y esclarecedor diálogo entre ambos:

Charles Tatum (K. Douglas): “Si hace falta hacer un trato con ese sheriff corrupto..., por mí, bien. Y si tengo que aliñarlo con una maldición india... y una esposa con el corazón destrozado... por mí, bien”

Jacob Q. Boot (Porter Hall): “Por mí, no. Eso es un periodismo falso e injusto, eso es lo que es”

Charles Tatum: “Injusto no, es un periodismo que llega a las entrañas, Sr. Boot. Interés humano”.

Jacob Q. Boot: “Ya me ha oído, falso”.

Porque si para Boot la máxima periodística debe de ser “Tell the Truth” (“Di la verdad”), tal y como figura en un cuadrito colgado en su redacción, para Tatum lo es, por encima de cualquier consideración moral,  satisfacer la curiosidad humana, que él explica de la siguiente manera:

“Coges un periódico, lees algo sobre 84 personas o 284 o un millón, como en las épocas de hambre en China. Lo lees, pero no te afecta. Una sola persona es diferente; completamente diferente. Eso es la curiosidad humana. Alguien completamente solo. Lindberg atravesando el Atlántico…”

Y en torno a la cueva donde Minosa permanece solo, innecesariamente atrapado, se organiza el gran carnaval: miles de curiosos ansiosos de exacerbar sus sentimientos con la tragedia ajena; atracciones y mercadillos para que éstos pasen el rato y gasten su dinero; periodistas llegados de lejanas redacciones porque la noticia, hábilmente gestionada por Tatum, se ha convertido en nacional… Incluso se cobra la entrada al enorme reciento donde se especula con la desgracia humana, y el precio va subiendo al compás de la expectación de la masa por el destino del desgraciado Minosa.

Y esa masa humana, ávida de sensaciones, es personalizada por Wilder en la pareja que, con sus dos hijos y en su auto caravana, son los primeros en llegar al espectáculo, como reivindicarán más tarde (un detalle curioso: el cabeza de familia, un vendedor de seguros encarnación viva del “estadounidense medio”, pertenece a la compañía Pacific All-Risk la misma que Wilder uso en Perdición). Y esa masa humana, tan crudamente retratada como  cómplice de la prensa, al convertir la desgracia de Minosa en producto de consumo, será también la que después no perdone a Wilder en la taquilla verse reflejada tan rigurosamente.
Kirk Douglas realiza una de sus mejores interpretaciones (y eso es mucho decir de un actor que realizó muchas a lo largo de su dilatada carrera), a  pesar de que, tal y como cuenta en sus memorias, El hijo del trapero, en su opinión: “mi personaje de Ace in the Hole era extremadamente brutal”, y por ello le dijo a Wilder:

K.D. -Billy ¿no te parece que debería hacerlo un poco más blando, algo más simpático, para volverlo comprensivo al público?

B.W. - Interprétalo con la mayor brutalidad posible. Desde el principio.


Y Kirk obedeció impecablemente a Wilder y se convirtió en la personificación de la ambición sin escrúpulos; del hombre al que cuando, ya muy tardíamente, le recorra un ramalazo de remordimiento, no se cuestionará a sí mismo, sino que volcará toda su ira en otro personaje igualmente despreciable, la esposa (y tanto se metió Douglas en el papel que estuvo a punto de estrangular realmente a Jan Sterling en la escena en que su personaje intenta ahogar a Lorraine Minosa). Tatum llegará, incluso, llevado por su desmedida ambición,  a intentar convertir ese arrepentimiento suyo final  en la gran crónica de su vida.
Pero eso sí, Douglas, que también era ambicioso en cuanto a su carrera, a pesar de la gran opinión que le merecía Wilder, “Disfruté trabajando con Billy Wilder. Es un director brillante, un escritor lúcido y un prolífico narrador de anécdotas”, rechazó al año siguiente la proposición de volver a trabajar con él en Stalag 17 (Traidor en el infierno), porque temió las consecuencias que pudieran tener para su carrera el volver a interpretar a otro personaje despreciable. Kirk comenta en su autobiografía  “No comprendí lo que sería capaz de hacer Billy con la película. El papel lo interpretó Bill Holden y ganó un Óscar. Me quedé mudo”.

Douglas y Wilder no volvieron a trabajar juntos, a pesar de mantener la amistad nacida durante el rodaje de El gran carnaval.

