viernes, 26 de septiembre de 2025

La guerra según el cine italiano

Los seres humanos son capaces de perpetrar lo peor, como podéis ver últimamente por la tele. Los seres humanos inventaron las guerras. Catástrofes no naturales que causan muerte, dolor, pobreza, hambre, desplazamientos masivos y años y años de recuperación en medio de la miseria. Me está quedando un comienzo muy tenebroso, pero es necesario para adentrarnos en las pelis de las que quiero tratar en esta ocasión.


Hay pelis bélicas en las que se ensalza el heroísmo y se motivan los valores patrióticos, sobre todo si las filman los vencedores. Ahora me aparece en mente el armario ropero de John Wayne vestido de marine. Esa es precisamente la imagen que quiero desechar ya que hay también quien crea películas en las que la guerra no es más que una tragedia que les sucede a los protagonistas que preferirían estar en cualquier otro lugar en vez de en una trinchera. Es de este segundo tipo de pelis de las que pretendo hablar hoy.


Enlazo dos películas italianas producidas a mediados del siglo XX; una de ellas relata la historia de un par de soldaditos del ejército transalpino durante la guerra del 14, y la segunda narra las vicisitudes de un grupo de soldados al final de la guerra del 39. Ambas tienen en común que uno de sus protagonistas principales es el insigne Alberto Sordi.


A Italia no le fue bien en ninguno de ambos conflictos armados, y eso que se supone que durante la primera guerra mundial estaba del lado de los aliados, vencedores a la postre. Los italianos que fueron llamados a filas en sendas contiendas no se debían sentir demasiado guerreros y eso se ve en estas dos pelis.


Entre los años 1959 y 1960 el productor italiano Dino de Laurentiis, uno de los que consiguió que el cine italiano de posguerra tuviera un nombre, puso la pasta para que se rodaran dos films que contaban las desventuras de unos soldaditos italianos en cada guerra mundial. La casualidad es que en ambas, uno de los personajes protagonistas recale en el mismo actor: Alberto Sordi.



La gran guerra, 1959.


En esta peli bélica también sale Silvana Mangano, una sola mujer haciendo un papel demasiado habitual.

La peli de 1959, La gran guerra (La grande guerra) es una cinta en blanco y negro de 135 minutos dirigida por Mario Monicelli, conocido por ser el artífice de una de las primeras pelis de la comedia a la italiana, I soliti ignoti, más conocida por estos lares como Rufufú, que es justo del año anterior a la gran guerra.


Sordi y Gassman comiendo trinchera.


En las oficinas de reclutamiento los italianos van haciendo cola. Hasta allá ha llegado el milanés Giovanni (Vittorio Gassman) que intenta librarse, aunque sea pagando, cosa que aprovecha el romano Oreste (Alberto Sordi) que le tima. Ambos se reencuentran en el tren y están condenados a limar asperezas porque van a pasarse mucho tiempo en las trincheras. Ellos intentan escaquearse todo lo que puedan. El ardor guerrero no les representa. Eso de reptar por el barro y aguantar la metralla austrohúngara no va con ellos.


Dos caraduras en el reclutamiento.

Consiguen hacer de mensajeros con tal de escapar de las trincheras. En una de esas, volviendo a su unidad, descubren que esta ha sido arrasada y prácticamente son los únicos supervivientes de la misma. Fieles al escaqueo, en una de estas, se quedan a dormir en una granja y los austríacos los hacen prisioneros. Los austríacos se ríen de la cobardía que demuestran los dos italianos. Giovanni reacciona y se enfrenta a los oficiales que les interrogan, con lo cual, es fusilado. Oreste, que tiene miedo a morir, acaba igual. El final de la peli resulta de lo más irónico, ya que los italianos toman la granja y pasan al lado de los cadáveres mientras comentan que esos dos seguro que se han dado a la fuga.


Todos a casa, 1960.



La peli de 1960, Todos a casa (Tutti a casa) narra las vicisitudes de un grupo de soldados que no saben muy bien qué hacer dado que se ha decretado el armisticio entre el ejército italiano y los aliados, con gran cabreo de los alemanes que pasan a ser el nuevo ejército enemigo, del que tienen que huir este grupo de italianos desmilitarizados. La cinta, en color, y de casi dos horas, fue dirigida por Luigi Comencini, autor de pan, amor y fantasía.


Llama al cuartel desde el bar porque han decretado el armisticio.


Esta historia que comienza el día que Italia declara el armisticio en 1943. En Todos a casa el subteniente Innocenzi (Alberto Sordi) se encuentra con que su cuartel es un caos y que todos los soldados se quieren largar. Para añadir dramatismo al desconcierto, los alemanes, que eran "amigos", acaban disparándoles. Innocenzi consigue que algunos de sus soldados vayan con él hasta que encuentren un oficial, pero el caos hace que cada vez le queden menos soldados alrededor. Todos se largan en cuanto pueden. Sólo queda con él Ceccarelli, que es un pobre soldado al que le han dado un permiso que pierde por el camino y que no se separa de una maleta en la que lleva embutidos que ha prometido llevar a destino. Es mítica la escena en la que el numeroso grupo de uniformados se adentra en el túnel del tren y sólo salen dos: Innocenzi y Ceccarelli.


Innocenzi, Ceccareli y Fornaciari a la busca de un superior que les de órdenes.


Después de llegar a una granja donde pueden cambiar el uniforme por ropa civil, se reencuentran con otros compañeros de armas fugados, como el sargento Fornaciari (Martin Balsam, el presidente del jurado de doce hombres sin piedad). Intentan llegar a sus respectivos hogares siempre escapándose del ejército alemán que controla trenes y carreteras. Hay episodios dramáticos donde mueren integrantes de esta estrafalaria cuadrilla, cuando intentan evitar que atrapen a una chica judía o cuando detienen a un militar norteamericano en casa del sargento Fornaciari, al que los camisas negras fascistas se llevan, a pesar de que él acaba de llegar del frente y no sabía nada del nuevo inquilino residente en casa de su familia.


