Esta es una fabulosa
road-movie de culto italiana rodada en 1962. Dos individuos que comparten compañía y
automóvil, por juegos del destino, un par de emocionantes días en el caluroso ferragosto
(Festividad italiana laica entorno al 15 de agosto) de la Italia central. Los años 60 dejan los años de
penuria y guerra detrás. El ciudadano medio puede llegar a poseer automóviles e
incluso veranear. Dos elementos que tienen mucho que ver en esta atractiva
historia que paso a detallar:
Bruno y Roberto en ruta
Un animado swing suena
mientras por una vacía Roma un automóvil deportivo, un Lancia Aurelia Soprt,
practica el slalom por sus calles y plazas. Al volante, un atlético maduro (Vittorio
Gassman) busca, con desesperación, un teléfono. En un barrio de las afueras se
detiene para refrescarse en un grifo cuando sorprende a un joven veinteañero
(Jean Louis Trintignant) con cara de apocado mirando por la ventana. El
conductor pide al vecino que llame a un número telefónico para avisar de que
llegará tarde. El chico, no sabiendo qué hacer, le invita a casa a que
telefonee él mismo. Así se conocen Bruno Cortona (Gassman) y Roberto Mariani
(Trintignant). Bruno busca desesperadamente un cigarrillo pero Roberto no fuma.
De pronto, Roberto mira con atención por la ventana la casa de enfrente. Parece
que alguien abre las persianas, pero es la portera. En esa casa vive Valeria,
una chica de la que Roberto está enamorado, pero a la que no se atreve ni a
hablar. Cambian unas pocas frases y Bruno, en agradecimiento, le invita a tomar
un aperitivo, aunque Roberto, tímido, se muestra reacio y aduce que debe
estudiar, pues cursa derecho. A Bruno le es fácil convencer al apocado chaval
de que por un día y en ferragosto (festivo) no va a pasar nada por salir a dar
una vuelta en el Aurelia Sport.
Roberto se siente
apabullado por la arrolladora personalidad del locuaz Bruno y asustado por la
conducción temeraria de la que hace gala. Bruno es todo un personaje, se dedica
a atronar con su bocina y a gritar lo que se le ocurre a la gente con la que se
cruzan. Roberto mira espantado la aguja del velocímetro, y Bruno, que en todo
el film resulta ser un gran observador, le dice que no se empeñe, que está
trucado para marcar menos. Bruno inicia una conversación despreocupada a la que
Roberto contribuye con poco más que monosílabos. Bruno declama a García Lorca
“Y yo que me la llevé al río, creyendo que era mozuela, y sin embargo, tenía
marido”, y salta de la poesía a la música, porque la poesía no le gusta,
poniendo la música de “Vecchio frac” de Domenico Modugno y de ahí salta a “El eclipse”
de Antonioni, mientras adelanta a un coche cuyos ocupantes hacen gestos de desaprobación. Bruno pide a
Roberto que agarre el volante, mientras el primero dedica al vehículo
adelantado un gesto de cuernos antológico.
En esto que un auto
alemán con dos rubias les adelantan y ellos van tras las alemanas con el fin de
intimar, pero les para un coche de curas polacos que les piden en latín un gato
para cambiar una rueda pinchada. Roberto traduce a bruno, y este, pensando en
las alemanas suelta:
-¿Cómo se dice no
tenemos?
- Non habemus.
-Non habemus “gatus,
desolatus”.
Deciden pasar de las
alemanas e ir al aperitivo, pero casi todo está cerrado. Aquí hay una de las
pocas intervenciones magistrales del pobre Roberto:
-Parece que estemos en
Inglaterra.
- ¿Por la campiña?
- No, porque vamos por la
izquierda.
Después de un par de
cosillas que nos enseñan la jeta que le echa a la vida el dueño del auto,
deciden repostar. Bruno, además desea hacerse con cigarrillos desde el inicio
de la peli, pero la máquina está rota. Bruno, además, no se corta a la hora de
pedir a Roberto 5000 liras para pagar la gasolina y el aperitivo. Roberto se
pregunta escamado si el caradura del conductor es un artista del sable. Roberto
va a los servicios y se queda encerrado, pero tiene vergüenza de pedir ayuda, a
pesar de que hay una cola enorme esperando que salga. Bruno consigue sacarlo
del apuro. Hay algún otro episodio mientras se acercan a comer a la costa, y es
que esta peli tiene muchos momentos simpáticos.
¡Abre la boca y fíate de Bruno!
Llegan a comer una sopa
de pescado en un restaurante en el puerto. Bruno, zalamero y simpático,
zascandilea por la cocina del restaurante ganándose a la dueña y mientras
comen, Bruno, mujeriego, planea acostarse con la camarera, para ello pide una habitación,
cosa que no vemos, porque la cámara se queda con un solitario Roberto en un
desierto restaurante que decide largarse, dejando recado para su ocasional
amigo y guarda cola –es un decir- en medio de un barullo terrible para el
autobús de Roma, en eso que pasan unos guardias con un detenido y una joven se
acerca desesperada para denunciar el robo de una maleta.