Sobre el fracaso de la película, Kirk opinó: “Creo que Ace in the Hole es una de las mejores películas de Billy Wilder. Fue un éxito en el resto del mundo, pero en Estados Unidos no iba nada bien, por lo que la cambiaron el título y paso a llamarse The big Carnival.  A mi juicio la falta de éxito se debió a la prensa… A los críticos les encanta criticar, pero no les gusta ser criticados. Además, Billy Wilder estaba transmitiendo el siguiente mensaje al público en general, al hombre de la calle: “Estos sois vosotros, los que os detenéis a contemplar los accidentes”.

Por su parte,  Wilder consideraba que el motivo del fracaso de la película era que el verdadero malvado, más que Tatum, era el público que demandaba sensacionalismo para alimentar su morbosa necesidad de sensaciones: “Nadie quiere verse a sí mismo en el papel de malvado. ¡Cómo se puede atraer a la gente al cine, a contemplar un espectáculo, cuando se le está echando en cara las bestiales consecuencias que puede tener el afán de espectáculo".


En definitiva, la película fracasó porque no cumplió el objetivo que, para el mismo Wilder, debía de tener el cine: “Si el cine consigue que un individuo olvide por dos segundos que ha aparcado mal el coche, no ha pagado la factura del gas o ha tenido una discusión con su jefe, entonces, el cine ha conseguido su objetivo”.

El gran carnaval, en cambio, lo que hace es que el espectador no olvide en ningún momento las miserias de la condición humana. Por ello, el gran Wilder, que a lo largo de su carrera ganó seis Óscar y recibió 21 nominaciones, pagó la arriesgada apuesta que hizo con esta película con el primer fracaso comercial de su carrera.

 

Yolanda Noir

 