El grupo se ha esfumado en el túnel. Sólo quedan dos.

Innocenzi y Ceccarelli llegan a Nápoles, su ciudad, pero son detenidos y obligados a limpiar los escombros de la calle. En la última escena, Innocenzi, abrumado por la muerte a tiros de Ceccarelli, toma parte en la revuelta de septiembre del 43, conocida como los cuatro días de Nápoles, donde la resistencia lucha contra el ejército alemán.


Comiendo polenta en casa de Fornaciari con el oficial americano. 

Ambas pelis manifiestan el horror a la guerra, el afán por la supervivencia y el arte del escaqueo. Estas dos cintas muestran, aunque sea en clave tragicómica, que la guerra es algo muy lejano a ser un acto heroico. Una gran lección para los tiempos que corren.


Juli Gan.


viernes, 19 de septiembre de 2025

La guerra de los mundos – I (Steven Spielberg, 2005)


Todo el mundo sabe que esta peli tiene su origen en la novela del mismo título que publicó en 1898 el escritor londinense HG Wells. [Las iniciales son de Herbert George, por si tenéis curiosidad, como yo, por ese tipo de tontadas]. En realidad, en 1898 se publicó la novela completa, pero antes había salido por entregas en una revista británica.

No he leído la novela, ni esta ni (creo) ninguna otra de HG Wells, a quien el cine debe mucho, pues, además de La guerra de los mundos, escribió unas cuantas más que luego se convirtieron en película: La máquina del tiempo, El hombre invisible y La isla del doctor Moreau.

En fin, que, como no he leído la novela, me ha sorprendido descubrir que Spielberg le fue bastante fiel y que muchas cosas de la peli que yo daba por salidas del cerebro creativo de don Steven en realidad salieron de la productiva imaginación de HG Wells.

Voy a saltar grácilmente sobre el episodio de Orson Welles (¡anda!, se apellida casi igual que HG) relacionado con la novela, porque es archimegaconocido y porque Welles siempre me ha caído mal. Así que voy a ir derechita a la película de Spielberg. Si queréis leer algo sobre la excesivamente cacareada y sobrevalorada versión radiofónica de La guerra de los mundos que hizo Welles, la Wikipedia lo cuenta genial . Adiós.

Y, por nombrar otro asunto que me resulta desagradable, buscando vínculos y diferencias entre la obra de Wells y la de Spielberg, he encontrado una relación entre Wells y Tom Cruise, ¿a través de qué? Adivinad. Sí, correcto: a través de L. Ron Hubbard y la cienciología, que escribo con minúscula aposta, para quitarle importancia. Resulta que L. Ron Hubbard (la L es de Lafayette), el fundador de la cienciología, además de dedicarse a crear sectas chungas, también escribía ciencia-ficción y fantasía y, puede que inspirado por Wells, durante un tiempo buscó entre los volcanes de Canarias señales extraterrestres. No sé, puede que máquinas enterradas o similares.

Si queréis saber algo más de las andanzas de Hubbard en las Islas Afortunadas, tenéis un artículo interesante en Vanity Fair: Cómo el creador de la cienciologíacambió su vida en las islas Canarias. Y si queréis saber algo más de las andanzas de Hubbard en general, porque el tipejo tuvo una vida verdaderamente animada, id a su entrada en la Wikipedia, que está muy completita.

Bueno, volvamos a lo nuestro. Como decía arriba, la novela y la peli tienen mucho en común y algunas cosas diferentes. Por ejemplo, en la novela no existe el personaje de Tim Robbins, pero sí parece ser el resultado de la amalgama de otros tres que sí están en el libro. Os confieso que la parte que menos me convence de la película es precisamente la de la larga y accidentada estancia de Cruise y su hija en la casa de Robbins. Resulta precisamente eso, larga, demasiado larga, y acaba por lastrar bastante el ritmo del film, que hasta ese momento es muy fluido.

Pero lo que más diferencia la novela de la peli es el ánimo, la intención de cada creador. Wells con su novela pretendía cuestionar la moralidad del imperialismo británico; Spielberg con su peli no. Spielberg traslada la acción en el espacio y en el tiempo y la sitúa a comienzos del siglo XXI en un territorio geográfico comprendido entre Newark y Boston, para volver por enésima vez al asunto transversal de muchos de sus filmes: las familias un pelín desectructuradas, con divorcios penosos, con abandonos, con relaciones paternofiliales (no maternofiliales) plagadas de desconocimiento, de ausencia, de vacío, de torpeza.

En La guerra de los mundos tenemos, pues, un asunto de los de siempre de Spielberg y, para compensar, otro completamente nuevo: por primera (¿y única?) vez en su filmografía, los extraterrestres no son adorables peluchitos, como E.T., como en Encuentros en la tercera fase, que vienen a mejorar el universo y a sembrar la paz, sino monstruos asesinos. Esto enlaza con las interpretaciones de la peli, que voy a dejar para un segundo artículo, pero antes de despedirme os nombraré, sin extenderme mucho más, una última recreación de La guerra de los mundos, muy recientita, ya que se estrenó en Amazon el 30 de julio de 2025. Dirigida por Rich Lee, la protagonizan Ice Cube y Eva Longoria y ha recibido unas críticas destructivas.

Ahí lo dejo, pues. Os espero en el próximo artículo sobre La guerra de los mundos, para hablaros de las interpretaciones del film, que son jugositas. Hasta entonces, se despide vuestra amiga

Noemí Pastor