Roberto, solo, pensando en largarse
Roberto, buen chico,
se apresta a colaborar explicando lo que ha visto, cuando entra Bruno, lo
desdice y se lo lleva a toda velocidad.
Roberto se excusa diciendo que no quería ser una carga, aunque se calla
el que no las tiene todas consigo con la actitud del atlético conductor, Bruno
le contesta que se ha sentido abandonado. Es algo histriónico y voluble como
una veleta al viento. Roberto, entonces, le cuenta que cerca viven sus tíos, en
el campo, y deciden acercarse allá. Roberto desgrana sus recuerdos infantiles
de verano al lado de su tío Michele, su tía Enrica, que se comía al tío Michele
con los ojos, su primo Alfredino y su tía Lidia, de la que estaba enamorado. Al
llegar Bruno sentencia: “Yo firmaría por vivir en el campo”. En esto que
aparece un criado visiblemente afeminado al que Roberto saluda y presenta como
Occhiofino, cuando este se va, Roberto, recordando la niñez, afirma:
- La de veces que me ha
tenido ese hombre en los brazos de niño
- No me extraña, no hay
mejor ama de cría.
- ¿Por qué dices eso?
- ¿Por qué lo llamas
Occhiofino?
- Es su apodo
- Occhiofino, “finocchio”
si es que no te enteras… (maricón en
italiano),
Aparecen el tío Michele y
la tía Enrica, Bruno enseguida se hace el alma de la fiesta. Llega el primo
Alfredino, casado y notario en Rietti, dando un plomo de discursito un pelín
facha. Roberto sabe que él tendrá que
ser como Alfredino cuando acabe la carrera. Mientras, alejado de la soporífera
charla del primo, Bruno está maquillando y soltando el recatado peinado de la
tía Lidia. Cuando vuelve al grupo, Bruno, gran observador, nota que Alfredino
es clavado, hasta en los gestos, al capataz de la finca, así se lo demuestra a
Roberto al oído mientras Alfredino sigue dando la paliza. Bruno dice: “Tu tía se comería con los ojos
al tío Michele, pero se acostaba con el capataz”. Acaba arrancando a Roberto de
la casa para regresar a Roma y, después de despedirse de la familia, Bruno
proclama: “Ni loco me quedo a vivir en el campo”, justo lo contrario que
manifestó al llegar. Así es Bruno, cambiante como el aire.
Cae la noche y bruno
sigue arrastrando al pobre Roberto, que se muestra melancólico y afirma que se
dice que la infancia suele aparecer como la época más feliz de la vida porque
se recuerda distorsionada. Bruno, en este momento se muestra amigo y le
contesta que la mejor edad es la que se tiene en ese momento, que sea valiente
y que se atreva a hablar con Valeria, la vecinita que tanto le gusta. Acto
seguido tiene un pique con un 600, hacen una carrera tan peligrosa por
adelantarse, que el 600 está a punto de estamparse contra una pared.
Llegan al Cormorán, un
local de música y copas. A la puerta está el comendador, un hombre serio y
mayor, de bigote, con su esposa, con el que Bruno tiene algún negocio sin
acabar. Es un compromiso que Bruno tiene que afrontar y se excusa con Roberto.
Prácticamente lo deja tirado. Roberto se acerca a la estación, pero no tiene tren
a Roma hasta las 5 de la mañana, se
muestra fastidiado y algo enfadado con Bruno. En la estación hay una chica que
él confunde con Valeria, pero no es ella, sin embargo se hacen compañía un buen
rato. Roberto ha comenzado a cambiar, hasta utiliza alguna pequeña estratagema
de Bruno para hacerse simpático, pero vienen a buscar a la chica y Roberto
vuelve a la soledad, con lo que decide llegarse al Cormorán. Allá Bruno baila
con la mujer del comendador mientras este se dedica a contar un chiste tras
otro en la mesa. Bruno y la esposa del otro bailan pegadísimos, lo cual es un
descaro, admitido por los dos, hasta el punto de que ella exclama de manera
sugerente algo que nota, mientras Bruno suelta un “modestamente…” En esto que aparecen los ocupantes del 600 de
la tarde anterior y se monta una pequeña bronca. El comendador, su señora y
quienes los acompañaban, abandonan el local dejando libre a Bruno de
compromisos y a Roberto, que ha acudido a la trifulca en ayuda de su amigo.