lunes, 9 de octubre de 2017

65 Festival de cine de San Sebastián


Quizás os preguntéis por qué, con toda la gente que sabe de cine en este blog, yo que no escribo más que tonterías parece que voy de festival en festival. La respuesta es que la vida es injusta y que supongo que el resto de chicas de Zinefilaz no han pedido acreditación. Bueno, el caso es que mi hija y yo creamos el blog niu de mones con la única misión de conseguir acreditarnos para el festival de Donostia y desde entonces andamos comentando todas las películas que vemos porque le hemos cogido afición a esto del blog.
Voy a intentar haceros un resumen de esta 65 edición del festival y resaltar las películas que más me han impactado. Hay mucha gente que, año tras año, cogemos vacaciones para poder disfrutarlo a tope y tenemos amigos que vienen de otras ciudades, amigos que hemos hecho en las colas y nos vamos juntando y separando según la selección de las películas. Creo que es la semana más intensa del año, meterte en tantas historias, desayunar con una película francesa, hacer el aperitivo con una rumana, tomar café con una chilena y luego compartir cervezas y bocadillos con los amigos para aconsejar “esta no te la pierdas”, “esa es un rollo”. Es como vivir veinte vidas en unos días. Te da la oportunidad de ver películas que luego no estarán en la cartelera o disfrutar antes que nadie de joyas de otros festivales.
Ver a Darín de cerca es
otro aliciente
El festival, para los que no hayan estado, consta de varias secciones:
La sección oficial, con las películas que entran a concurso; Perlas, que incluye películas premiadas en otros festivales; Nuevos directores, donde puedes descubrir talentos desconocidos; Horizontes latinos, películas realizadas total o parcialmente en latinoamerica, o de directores de alguno de esos países; Zabaltegi es una sección abierta que incluye cortos, largos, documentales o animación; Culinary zinema presenta películas relacionadas con la gastronomía que en algunos pases se acompañan de una cena; Savage cinema se compone de películas de deporte y aventuras, de ficción o documentales; Zinemira es una muestra de cine vasco; Made in Spain presenta películas españolas del último año; y por último, cada año hay una retrospectiva dedicada a un director, en esta ocasión a Joseph Losey.
Úrsula Corberó,
protagonista del corto de
Isabel Coixet
Comprenderéis que cuando tienes el programa en las manos te entra un ataque de ansiedad. Empiezas a marcar en fosforito las películas que quieres ver, a intentar cuadrar horarios, a pensar que si renuncias a comer y a dormir a lo mejor consigues ver la mitad de lo que quieres. Con los años me he ido relajando. Me apetece disfrutar de la ciudad y los amigos, ir a alguna rueda de prensa, asistir a algún coloquio y ver las que pueda. Suelo ser poco arriesgada, película rumana de tres horas me da un cierto miedo. A veces me aventuro por la foto del folleto o la sinopsis y así he visto maravillas y espantos de Lepanto. Este año se me ha escapado Muchos hijos,
Isabel Coixet
presentó su corto
La llave
un Mono y un Castillo
de Gustavo García Salmerón, que según todos los que la han visto es divertidísima. Estad atentos porque igual es un estreno que pasa desapercibido.
Y vamos con mis recomendaciones:
The Disaster Artist, de James Franco, ganadora de la Concha de oro, es una divertida historia sobre el rodaje de The room, a la que se ha llamado “la peor película de la historia”. James Franco dirige y protagoniza. Está genial en el personaje de Tommy Wiseau.
El autor, de Manuel Martín Cuenca. Y tengo que reconocer que iba con miedo porque su anterior película, Caníbal, no me gustó. Es la historia de un hombre que quiere ser escritor contra viento y marea y ante la falta de inspiración decide espiar a sus vecinos. Antonio de la Torre borda el papel de profesor de un taller de escritura. Quizás le sobran 15 o 20 minutos, pero está muy bien (¿por qué todo el mundo hace pelis tan largas?, 90 minutos era una medida ideal).
Le sens de la fête, de Olivier Nakache y Éric Toledano. Otra comedia, impensable hace unos años en la sección oficial donde todo eran historias dramáticas y terribles. Los directores son los de Intocable y Samba, de manera que iba bien predispuesta. No me defraudó. Vemos una boda, que debería ser idílica, desde el punto de vista de todos los que trabajan: el organizador, cocineros, camareros, músicos. Un grupo heterogéneo que debe intentar que todo sea perfecto, aunque las cosas se complican.
Tres anuncios en las afueras de Ebbing, Misuri, de Martin MacDonagh. No había visto nada de este director pero la película había recibido premios en Venecia y Toronto (aquí también ha conseguido el premio del público) y no me sorprende. Me ha encantado, es una historia original, bien contada, con unos intérpretes magníficos (Frances McDormand se sale en el papel de madre que quiere vengar el asesinato de su hija). Para mí lo mejor del festival.
Jusqu’a la garde, de Xavier Legrand. Este ha sido el festival del cine francés, he visto un montón de pelis francesas. Esta aborda la violencia de género y el sufrimiento que puede generar en un niño. Quizás no es un tema original pero está muy bien tratado y con un clima de tensión creciente que te encoge el alma.
The Florida Project, de Sean Baker. Una historia de perdedores que viven al lado de Disneyworld. La mirada de los niños le aporta un punto muy bonito.
Call me by your name, de Luca Guadagnino. Pese al título es una producción italo-francesa. Una preciosa historia de amor, del descubrimiento de la sexualidad de un joven de 17 años y de un verano de esos que se recuerdan toda la vida.
Ex Libris- The New York Public Library, de Frederick Weisman. Es el tercer documental que veo de este director y todos me han encantado. Dura 197 minutos y ya sabéis que yo no soy de ese típico público estoico que aguanta rollos largos y aburridos. No es nada pesada, es apasionante y tuvimos la suerte de tener un coloquio con el director.
Os juro que ese señor que no se ve
es Frederick Weisman
Bueno, con lo escueta que soy, me he enrollado muchísimo. Para terminar os voy a desaconsejar dos películas: Mademoseille Paradis de Barbara Albert que me aburrió soberanamente y Sollers Point de Matt Porterfield que no cuenta nada que no hayan contado antes mil veces y con más interés.

Mi minuto de glamour con Eneko Sagardoy,
protagonista de Handia

viernes, 6 de octubre de 2017

Éxtasis y yo. La apasionante historia de Hedy Lamarr

Hedy Lamarr fue una famosa actriz de la época en que los estudios de cine hollywoodienses mandaban con poder omnímodo. Hoy en día sólo los amantes del cine clásico recuerdan a esa belleza morena que fue la Dalila que cortó el pelo al Sansón de la película de Cecil B. DeMille. Pero Hedy Lamarr fue mucho más que eso. Fue una inteligente mujer que co-inventó un sistema de encriptación de mensajes para teledirigir torpedos, que es la base fundamental del funcionamiento de la telecomunicación mediante bluetooth o wi-fi, claro que ella y su co-inventor, George Anthell, músico, no tenían ni idea de la revolución que su trabajo iba a suponer, sobre todo, porque, cuando patentaron su sistema, allá por 1941, el ejército de los EEUU aparcó el tema. No en vano, estos residentes en América no eran sino dos sospechosos, austríaca, ella, alemán, él.

