Cartel de la película |
Me gustan las películas en las que se baila. Quizás os
habíais dado cuenta porque ya he hecho una entrada sobre Bob Fosse y otra sobre
Fred Astaire y Ginger Rogers. Por eso, en cuanto vi el trailer de Solo nos
queda bailar, decidí que iría a verla. Si bailan, ya me vale. Claro, si
además es una buena película, ya doy palmas con las orejas. Tengo que reconocer
que, arrastrada por mi pasión por el baile, he visto verdaderos ladrillos
(desde el punto de vista cinematográfico).
No es este el caso de Solo nos queda bailar, el baile es un
interés añadido, pero es una película que cuenta muchas más cosas.
La historia nos muestra la vida de un joven georgiano
bailarín en la Compañía Nacional de Danzas Tradicionales de Georgia. Él está en
la segunda compañía y aspira a actuar algún día en la primera, donde los
artistas están bien pagados, viajan al extranjero etc. Por el momento, él y sus compañeros
compaginan el baile con trabajos y malviven como pueden, a base de ilusión y
sacrificio. El protagonista mantiene una
relación con su compañera de baile, con la que lo emparejaron a los diez años,
y que parece un noviazgo infantil: trabajan juntos, toman batidos o salen con
amigos. Pero el chico descubre que le gustan los hombres cuando aparece un
nuevo bailarín en la compañía del que se enamora perdidamente.
Danzas viriles |
Se nos muestra una sociedad homófoba, como era la nuestra no
hace tantos años. En el mundo del baile tampoco tiene cabida la homosexualidad.
Se considera que son danzas viriles, llenas de firmeza que muestran el ideal
del hombre georgiano. A su vez, las mujeres, deben ofrecer un aspecto pudoroso
y virginal. En un momento de la película, se comenta que han echado a un
bailarían de la primera compañía porque se ha descubierto su homosexualidad. Su
familia, avergonzada, lo ha enviado a un monasterio para que lo devuelvan al
camino recto.
Y con todo, la vida se abre camino. Es imposible pretender
negar lo que existe y, pese al miedo, la presión social y el peligro, la
juventud posee una fuerza y una pasión que le lleva a seguir adelante.
Los dos jóvenes protagonistas no habían actuado nunca, son bailarines,
pero es su primera experiencia como actores. Nadie lo diría, especialmente
Levan Gelbakhiani, que construye un personaje maravilloso: tierno, creíble y
con muchos matices.
Tampoco parece fácil ser mujer en Georgia |
Su director, Levan Akin, es sueco de ascendencia georgiana,
lo que explica su interés y conocimiento del tema. Por lo visto, en el año 2013
hubo un intento de hacer una manifestación por el Orgullo LGBT en Tiflis
–capital de Georgia--, que provocó revueltas y ocasionó numerosas agresiones
a los participantes por parte de grupos conservadores y religiosos. Estos
sucesos llevaron a Levan Atkin a querer hacer esta película y denunciar la
situación en su país de origen.
El proyecto ha debido de ser muy complicado y, según los
protagonistas, si ha salido adelante ha sido porque era una producción sueca y
francesa. Han encontrado innumerables pegas y rechazos: lugares que ya estaban
contratados para rodar y que, al enterarse del tema, se echaban atrás con cualquier
excusa; han necesitado llevar escolta; muchos bailarines rechazaron participar
en el proyecto, y el coreógrafo solo aceptó trabajar si su nombre no aparecía
en los títulos de crédito. De hecho,
Levan Gelbakhiani, que interpreta al protagonista, rechazó el
papel hasta en cinco ocasiones por miedo a las consecuencias que pudiera
acarrearle. Por fin, en parte por militancia, se decidió a interpretar a Merab.
Ternura |
Tampoco el estreno ha estado exento de polémica. Hubo amenazas e incluso fue necesario un
cordón policial alrededor del cine. Pese a todo, las entradas se agotaron, lo
que muestra que también hay gente en Georgia que piensa de otra manera.
En una entrevista los protagonistas comentaron que la cultura
dominante en su país es muy machista y conservadora. La influencia rusa no contribuye tampoco a
mejorar las cosas.
La verdad es que la imagen de la sociedad que muestra la
película produce bastante tristeza. Me recordaba a España en mi infancia: bodas
de penalti, vecinas que fiscalizan todo, homosexualidad como tabú o tema de
chiste y una presencia asfixiante de la religión y la tradición. Incluso el
baile, que parece un espacio artístico de libertad, se convierte en un ambiente
encorsetado, rígido y falso.
Es una suerte que haya gente valiente como Levan Akin, capaz
de enfrentarse al miedo, al odio y al poder establecido para mostrar una
realidad dura e intentar dar voz a quien no la tiene.
Creo que también está bien que nosotros colaboremos
difundiendo esta película, que además del contenido ideológico, es excelente.
De manera que ya sabéis, todos al cine a ver Solo nos queda bailar. Por
el baile, por militancia o porque es una buena peli. Motivos sobran.