Los dos acaban borrachos
y, sorprendentemente, es Roberto quien maltrata los pedales del auto. Bruno le
está enseñando a conducir. Acaban en casa de la mujer de Bruno que los recibe
curada de espanto y con grandes dosis de excepticismo. Por lo que hablan, nos
enteramos de que Bruno conoció a Gianna, así se llama ella, recién acabada la
guerra, siendo los dos muy jóvenes y él, llevando un uniforme de oficial del
ejército que no era suyo. Tuvieron que casarse por quedar ella embarazada. Ella
aguantó lo que pudo a un hombre tan individualista y aventurero y un buen día
lo plantó. La hija de ambos, Lilly, llega poco tiempo después acompañado de un
maduro hombre de negocios del norte de Italia que atiende por Bibí. A Bruno le
da un repentino ataque de responsabilidad que es cortado por la mirada
irreprochable de su esposa, de la que está separado. Lilly, la hija, es muy
joven, pero tiene claro que no quiere un joven alocado a su lado, como debió
ser su padre. Quiere un hombre protector, algo que no ha tenido nunca en casa.
Ellas se van a dormir y Bruno y Roberto se quedan hablando. Él le explica que
aún siguen casados porque él cree en los lazos. Que ella una vez le dio 600.000
liras para pedir la nulidad, pero que a él le disgustaba deshacer el lazo…Y se
quedó con la pasta.
Bruno, con la excusa de
hablar de la hija, se mete en el cuarto de su esposa, pero lo que pretende es
acostarse con ella, lo cual ella impide de una manera tajante e impecable.
Bruno, entonces, decide largarse de la casa y despierta a Roberto para que lo
acompañe. Acaban durmiendo en un par de hamacas en la playa.
¿Qué clase de padre soy?
En la misma playa
despierta Roberto en medio del bullicio de los bañistas. No hay ni rastro de
Bruno. Roberto pasea por la playa cuando se topa con Gianna, la mujer de Bruno,
que le indica donde está su amigo, haciendo el pino mientras una morena le saca
una foto. Bruno corre tras ella para descubrir que es su hija Lilly con peluca.
Pasan la mañana en la playa. Roberto embarca en el yate de Bibí, el serio pretendiente de Lilly, y Bruno
aparece por estribor saludando mientras hace esquí acuático. Bibí quiere de
verdad a Lilly y habla en serio con Bruno sobre lo formal de sus pretensiones.
Poco después Bruno y Bibí apuestan una cantidad que se juegan al ping-pong y
Bruno gana, así devuelve a Roberto lo que éste le había prestado.
Roberto se decide a
llamar a Valeria, que veranea en una localidad cercana. Bruno lo felicita por
su actitud y se deciden a ir a comer a aquél lugar. Montan de nuevo en el
Lancia Aurelia sport y recorren la carretera serpenteante que bordea la costa.
Adelantan como locos y se muestran exultantes. Hasta Roberto se muestra feliz,
y así se lo comunica a Bruno. Afirma que son los días más felices que ha pasado
nunca. Es un Roberto nuevo, alegre y más seguro, que descubre los alicientes de
la vida. Se cruzan con un motocarro en cuya parte de atrás va un niño. Roberto
se despide: “¡Adiós! ¡Adiós!”
Pique automovilístico
Intentan adelantar a un auto con el que se pican.
En pleno adelantamiento, un camión viene de frente, Bruno pierde el control del
auto que choca contra un pretil de seguridad y sale despedido del auto. Roberto
no tiene tanta suerte, cae con el coche al acantilado, y lo más probable es que
no haya sobrevivido después de los numerosos golpes sufridos en la
precipitación. Bruno se asoma malherido al acantilado y un guardia recién
llegado le pregunta:
-¿Familiar?
- Se llamaba Roberto, no
conozco su apellido. Nos conocimos ayer.
El film acaba así, de
súbito, con la imagen del amasijo de hierro golpeado por las olas del mar que
chocan contra la roca.
Es una película que
atrapa desde el primer momento por el magnetismo del atlético caradura en el
que se ve envuelto un apocado jovenzuelo. La película, ganadora de varios
premios, se tituló en los EEUU “Easy life”, y fue punto de inspiración para que
siete años después Dennis Hopper rodara “Easy Rider”. La segunda cosa que
Hopper tomó prestada de la cinta de Risi fue el colorear la historia con música
del momento, al igual que en la italiana. La escapada es una película que crece
y crece y contagia alegría, sobre todo por la música sesentera y veraniega de
Edoardo Vianello o Gino Paoli, hasta que
acaba con un mazazo brutal.
Escena cultural y...taurina:
Escena del baile "arrimao", para Gassman, su "Hamlet":
Ficha técnica:
Il sorpasso (La escapada,
España; Easy life, EEUU)
País: Italia
Año 1962
Duración: 105 min.
Dirección: Dino Risi
Guión: Dino Risi, Ettore
Scola, Ruggero Maccari
Música: Riz Ortolani
Fotografía: Aldo Contini
Reparto:
Vittorio Gassman (Bruno
Cortona)
Jean Louis Trintignant
(Roberto Mariani)
Catherine Spaak: Lily
Cortona (la hija)
Luciana Angiolillo:
Gianna Cortona (La esposa)