Hedy Lamarr en su mejor monento


Pero volvamos al principio. Hedwig Kiesler, Eduvigis, por si alguno goza castellanizando los nombres de pila, nació en Viena el 9 de noviembre de 1914, hija de un banquero y una dama de la alta burguesía de aquella ciudad tan pija. Se educó en los mejores colegios, entre ellos, un internado suizo donde iban las muchachas de la aristocracia europea. Llegó, incluso, a estudiar ingeniería, sin acabarla, por motivos que luego desvelaré, cosa que era bastante infrecuente para una mujer en aquella época.

Pero a la joven Hedy Kiesler le llamaba el mundo de la interpretación y no cejó hasta que consiguió colarse en el mundo del cine y luego interpretando algún papel en el teatro. A falta de pan, buenas son tortas. Fue en un teatro donde conoció a su primer marido, el poderoso industrial filonazi Friedrich Mandel, pero no corramos, porque antes de casarse, la joven Hedy rodó una película, un pecado de juventud, que la persiguió toda la vida.

En 1936 Hedy está en Berlín, es muy joven, y rueda su primer papel protagonista en una peli que se titulará “Éxtasis”, en ella, el director se empeña en que salga totalmente desnuda corriendo por un bosque y que nade, en traje de Eva (qué cursilada) en un lago. Ese fue el primer desnudo integral del cine. No tenía ningún sentido para la historia rodada, pero lo que pretendían, claro, era hacer un descarado reclamo.

¿Exigencias del guión? en Éxtasis, 1933


Poco después, casada ya con Mandl, el empresario vendedor de armas nazi intentó hacerse con todas las copias de la película y destruirla. Mandl la tenía en una jaula de oro,Hedy quería escapar pero su esposo-captor la tenía bien controlada, hasta que maduró un plan que la permitió marchar a París, donde consiguió el divorcio, de allá a Londres y de Londres a California, vía el magnate Louis B. Mayer.

Los señores Mandl

En Londres Lamarr y Mayer no llagaron a un acuerdo. Lamarr se las ingenió para viajar en el mismo barco que el magnate de la Metro y allá ella consiguió su contrato. Por cierto que fue el mismo Mayer, en dicho viaje, el que apellidó Lamarr a la divorciada señora Hedy Mandl.

Hedy Lamarr en la supuesta autobiografía “Éxtasis y yo”, supuesta porque por lo visto había algún negro literario que se dedicaba a intercalar escenas picantes en el libro que, sin saberse ciertas o falsas, cabrearon como una mona a la siempre elegante figurada autora, cuenta sus inicios extraños en la Metro y cómo Éxtasis, aquella peli en que corría en pelotas, censurada en los siempre mojigatos EEUU, le confería una capa de escándalo. No querían presentarla como una chabacana guarra europea, que es lo que solían (¿Suelen?) pensar los yankees de las mujeres liberadas del viejo continente. Por fin pudo rodar “Argel” con el estirado, lo dice ella, Charles Boyer. Es curioso que las grandes estrellas de los estudios, a menudo solían ser europeos. El propio Boyer era francés, y su rival en tantos papeles, Ingrid Bergman, sueca. Argel fue un exitoso trampolín.

Argel, su primer éxito americano con el francés Boyer

Y así comenzó su vida hollywoodiense, haciendo pelis por contrato con la Metro de Mayer, a menudo, mediocres, asistiendo a fiestas y convirtiéndose en amiga de ese irresistible borracho y adicto al sexo que era Errol Flynn, en cuya mansión había toda serie de mirillas para saciar el hambre de voyeurismo del hipersexuado tasmano. Además de rodar y asistir a fiestas con las celebridades de una industria en pleno auge, Hedy Lamarr comenzó a coleccionar maridos. Le dio por casarse sin pensarlo con un guionista, un actor, un hostelero, un petrolero texano y un abogado en todo su periplo vital, amén de mantener varias relaciones sin vínculo matrimonial, incluidas algunas amantes femeninas, según su autobiografía aunque a Lamarr, esto, que debió escribir su negro, no le hizo demasiada gracia.

Cabe recordar que Hedy Lamarr, huida de Europa por un matrimonio con un rico industrial cruel, que, a su vez, mantenía negocios con Hitler o Mussolini, era de una rica familia judía vienesa. En cuanto el ambiente se enrareció en su lugar natal, sacó a su madre de aquel infierno nazi y antisemita. Sin embargo, a los ojos de los norteamericanos, Lamarr era austríaca y, aunque el comienzo de la segunda guerra mundial no suponía nada para los yankees, aún, no se fiaban demasiado de alguien de aquella zona. Esto viene a colación del invento patentado por la señora Lamarr, que firma como Kiesler, su verdadero apellido, y el músico George Antheil.

Dos artistas y genios de las telecomunicaciones

Hedy Lamarr, que debía tener un coco estupendo, realizó estudios de ingeniería que no pudo acabar porque su rico marido filonazi, Mandl, se lo prohibió. En una fiesta en Hollywood conoció al brillante pianista George Antheil, alemán huido de su tierra. Hablando, hablando, patentaron un sistema de encriptación de mensajes mediante un salto de frecuencias, y esta patente se la quisieron regalar al ejército estadounidense, ya en guerra, los americanos entraron a muy finales del 41, otra vez a media guerra, para sacar los beneficios. El ejército, no se sabe si porque eran civiles, “artistas” y encima, del país de Hitler, aparcaron el tema y conminaron a Lamarr a que se dedicara a sacar pasta para el ejército, si de verdad quería hacer algo, así que se dedicó a recaudar fondos mediante besos y cosas como estas junto a actrices como Bette Davis.

Señora, déjese de inventos y venda besos

Durante los años 40 Hedy Lamarr se convirtió en una auténtica estrella del cine. Podía rechazar papeles e, incluso, desafiar a Louis B. Mayer y romper contratos con él. En su autobiografía cuenta su gran estrategia para conseguir que Cecil B. DeMille la fichara para ser su Dalila en esa historia bíblica en la que un cretino que no sabe guardar secretos (Sansón, interpretado por el cara difícil de Victor Mature) con mucho músculo, pero poco cerebro, se carga el templo de los filisteos con él dentro. Una película de la que ya habló, conmucha gracia y discernimiento, Doctora.

El tiempo no perdona en Hollywood, sobre todo a las mujeres, y, aunque la siempre supuesta autobiografía de la señora Lamarr debió ser escrita en su aún espléndida madurez, no nos cuenta que, después de un gran éxito y una gran fortuna, la ruina la llevó a vivir muy modestamente.

Hedy Lamarr murió en el año 2000 y jamás supo que su patente de encriptación de mensajes para teledirigir torpedos sirvió de base para desentramar el sistema de telecomunicaciones que usamos hoy día. Fue la base del Bluetooth y del tan utilizado sistema wi-fi. Como aporta Guillermo Balmori a modo de epílogo en la reciente edición española de “Éxtasis y yo” Se debe a Google en uno de sus Doodle, esos dibujitos conmemorativos del día internacional, en este caso de los inventores, del 9 de noviembre del 2015, justo en el 101 aniversario de esta actriz, también inventora, colocaba a Hedy Lamarr como la madre del sistema wi-fi. (De Antheil no sé si se dijo nada). Eso suscitó un aluvión de artículos en prensa, radios, blogs sobre el curioso hecho.

La actriz y sus bocetos

Hedy Lamarr está enterrada en Viena donde su hijo pudo, por fin, llevarla en el centenario de su nacimiento, cuando se dieron cuenta de que Hedy Lamarr no sólo fue una buena actriz de una belleza arrebatadora, sino que, además, era una brillante ingeniera que desarrolló la base científica por la cual me podéis leer desde vuestros terminales móviles.


Así reza en su tumba: “Las películas tienen un efímero lugar en un momento concreto. La tecnología es para siempre."

Podéis sumergiros en sus aventuras dentro de este libro:



"Éxtasis y yo", de Hedy Lamarr. Publicado por Editorial Notorius.